Cae la noche en la selva ecuatorial de Camerún. Se encienden las estrellas, miles de luciérnagas y los fuegos de los pigmeos baka. Ascuas encendidas avanzan en el negro horizonte hasta el lugar donde un techo de palma anuncia que es el lugar que da cobijo a los que se reúnen. Es la plaza del pueblo en la selva africana. Hacia allí se dirigen las ascuas. Vienen de los fuegos familiares a ser parte del fuego comunal. Se juntan las ascuas y se enciende la hoguera. Todos acuden en la oscuridad enmarañada y se sientan alrededor del fuego. Comienza el ritual que da paso a los licanó, los cuentos o consejos –pues eso significa licanó– que se cuentan en la noche ecuatorial. Alguien entona la primera canción, que dice: “En la selva todos somos importantes, aquí no sobra nadie”. Después el jefe del pueblo pide permiso a las mujeres para contar los licanó: ellas son las dueñas de la palabra, de la memoria, ellas construyen los mongulus –esos iglús de hojas que cobijan los sueños y el fuego de la población baka– tejiendo lianas y hojas, y también tejen los relatos que construyen la identidad de los baka. Y cuando las mujeres asienten, comienzan los licanó: “Sa sa é”, dice el narrador. “Sa” contestan todos. Y el narrador comienza a contar y pronto repite un estribillo, y en seguida comienza a repetir la comunidad allí congregada, primero los hombres y las mujeres, luego las niñas y los niños. El coro de voces de toda la comunidad se alza por encima de las llamas. El narrador se pone en pie y comienza a bailar con paso oscilante: el mono ha aparecido, se ha hecho presente en la voz de la comunidad y en el cuerpo del narrador.
Los personajes de los cuentos no solo viven en las luces y sombras del fuego sinuoso sino en el gesto del que cuenta y en la voz de todo el pueblo, coro feliz que acompaña y participa en el relato. La mímica y el canto, a veces difónico, se sucede durante 4 o 5 horas, hasta que un niño se cae de la piedra donde estaba sentado, rendido al sueño, o una mujer inclina la cabeza sobre su pecho, y entonces alguien decide que los licanós han llegado a su fin. “Licanó combú é” dice el narrador. Todos contestan: “Combú”. Estas palabras dan fin a los licanós. Se separan los troncos para que las ascuas vuelvan a ser ascuas y dejen de ser hoguera, para que los troncos, solitarios, se apaguen. Se retiran todos a sus mongulus y parece que hasta las luciérnagas se apagaran. La noche se cierra sobre la selva ecuatorial. Ha llegado el momento del sueño. Mañana será otro día.
En África, el lugar donde los hombres y mujeres aprendieron a ser hombres y mujeres, se cuenta de noche, bajo las estrellas. La noche es el momento de la madre, de lo materno, de lo femenino. Es el momento del cuidado, del sueño. Frente al día, que es el momento de lo sujeto a reglas, de la ley, de lo normativo, el momento del padre, de lo patriarcal. El día es el momento del trabajo, la noche es el momento del descanso, del sueño, de los sueños. El día es el momento de la luz. La noche es el momento de las sombras. Durante el día nos encontramos con nuestros semejantes. Durante la noche nos encontramos con los espíritus, con los ancestros, con los que ya no están. En el día nos ocupamos de nuestras tareas: los hombres de sus tareas de hombres, las mujeres de sus tareas de mujeres. En la noche, hombres y mujeres nos ocupamos de lo mismo: dormir, soñar. Es por esto por lo que las diferencias desaparecen durante la noche: nuestras sombras proyectadas por la luz de la hoguera son iguales, no se distinguen las de los hombres de las de las mujeres.
Contar es un acto comunitario que sucede entorno al fuego, bajo las estrellas, y la luna –cuando la hay–. Todos participan: el fuego proyecta sombras; el narrador, imágenes con su voz y con su gesto, y los que escuchan corean las palabras del que cuenta. Los cuentos hablan de cómo los baka poblaron la selva, por mandato de Komba, y cómo fueron castigados por hacer ruido y alborotar la selva, algunos convertidos en animales. Los cuentos hablan de quiénes son. Hablan de su singularidad como pueblo cazador y recolector, que no conoce la agricultura, y hablan de su universalidad, de su humanidad: de sus anhelos, de sus sueños, de sus dolores, que comparten con toda la humanidad. Y esa identidad, y esa singularidad ha convertido los licanó, los cuentos tradicionales, en un arma cargada de futuro porque solo si consiguen reconocer su singularidad, mantener su identidad, que se transmite tradicionalmente, como los cuentos, con los cuentos, de boca a oreja, de padres a hijos, conseguirán que se reconozca su derecho a las tierras, a la selva, de la que han sido expulsados por la codicia de Occidente, que esta vez se llama Socapalm, una industria francesa de aceite de Palma, que está condenando al hambre y a la muerte a esta población que no solo un día vivió en la selva sino que formó parte de la selva. Y su única arma contra tanta destrucción es su memoria, sus cuentos, sus licanó, que hablan de su vida en la selva, de sus mitos, de sus principios. Esos licanó que suenan en la noche ecuatorial, en torno al fuego y que comienzan. “Sasa é”. Ojalá estos licanós tengan un final feliz para los baka. “Licano combú é.” “Combú”.
Puedes ver y escuchar aquí los licanós.
Fotos de Enrique Carbajal / Otros proyectos, aquí.
Este artículo se publicó en el Boletín n.º 81 – ¡Al aire libre! Narrar historias bajo el cielo