Aún recuerdo como un eco lejano la cálida voz de mi madre refiriendo historias una y mil veces contadas en los cuentos infantiles. Cada vez que narraba historias o fábulas introducía variaciones que solía inventar para hacerlas más atractivas. Yo esperaba impaciente el momento de descubrir qué nuevos pasajes adornaban sus relatos. Me asombraba su capacidad de invención para sorprenderme con situaciones inesperadas.

En sus narraciones siempre había algún personaje que era capaz de curar las más terribles enfermedades y sanar los corazones de gente perversa. “La muerte madrina” de los hermanos Grimm, con el joven médico que intenta engañar a la muerte, era uno de mis preferidos.

Pero yo deseaba sanar a los enfermos con la adquisición de conocimientos, sin recurrir al engaño como hacía el joven de la historia. Estoy segura de que las pócimas mágicas en forma de cuentos labraron el camino que me conduciría a amar la Medicina. Conforme iba creciendo, mi interés por descubrir cómo funcionaba el cuerpo humano, cómo enfermaba y cómo era capaz de sanar me llevó a licenciarme en Medicina y Cirugía.

Otra de mis pasiones era escribir. Deseaba emular los maravillosos relatos que primero me contaban y luego leí en mi infancia y juventud para llenar mis días de agradables fantasías. Historias como Los miserables, El conde de Montecristo, Robinson Crusoe y muchas otras me robaron el alma. Sentir sus penas y fatigas, vivir sus vidas atormentadas y el deseo de superar las adversidades fueron el estímulo que necesitaba para dedicar semanas, meses y años a elaborar el argumento de mis novelas y dar vida a sus personajes. Así nació mi vocación de escritora, que hoy cuenta con dos novelas publicadas. La última por editorial Grijalbo.

Si tuviera que indicar en qué momento preciso nació mi vocación por la medicina y la escritura no sabría responder. Solo estoy segura de que el ambiente familiar, rodeada de libros y de grandes lectores en mi familia fue el detonante necesario para que explotara mi pasión por la literatura, sin duda sazonado por la presencia de los relatos de mis padres, que llenaron mis horas infantiles de entusiasmo por la narrativa.

Recuerdo con sumo placer la potencia de las palabras de mi padre cuando regresaba del trabajo y me contaba cuentos cuyos protagonistas eran dos personajes, fruto de su imaginación, que cada día realizaban las más intrépidas acciones. A pesar de regresar agotado, nunca dejaba de aplicar su bálsamo curativo para mis ansias literarias en forma de cuento. Su estímulo fue un revulsivo para que me animara a escribir mis propios relatos.

Más tarde, cuando yo misma llegué a ser madre y tuve la oportunidad de compartir momentos inolvidables con mi hijo, comprendí el placer que representaba contar cuentos y la capacidad que despertaba este estímulo en mentes jóvenes, abiertas a cualquier aprendizaje. Vislumbré que era un instante clave en la vida de mi hijo al igual que me ocurrió a mí     .

Escribir este artículo ha sido un verdadero placer. Me ha obligado a realizar un proceso de introspección para obligarme a revivir momentos de mi infancia que permanecían casi olvidados en algún rincón de mi memoria. Me siento feliz de haberlos recuperado.

Muchas gracias a quienes hacen posible que los niños y las niñas, a través de los cuentos, aprendan a visitar los lugares más profundos de su prodigiosa imaginación.

 

Begoña Valero

Licenciada en Medicina y escritora

 

Este artículo fue publicado en el Boletín N.º 82 – Las madres que cuentan