Cuando me enfrento a narrar una historia, a representarla y a poner en escena un espectáculo se convierte en una aventura. Una aventura emocionante, pero a la vez llena de dudas, cierto miedo e incertidumbre. Se genera dentro de mí, un entusiasmo envolvente y al mismo tiempo un cosquilleo tenso recorre mi cuerpo hasta que el cuento o el espectáculo está terminado. Es como si entrara en un proceso de ensoñación, de dormitar despierta intentando desperezar las ideas que hay en mi cabeza, para que empiecen a dar forma (o a encontrar su forma) y a tener sentido en la historia, en lo que quiero contar y cómo contarlo. Y para que las piezas del puzle encajen a la perfección. Un proceso agradable con pequeñas dosis de sufrimiento o angustia hasta que ese todo o conjunto consigue el punto de equilibrio y de armonía deseado. Un proceso en constante cambio y movimiento.

Pero, ¿cómo empieza el proceso, la creación? La duda, la eterna duda ¿Cómo? No hay una única manera, nunca es igual. Siempre es una primera vez, lo cual hace que sea maravilloso, que te enganche, que te sostenga, que te devuelva el alma de niña, de espontaneidad, de jugar e investigar. Esa curiosidad con ojos de niña para encontrar las posibilidades que hay en las cosas, en este caso, en los objetos. De fabular con ellos, de ir más allá de las apariencias e imaginar que todo es posible. En definitiva, dejar volar la creatividad. “Creatividad, que palabra tan bonita y difícil al mismo tiempo”.

En general, para que los pájaros de mi cabeza echen a volar, observo con detenimiento los objetos, con todos los sentidos. Los toco, descubro su forma, su textura, su movimiento, lo que representan, pero también lo que podrían llegar a ser. Encuentro el sonido que les pertenece o los que puede contener. Su juego simbólico y diversión. Establezco paralelismos o comparaciones con los personajes que quiero representar. Busco las métaforas como objeto poético. Y juego, juego y juego.

“Cada objeto es un tesoro”. Tengo el divertimento de buscar la cara oculta de los objetos (pareidolia), que están ahí mirándonos; forman parte de nuestra vida sin que nos demos cuenta y sin embargo nos incitan a que los humanicemos, a que les concedamos una oportunidad para renacer. Paseo por las calles en busca de su mirada, de su complicidad. Recorro ferreterías, bazares chinos, tiendas de antigüedades, mercadillos... en busca de objetos con formas sugerentes, inquietantes o desafiantes para dar forma a ese personaje que tengo en mente. Para recrear ese mundo imaginario que quiere ver la luz y salir a escena. Y los guardo como tesoros en una caja o baúl esperando a que un día sean el personaje soñado.

Ese día llega. Sientes la necesidad de narrar una historia que te apasiona y engalanarla con los personajes que se merece para que el cuento sea mágico y especial. Sobre todo, para los más pequeños. Y todo es posible. De pronto, sacas la caja de los objetos, los tiras al suelo y empiezas a jugar frente a un espejo. Un espejo mágico, sí, porque a través de él, descubres asombrada su mirada. La mirada de un paraguas que cerrado puede convertirse en una nave espacial si se sube un ratoncito encima de él y vuela por el cielo. Como en el cuento “Paco”, de Paula Carballeira. Un paraguas que, a su vez, al abrirlo, te quedas boquiabierta porque es la Luna pintada por la que pasea el ratón, y también es un carrusel con nubes, montañas o peces que se despliegan de él girando para mecer al animal en un sueño placentero.

Paco

Todo es posible, porque cuando cuento con objetos, al ser manipulados se convierten en un personaje vivo que piensa, habla y actúa. En ocasiones puedo descontextualizarlos, darles una utilidad distinta a la real, y de manera inesperada, una toalla puede ser un saco, el agua, las alas de una lechuza, el tronco de un pino y hasta la capa de un rey en “El pollo pelao” (cuento tradicional). También puedo contextualizarlos, fabular con ellos y fabricar personajes a partir de los mismos. Y así de casualidad, un colgador de tazas puede ser un árbol y cada taza de desayuno: un gato, un perro, una niña, el padre, la madre e incluso el camión de los bomberos (con escalera, sonido y luces), como en el libro “Un gato en el árbol”, de Pablo Albo.

El gato en el árbol opt

Todo es posible, porque los objetos enriquecen una historia, la refuerzan, la agrandan, ayudan a captar la atención de quién escucha, la hacen más tractiva y despiertan la fantasía e imaginación. Pero, sobre todo, los pájaros de nuestra cabeza vuelan a sitios insospechados libres para soñar.

Soñar e imaginar, ¿Por qué imaginar? Porque la imaginación tiene la capacidad de cambiar nuestras vidas, nos permite ver otras perspectivas, nos invita a pensar de manera divergente, a transformar el mundo real y a soñar. Ya lo decía Einstein: “La imaginación es más poderosa que el conocimiento”. Y es el juguete más maravilloso del mundo para crear. Así pues, soñemos que somos otra persona, que los personajes pueden surgir de objetos cotidianos, o que las historias están agazapadas en cualquier lugar esperando a ser liberadas para que otras personas las acojan y las hagan suyas.

Voy a soñar con crear un espectáculo con objetos. Para ello busco la inspiración, esa musa que me anime en la labor creadora, leyendo, paseando, en obras de arte, improvisando una manera diferente de ver y sentir, observando lo que hay a mi alrededor, jugando con la caja de los objetos tesoro... Luego anoto las imágenes y las sensaciones y las hago visibles a través de un dibujo o un esquema para clarificarlas. Pienso utópicamente. Altero el sentido del objeto y trato de crear desde la provocación para construir algo distinto, porque del sinsentido nace la innovación. Doy vueltas a las cosas y pienso de manera absurda y surrealista para hacer lógico lo ilógico, de construir lo que existe para darle otro significado. Intento ser loca, divertirme, dejarme llevar sin prejuicios, sorprenderme a mí misma y encontrar la esencia de lo nuevo.

Y así puedo llegar a la conclusión de que si las vacas dan leche, y la leche la compramos en tetrabrik. Por qué no, una caja de tetrabrik podría ser el cuerpo de una vaca al que le introducimos una cabeza de peluche del animal sujeta con un palo en el agujero de la misma, como en “La vaca flaca” de Raúl Vacas. O los zapatos y las zapatillas perdidos pueden tener otra vida si se transforman en animales de fábula como en “El momento perfecto” de Susanna Isern. Incluso con un tubo de fontanería flexible el juego es ilimitado y se puede estirar, encoger, se puede hacer la forma de una ballena, de una bombilla, de una nariz de pinocho, todo para contar la adivinanza de un elefante porque no hay limitaciones.

La vaca flaca
Como los sueños sí se cumplen: “Seamos realistas hagamos lo imposible”. Y tropezaremos con una historia escondida en objetos cotidianos, como utensilios de cocina, mientras cocinamos algo rico para que aparezcan los animales de “¿A qué sabe la Luna?” de Michael Grejniec. Y el león es un colador, el ratón una salsera o el mono un sacorchos. E incluso, si empleamos embudos colocados en distintas posiciones, aparecen personajes reales como en “Valentino” de Luisa Morandeira. También los instrumentos musicales pueden ser los protagonistas de “Las habas mágicas” (cuento tradicional). O que de repente los sombreros vuelen tan alto con la fantasía hasta querer ser animales como en “La mejor sopa del mundo” de Susanna Isern.

La mejor sopa del mundo

Os he acercado un trocito de mi mundo, vuestro mundo, de este binomio fantástico que es el objeto y el cuento que me permite seguir construyendo, avanzando y seguir siendo niña.

Gracias por prestar oídos a estas humildes palabras. Os regalo mi sonrisa pintada en la cara y el deseo que no perdamos nunca la capacidad de soñar y crear en este oficio tan maravilloso que tenemos, que es un regalo.

Noelia González “Carioca”

Este artículo pertenece al Boletín N.º 83 - El cuento a través del objeto