Don Jozelito opt

Me anima mi amigo Diego a escribir unas líneas desde mi posición de músico escuchante de cuentos. Gracias a su invitación a asistir al festival de narración oral “La Sierra Encuentada” y al ciclo de narración oral “Un Andévalo de Cuentos” en los últimos años, he tenido la oportunidad de escuchar a una variada pléyade de cuentistas y se supone que puedo decir algo como público.

Considero a la narración oral como una prima cercana de la música; durante un tiempo fueron hermanas siamesas, como aquellos días en la antigua Grecia, cuando le dabas cobijo a un homero ambulante para amenizar las largas noches de invierno al ritmo de la lira y si se retrasaba la primavera, te enlazaba una Ilíada tras una Odisea encalomándose junto al fuego mientras, a pesar de su ceguera, intentaba cogerle el culo a las sirvientas.

O cuando viviendo en la Galia querías contarle un chascarrillo a tu cuñada, que vivía en el sur de Lusitania, sólo tenías que dárselo a un bardo viajero junto a una buena provisión de tocino de jabalí con la certeza de que para Lunasagh tu mensaje estaría en la Sierra de Huelva insertado en una historia que llevaba una canción.

Que música y narración oral son primas hermanas está muy claro: ¿Acaso las composiciones musicales no son como un relato, en que desde el inicio todas las frases articulan una historia pensando en el desenlace final?

¿No son el tempo y el ritmo parte fundamental de un cuento con sus acentos contrastando partes débiles y fuertes?

Y el material común donde se sustentan: El silencio.

Como filisteo panteísta practicante creo que todo en este mundo tiene un espíritu, incluidas cada una de las palabras, lo que acerca el oficio de cuentacuentos a la magia. Las palabras tienen el poder de crear y recrear la realidad, como bien saben los psicópatas nigromantes que llevan todos estos meses con el cuento chino del miedo. Por otro lado las palabras son unas putillas diletantes indignas de la menor confianza.

Las sesiones de cuentacuentos las vivo siempre con mucho respeto. Respeto por quienes tienen el valor de erguirse en la encrucijada, donde se cruza la línea del más obsceno protagonismo narcisista con la de la creatividad y la belleza que rebosan del corazón. Ahí en solitario (y no como los músicos, que al igual que los trileros, solemos perpetrar nuestro arte en grupo).

No todas las historias me engancharon, pero de las muchas que he disfrutado señalaré algunos elementos comunes que he percibido.
1º) La artesanía: Todos los cuentistas que he visto tejen sus historias con las herramientas de una expresividad personal e intransferible que las convierten en obras de arte únicas.

2º) Sentido del humor: siempre es de agradecer, además de ser fuente de salud. He visto usarlo con una maestría absoluta, en historias que estaban a punto de hacernos llorar de emoción, se nos saltaban las lágrimas de risa (y así disimulábamos).

3º) Dominio del espacio escénico: esto no es un círculo terapéutico donde todo el mundo se expresa, el único que habla es quien narra y el público cuando se le demande, mientras tanto se exhiben una variedad de recursos para acallar a niños y adultos (que como todo el mundo sabe son más insufribles que los niños). Una vez leí que la varita del director de orquesta es la reducción de una larga vara de avellano con la que este golpeaba a los músicos díscolos y al público molestoso que tenía más cercano ¡Que buena idea! El artista y el tío la vara fusionados en una misma figura.

4º) Capotazos al cerebro límbico: Todos los profesionales que he escuchado han demostrado su dominio en el manejo de la rehala de animales emocionales que conformamos el público, llevándonos hacia donde han querido. Ignoro si esto se realiza tras sesudos estudios del comportamiento humano o por ciencia infusa pero resulta muy efectivo.

5º) Estado alterado de conciencia: cuando vas cayendo en ese sopor beatífico que anticipa el momento en que desaparecen todas las cuitas cotidianas que te machacan la cabeza sin cesar, se para el curso del tiempo lineal y en tu cerebro y tu organismo, dopados con el hechizo palabrero surgen sensaciones de bienestar, gracia, afabilidad, armonía, belleza… Muchas veces la sensación de regocijo se mantiene horas después de la actuación y mientras tomas una cerveza tranquilamente se te escapa una sonrisa o una carcajada sin motivo aparente.

Poco más que añadir, excepto daros mucho ánimo a la Gente del Cuento. Estos tiempos raros están llamados a ser un rito de paso para la Humanidad y la Tierra. Así que mucho ánimo, con la firme certeza de que la narración oral junto a la música (ahí su prima, su hermana) y otras artes variadas jugarán un papel fundamental en el Reencantamiento del Mundo.

Don Jozelito

Este artículo forma parte del Boletín n.º 87 - El público