¿Dónde está el límite de lo que se considera éxito o fracaso? 

¿Cuándo se estima rentable una programación cultural? 

¿Qué determina que sea aceptable, buena o superior dicha programación? 

¿Qué ocurre cuando las previsiones no se cumplen?

El papel de las bibliotecas ha cambiado, mucho y para bien. De mero contenedor de libros ha pasado a ser generador de conocimiento, centro de actividades, lugar de convivencia y encuentro.

Tradicionalmente, la biblioteca pública se consideraba como un espacio reservado para investigadores y estudiantes, o como un simple almacén de libros. 

Hoy en día ese concepto ha cambiado y ahora se la considera como “el primer centro de información local, portal de acceso a la información que las tecnologías ponen a nuestro alcance, centro de actividades culturales de primer orden, espacio de identidad que estimula los valores de interculturalidad, solidaridad y participación, lugar de convivencia y encuentro”, tal y como se indica en las Pautas sobre los servicios de las bibliotecas públicas publicado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (Ministerio de Educación, 2002).

Para una buena programación cultural se requiere un dominio de los conocimientos y las técnicas relacionadas con la programación, desarrollo y evaluación de las programaciones culturales realizadas por las personas responsables de cultura.

Surge entonces la figura del gestor cultural cuyas funciones según Pedro Quílez (Quílez, 2008), coordinador de las actividades culturales de la Biblioteca Regional de Murcia, pasan por llevar a cabo el control y dinamización de los espacios donde se realizarán las actividades, la gestión de los recursos necesarios y adaptados a cada biblioteca, la programación, ejecución y difusión de las actividades y evaluación de los resultados. 

Y en el ámbito de la biblioteca esta labor recae en el bibliotecario, que ha tenido que adaptarse y transformarse en un gestor del conocimiento, divulgador y animador cultural, y a través de la autoformación realizar tareas de gestión cultural. Los cursos de formación, la colaboración de otros centros (centros docentes, museos, otras bibliotecas…), personal voluntario allegado a la biblioteca, y la propia experiencia basada en el éxito y/o fracaso de programaciones anteriores, forman parte de su “equipo de gestión cultural”.

La persona encargada de programar un proyecto cultural pone en juego su reputación ya que en su elección se refleja la experiencia adquirida, intuición, percepción sobre las diversas necesidades sociales, ideología, opciones estéticas y hasta su propia ambición.

El programador en el ámbito bibliotecario se debe en gran medida a los usuarios, a los que necesita conocer, y desde nuestro punto de vista del bibliotecario enfocamos nuestras acciones en gran medida a crear hábito en los usuarios, generar necesidades culturales, crear usuarios críticos, con gustos definidos, ofrecer variedad de actividades, dar a conocer autores, obras o formatos no habituales, satisfacer las preferencias de diversas tipologías de usuarios, definir un estilo propio, aportar una visión de futuro al desarrollo de la comunidad.

Decidir entre lo que quieres, lo que debes y lo que puedes hacer, hasta dónde puedes llegar con el presupuesto que cuentas, hacía dónde quieres dirigir tu programación, son condicionantes con los que se trabaja para buscar un equilibrio.

Entonces surgen los factores externos, no siempre puedes llegar a todo, no siempre cuando quieras, donde quieras y como quieras. A veces no es el momento, cómo decidirlo, cómo darte cuenta de que era antes o después y no ahora. Los errores, fallos, incorrecciones y también los aciertos, permiten evolucionar. 

En la selección de los escritores, ilustradores, narradores, cuentacuentos… prima el interés de llegar a los usuarios, de encajar en el proyecto que tú como responsable quieres definir en la política de la biblioteca. 

La formación del programador, ese trabajo previo de selección, todo puede ser perfecto, está todo controlado y entonces algo ocurre… no hay conexión, no hay feedback, y surgen las dudas: no se ha hecho lo suficiente, falta de previsión, comunicación insuficiente, publicidad inadecuada.

Las evaluaciones nos dan mucha información acerca del éxito o fracaso de una programación, pero supeditado siempre a un factor en constante evolución, el momento, la situación y la subjetividad.

Si buscamos cifras, siempre nos parecerá poco. Llegar al mayor número de personas, usuarios potenciales y reales podría ser, en principio, el fin último. Pero si contamos con un número menor de asistentes entregados a la actividad, es un éxito con mayúsculas.

Recientemente hemos tenido situaciones en la que las inclemencias meteorológicas no estuvieron de nuestra parte, y empezar a contar con dos peques no parecía la mejor garantía de éxito, cuando la previsión era de un llenazo total. Pero tanto la entrega de los niños como de la de la narradora que contaba fue tanta, que la burbuja de conexión que se creó en ese espacio era suficiente para dar por buena la actividad. 

Cuando termina una función y hablas con los narradores, ¿cómo lo has visto?, ¿cómo te has sentido?, y lo haces también con los asistentes, buscas una primera impresión y un referente para determinar si vas por el buen camino y en qué debes mejorar.

En el éxito o fracaso de una programación cultural hay factores que dependen del programador y otros que escapan de su control. Hace poco comentaba una narradora la falta de atención que,de manera descarada, proyectan maestros que acuden a sus sesiones con sus alumnos (no todos y no siempre). Dan por sentado que la función es para los niños y pasan tiempo dedicados al teléfono móvil e incluso a hablar con sus compañeros, con la consiguiente distracción de quien narra y de quien escucha. 

En las sesiones de encuentros con autor se presupone que el trabajo en equipo de bibliotecarios y profesores para dar a conocer la obra del invitado a los alumnos, llega hecha a las sesiones, y aunque desde la biblioteca se haya hecho la parte de proporcionar material e información acerca del escritor, estos nos cuentan cuándo notan el trabajo previo realizado desde la clase con los chavales. Insisto que no siempre es así, pero cuando ocurre, la impotencia y la duda de no haber hecho todo lo posible para que las sesiones fueran del todo aprovechadas te invade. Y no siempre depende de ti.

Debemos buscar mejorar la calidad de la vida cultural  y que el gusto por la cultura pase a ser una necesidad básica de la colectividad.

 

Sandra Cánovas Dólera

Red de Bibliotecas Públicas de Hellín

 

DIRECTRICES IFLA/UNESCO para el desarrollo del servicio de bibliotecas públicas [en línea]. La Haya: IFLA, 2001. 

MANIFIESTO IFLA/UNESCO en favor de las bibliotecas públicas, El [en línea]. La Haya: IFLA, 1994. 

QUÍLEZ SIMÓN, Pedro. “La formación básica del gestor cultural en las bibliotecas públicas. Conocimientos y competencias” en La biblioteca, espacio de cultura y participación. Madrid: Anabad; Murcia: Consejería de Cultura, Juventud y Deportes, 2008

 

Este artículo pertenece al boletín de primavera de 2023, el n.º 99, dedicado a "El fracaso"