en valenciano

El presente artículo es una invitación a reflexionar sobre situaciones que estamos viviendo en espacios y tiempos actuales de narración oral, son momentos difíciles y quizás haya que pensar con calma las estrategias que podamos aplicar para superarlos.

En septiembre de 2012 veía la luz el número dos de la revista El Aedo bajo el título “Contar en tiempos de crisis”. En él diferentes profesionales de la narración oral, las bibliotecas, la educación y la programación de sesiones de narración oral daban su impresión sobre la situación del momento y se vertían opiniones y propuestas que hacían mirar al futuro, si no con cierto optimismo al menos, con no mucho pesimismo. Términos y conceptos como reinventarse, resistir, insistir, dignificar, cooperar, invertir, profesionalizar, actitud, pedagogía, confianza… se repetían una y otra vez en los artículos de la revista. Y al terminar su lectura uno se quedaba con un regusto de esperanza entre tanto recorte, entre tanto menosprecio por la cultura y por el oficio del narrador oral.

Casi un año después se nos hace necesaria su relectura para encontrar de nuevo algún asidero de ilusión. Y no porque las cosas vayan peor, que van, sino porque tenemos la sensación de que los narradores orales hemos empezado a nadar solos, hemos dejado de nadar juntos -aunque quizá nunca lo hicimos- y pareciera además que nadamos dejándonos arrastrar por el turbión del miedo que esta crisis alimenta, en una especie de sálvese quien pueda sin pensar en las consecuencias que esta desbandada entre chapoteos pueda suponer para el común del oficio y para cada uno de nosotros y nosotras. Una carrera hacia delante en la que unos, movidos por el egoísmo lícito de tener un jornal que llevarse al bolsillo y a la boca, y otros, movidos por la buena voluntad de mantener o crear espacios, festivales y programaciones que renquean, parecen converger.

Resulta que estamos en un momento en que nacen y se consolidan segundas y terceras ediciones de festivales de narración oral, en que se abren teatros y librerías que desean tener programaciones de cuentos. Resulta que hay movimiento. Pero parece ser que los términos y conceptos de los que hablábamos en el ya citado número de El Aedo se han perdido de vista. Quizás merezca la pena avanzar despacio y firme en un camino que consolide y no en una senda que vaya desdibujándose a cada paso.

Veamos algunos ejemplos que ilustran estas prácticas y situaciones de las que hablamos y que, pensamos, no hacen oficio, no retroalimentan al arte, no hacen sino subsistir, que no resistir.

 

¿Pan para hoy y hambre para mañana?

Algunos narradores y narradoras hemos bajado tanto los cachés buscando ser competitivos que acabamos por hacer que contar cuentos no sea posible, no al menos desde una situación legal y no al menos como oficio. La bajada de los cachés trata de justificarse con argumentos como el pronto pago o son atendidas desde falsas asociaciones sin ánimo de lucro (y por tanto exentas de IVA y otros impuestos). Sucede además que, en muchas ocasiones, esta bajada de precios redunda en la merma de la calidad de los espectáculos propuestos.

Ocurre también que la bajada de estos cachés en muchos casos no es únicamente imputable a los cuentistas: programadores que tensan hasta más allá del límite sin tener en cuenta el perjuicio que esto pueda suponer. Quizás, si sólo hay presupuesto para dos sesiones, no hay por qué programar cuatro.

Pan para hoy es cobrar precios tan bajos que no permitirán la subsistencia del oficio y, por lo tanto, serán hambre para mañana. ¿Es esto lo que queremos para nosotros y para quienes vengan detrás de nosotros? 

A todo esto hay que sumar la proliferación de espacios y programadores que contratan sesiones a taquilla sin asegurar un mínimo fijo y llevándose además un porcentaje nada desdeñable de la recaudación, infusiones, cortados, y bebidas espirituosas aparte.

 

¿Pero es esto un festival?

Quizás estamos equivocados cuando pensamos en un festival de narración oral como un gran evento con una programación propia en el que se contrata a cuentistas de mayor o menor prestigio para contar en espacios propicios para ello. Por eso nos sorprenden festivales que no dejan de ser en buena parte un aglutinar la programación autónoma y hasta autonómica de muchos espacios como bares, bibliotecas, escuelas… previa al festival. Y a pesar de que se contrata también a algunos narradores para el evento el grueso del festival se alimentan de lo ya programado.

Igualmente por eso nos sorprende que haya eventos que son el fruto del trabajo formativo en escuelas de narración durante el curso escolar y que se presentan como festival y no como muestra de sus alumnos. Porque un festival con un programa lleno de cuentistas anónimos o que no cobran por participar no parece tal. Recordamos incluso un caso de un autodenominado festival de cuentos en el que los asistentes a un taller de unas pocas horas (por el que, obviamente, pagaban) realizaban sus prácticas contando en escuelas. Y esas prácticas eran el grueso de la programación de narración oral del festival. ¿Pagar por contar cuentos en un festival?

 

Confundir espacios 

Creemos que son necesarios los espacios en los que los nuevos cuentistas puedan ir fogueándose, pero pensamos que esto no debe confundirse. Aplaudimos que haya librerías que acojan a estos nuevos narradores, pero nos sorprende que paguen las sesiones a un tercio del caché habitual hace veinte años y haya narradores profesionales que nos prestemos a ello bajo la lícita necesidad de comer, o de contar, narradores que olvidan la coherencia vital, pues meses antes nos convocaron para manifestarnos contra la privatización de los servicios culturales de las bibliotecas en los que se iban a pagar cachés similares. 

Creemos que debemos reflexionar juntos sobre la necesidad de espacios para los nuevos narradores, sitios donde, cobrando cachés más bajos, puedan ir sacando músculo, pero también sitios en los que se informe al público de que lo que van a ver son cuentistas en formación; y sobre todo que esos espacios mantengan al mismo tiempo una programación estable de narradores y narradoras que han hecho de contar cuentos su oficio. Porque si no, ¿qué será lo siguiente?, ¿prácticas de narración en bibliotecas en las que antes se pagaba a narradores y, bajo la excusa de la crisis o de la necesidad de formarse, ahora tengan sesiones a coste cero y de poca o nula calidad?, quizás nos equivoquemos, pero no parece una buena manera de mantener espacios ni de alimentar públicos ni de formar cuentistas ni de hacer oficio.

 

¿Cueste lo que cueste?

Algunos narradores y narradoras, desde la buena voluntad, nos empeñamos en mantener programaciones cercenadas por la administración ofreciendo lo mismo e incluso mejores propuestas a taquilla, insistimos, sin un fijo mínimo. Esta es un arma de triple filo, porque si resulta bien la administración se desentiende y el pago recae sobre el ciudadano (que ya pagó sus impuestos), y si resulta mal da la razón al político que decidió recortar pues no había dinero y además ahora se confirma en su argumento de que no hay demanda. Y en tercer lugar la incoherencia que resulta un espacio municipal como una biblioteca con sesiones a taquilla. De ahí al préstamo de pago, por ejemplo, hay muy poco.

En este sentido llama la atención la cada vez mayor demanda de micromecenazgo para el sostenimiento privado de eventos que nacen o que tienen ya una trayectoria y que se desvinculan así del amparo de lo público. ¿No estaremos confundiendo el verdadero objetivo de esta forma de financiación?, ¿no estaremos entrando en el juego de las políticas neoliberales de quienes nos gestionan y están desmontando el Estado de Bienestar?

 

Estos son unos cuantos de los ejemplos que nos suscitan dudas, seguramente podríamos poner unos cuantos más. Estamos seguros de que tras estas situaciones subyace el afán por mantener espacios para la palabra dicha y, por ende, la buena voluntad de quien programa o de quien narra, pero también creemos que tal vez deberíamos reflexionar con profundidad antes de seguir internándonos por esta senda. 

¿Qué espacios queremos alimentar, sostener, preservar para la palabra dicha?, ¿cómo conseguiremos crear un público crítico y fiel?, ¿qué caminos estamos desbrozando para los narradores y narradoras que vengan detrás de nosotros?, ¿qué oficio estamos apuntalando (o desmontando)?... Seguramente las respuestas son muchas y diversas, quizás las opciones también lo sean: imaginemos juntos soluciones que puedan sumar al conjunto del colectivo. Nademos juntos a contracorriente.

 

AEDA