Me pide la gente de AEDA que os cuente en un artículo breve cómo veo yo las semejanzas y diferencias entre contar cuentos y hacer monólogos. Nada menos, así,sin casco, sin permiso de obras, sin un plan de riesgos laborales, sin contrato ni . Seguramente me lo pide porque tengo cierta experiencia en estas dos actividades, que sí que tienen cierta relación. Lo primero que os voy a contar es la mía con ambas.

Llevo contando cuentos algo más de veinte años, la mitad de mi vida (echad cuentas). Sin formación específica salvo un taller de un fin de semana que hice en el noventa y tres con Numancia Rojas, a la que debo el empujón inicial de meterme en esto de los cuentos. Durante estos años he contado cuentos casi exclusivamente en La Rioja, centenares de sesiones para niños, jóvenes, adultos, ancianos, o para todos a la vez. Cuentos solos o acompañados y entremezclados con la música de Elena, Nacho, Iván y David. Casi siempre hago sesiones variadas aunque normalmente fundamentadas en cuentos tradicionales, que son los que prefiero... aunque no han faltado en mi boca Benedetti, Mrozek, Torga, García Márquez, Piumini o Quim Monzó (a éste no le digáis nada eh). Los cuentos tradicionales son sin duda los protagonistas en mi repertorio y en mi querer. Disfruto mucho contando cuentos de tradición oral y aunque no son exclusivos en mi gusto, sí que son para mí la esencia del cuento.

En cuanto a los monólogos, mi experiencia es muy corta. Como espectador, casi nula (no me va mucho el rollo "Club de la Comedia", aunque alguno de ellos sí que me gusta). Pero bueno, no todos los monólogos son esos a los que estamos acostumbrados en la tele, que si vamos a la definición, un monólogo es cualquier obra teatral en la que habla un solo actor o un solo personaje, así que los cuentos tienen mucho de monólogo. No voy a nombrar al Brujo por no ser obvio, pero sí a Karra Elejalde, que su "La kabra tira al monte" es para mí un referente monologuero. Y sin embargo, ahora hago monólogos. La historia es curiosa, os cuento. Yo soy matemático, me dedico a la investigación en álgebra computacional y además soy profesor en la Universidad de La Rioja. Soy un científico, vaya. Resulta que el año pasado se celebró por primera vez la edición española de un concurso internacional de monólogos científicos llamdo FameLab. Como yo cuento cuentos y doy charlas entretenidas de mates por muchos sitios, pues la gente de mi facultad me animó a participar. Por no alargarme mucho, os cuento el resultado: participé en el concurso y resulta que gané la edición española y quedé finalista en la edición internacional (con el monólogo en inglés, eh, que mi madre está muy orgullosa). Si tenéis curiosidad, os diré que el monólogo lo podéis ver en YouTube y que la fase internacional la ganó el de irlanda (Fergus, que también tiene experiencia contando cuentos ¿casualidad?). Bueno, pues después del concurso, con el resto de finalistas españoles decidimos montar un grupo de monólogos científicos con el que estamos recorriendo España con una respuesta del público que nos tiene abrumados y una demanda que nos tiene en plena vorágine de viajes y actuaciones. Así que hago monólogos, sí, monólogos científicos. Los monólogos los escribimos nosotros y en ellos los fundamental son los conceptos que explicamos, digamos que el humor está al servicio de la ciencia, no utilizamos bromas y términos científicos para hacer reir por encima de todo.

Y tras una introducción demasiado larga, vamos al asunto, del que sólo puedo hablar desde mi experiencia, ya sea como artista (con perdón) o como espectador. Ambas experiencias son, por supuesto, bastante limitadas. Tanto en una sesión de cuentos como de monólogos, los ingredientes fundamentales son la palabra, el orador y el público. Y casi siempre, nada más; si acaso algún elemento sencillo de apoyo. En general ambos "géneros" son escénicamente muy austeros y muy directos. Esto implica una serie de semejanzas, de planteamientos personales, escénicos y técnicos que son comunes a cuentos y monólogos. Cuando uno se pone delante de un público y abre la boca, los ojos y el cuerpo para comunicar con sus espectadores, para compartir, hay todo un conjunto de consideraciones que hacen tanto monologuistas como cuenteros. Son las que derivan de ser ambos actos de comunicación basados en la oralidad. En ambos casos el orador ha de ser dueño de la palabra y del espacio, ha de tender puentes con la mirada, con las manos, con el cuerpo, con la modulación de su voz. En ambos casos las reacciones del público hacen del "espectáculo" algo vivo, orgánico, cambiante y siempre nuevo. No os estoy descubriendo nada, vosotros tenéis más formación y más experiencia que yo en esto, y hay varios libros donde gente como Estrella Ortiz han dicho más y mejor que lo que yo vaya a poder hacer nunca. Dejo planteada desde el comienzo esta realidad común al acto de contar cuentos y al de hacer monólogos porque aunque ahora insistiré en las diferencias, la verdad es que las semejanzas son muchas. 

Si uno se pone a analizar un poquito ambas formas de comunicación en escena, el cuento y el monólogo, pronto empiezan a aparecer las diferencias. La primera, creo, es que el mundo de los cuentos es mucho más variado que el de los monólogos. No quiero pensar aquí solamente en ese tipo de monólogo al que estamos tan acostumbrados por la tele: sucesiones de tópicos buscando la risa fácil, contados con más o menos gracia sin mucha pretensión de permanecer en la mente o el corazón del espectador. Incluyo aquí también otros monólogos con algo más de contenido. Estos normalmente se sitúan también en el humor o al menos en el entretenimiento, más o menos elaborado, pero tratan de comunicar algo a un nivel más profundo, que tienen más enjundia, ya sea desde el punto de vista de las artes escénicas o del contenido. En estos monólogos "con contenido" meto los monólogos científicos que hago con The Big Van Theory, que cuentan conceptos científicos rigurosos, y que usan ese formato entretenido o humorístico para llegar fácilmente a un público no necesariamente formado o interesado en ciencia. Aun con este concepto un poco más amplio de monólogo, el mundo de los cuentos resulta más heterogéneo. No hay tema ni tono, no hay emoción ni intención que no esté presente en los cuentos. Y eso aunque nos restrinjamos a los cuentos de tradición oral y no nos asomemos al tesoro de la literatura, a los cuentos de autor. En un mismo cuento podemos estar viviendo emociones que nos resultan cotidianas o mirando a los ojos a los dioses, podemos situarnos en la inocencia de los primeros humanos, en la euforia del que siente el amor por primera vez, o en la angustia de quien tiene que abrir esa puerta detrás de la que sabe que le espera la muerte... En los monólogos, todo eso no pasa. Los cuentos nos alejan y nos acercan a nosotros mismos, nos ponen frente a situaciones increíbles o anodinas, la variedad de temas y de registros es desorbitada (mi formación matemática no me permite decir la palabra "infinito" en vano). En el mundo de los monólogos sin embargo, lo común es explotar las situaciones cotidianas dándoles un giro hacia lo humorístico, incluso lo grotesco, pero casi siempre sin trascender la anécdota o el chiste.

Otra diferencia fundamental, hasta donde yo puedo decir, es la intención con la que el orador se sitúa ante el público que viene a participar en una sesión de monólogos o en una sesión de cuentos. A mi modo de ver, la intencionalidad es mucho más explícita y más directa en los monólogos, y más cerrada, diría yo (aunque no del todo). Nuestros monólogos científicos tratan de comunicar conceptos de las matemáticas, la física, la química, la biología, la geología ... de una forma entretenida e incluso graciosa. A cualquier tipo de gente, tenga formación científica o no. En muchos de los monólogos que he visto -desde que estoy en esta movida he visto algunos más- la intención es suscitar la risa, a ser posible la carcajada, entretener y servir de evasión. Normalmente no hay nada más, y no es poco eh, no vamos a ponernos estupendos tampoco, que no toda comuniación oral ha de ser solemne y trascendental. El monólogo tiende a ser un modo de espectáculo, no es algo a despreciar, pero tampoco podemos pedirle lo que no promete. Sin embargo en los cuentos la cosa es radicalmente diferente. En el acto de contar, la cuentera, el narrador, comparte con el público la experiencia polisémica del cuento. Normalmente no trata de aleccionar, ni de suscitar una determinada emoción, o de hacer reír... al menos no de un modo directo, no todo el tiempo, y desde luego no utiliza el cuento como vehículo o instrumento. El cuento tiene identidad propia, no es usado para una intención concreta, y cuando es así queda claramente desvirtuado el acto de la narración (por ejemplo, cuando se quiere convertir en mero espectáculo). En el momento en que la narradora está contando, ella es de alguna manera el cuento. Hay una identificación entre cuento y cuentero de la que el público también participa. Y es en esa identificación donde cada cual encuentra lo que ese cuento, en esa circunstancia, en ese momento y lugar tiene que ofrecer a esa persona en particular. Podemos decir que en ese momento el cuento "es" en la que narra y en el que escucha. En el monólogo esta identificación no se da, o se da de un modo mucho más superficial. El monólogo está normalmente más "cosificado" que el cuento, el acto de comunicación es más direccional, de monologuista a público. Creo que el acto de contar cuentos es más comunitario, en realidad creo que es esencialmente comunitario. Esto exige y provoca en la que escucha una implicación mayor que en el caso del que escucha monólogos. El mismo cuento por tanto cambia más, de una sesión a otra, que el monólogo, aunque éste también lo hace.

Voy a entrar solamente en otra diferencia que para mí es fundamental. Es el recorrido, la vida -entendida como duración y evolución- que tienen el cuento y el monólogo, desde que nacen hasta que habitan en quien los recibe. El cuento tiene casi siempre un origen incierto, incluso aunque sea la obra exclusiva de un escritor. El cuento tradicional nace de la experiencia de la comunidad y con ella crece, se define, se afina, se enriquece, se simplifica e incluso a veces se desvirtúa. A un cuento incluso se le puede traicionar. Durante ese desarrollo, las vidas de quienes lo cuentan y lo escuchan se van sedimentando en las palabras que forman el cuento. Es un proceso normalmente lento, pero a veces es visible. Cuando llega a quien lo recibe, ese origen incierto, ese desarrollo, ese sedimento y el acto mismo de la narración se instalan en la persona. Es muy posible que no arraigue, o que lo haga de forma superficial, pero también es muy posible que pase a formar parte de la persona, ya sea por un tiempo breve o para siempre. Estoy seguro de que habéis tenido esa experiencia como "escuchadores" y lectores de cuentos. La cosa es que el cuento tiene, como pasa con las obras de arte o con las reflexiones de los filósofos, un recorrido dentro de la persona que entra en relación consciente con él. El monólogo tiene, sin embargo, y siempre a mi modo de ver, un recorrido más corto. Nace de forma más abrupta y muere también poco después de haberse alojado en quien lo escucha. Su naturaleza es más anecdótica, por cuanto es un vehículo, ya sea de la risa inmediata y efímera o de contenidos más permanentes, pero que se deshacen pronto de él. El monólogo no está llamado a permanecer, está más asociado a su misión de provocar una determianda emoción o reacción, o a su misión de transmitir unos conceptos. Tiene una intención clara, y eso limita su capacidad de relación con quien escucha.

En estos meses que llevo de "monologuista científico" o "científico monologuista", no sé muy bien, he podido comprobar que ser cuentero es muy útil para ser monologuista. Y no me refiero sólo a lo que es evidente: saber estar ante el público solo con la palabra, tener tablas, la experiencia acumulada... Me refiero a que el contacto con los cuentos, con la palabra narrada, me ha hecho dar una pátina de oralidad a mis textos como monologuista. Cuando escribo o cuando interpreto mis monólogos soy un cuentacuentos que sabe que todo en los cuentos pasa tres veces, que los personajes hacen la historia y viceversa, que la emoción te hace esperar la siguiente frase, haya en ella sorpresa o no, que en los cuentos se ríe, se sufre y se desea, y que todo eso se cuenta con los ojos, con las manos, con la palabra... que de alguna manera te conviertes en lo que narras. Me ayuda a cosificar menos mis monólogos, a narrarlos más. Me ayuda a identificar el ritmo narrativo del monólogo y a no tener miedo a la ambigüedad, entendida ésta como la variedad de reacciones que puede suscitar, no a la ambigüedad de los conceptos, que en ciencia sería contraproducente. La experiencia con los cuentos me ayuda a mimar las palabras que forman el monólogo y a dejarme llevar un poco donde él me quiera llevar. Un monólogo no es un cuento, no tengo la pretensión de creador de historias, pero es verdad que cuando hago mis monólogos, de alguna manera vienen conmigo los cuentos que he leído, que he contado, que he vivido, porque ellos forman parte de mí. Y eso, seguramente se nota, en los textos que produzco, y en el modo como los llevo a los escenarios.

Al hablar de ciencia sigo contando cuentos. Y es que de alguna manera, la ciencia, que es la protagonista de mis monólogos, es como los cuentos, que nos dan refugio ante lo desconocido, que iluminan más que la hoguera en torno a la que se cuentan.

Eduardo Sáenz de Cabezón
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