Para quien no conozca o haya trabajado nunca la técnica Alexander, se puede buscar información en la red. Hay mucho, sin embargo a medida que indagaba para este artículo, me encontraba en varias páginas de técnicos, actores, escuelas dramáticas, un texto sobre Alexander que se repetía, aunque con diferentes firmas.
El texto original es el que trascribimos (una parte) aquí y pertenece al libro El uso de sí mismo de Matthias Alexander, en Editorial Urano, un libro básico para comprender que esta técnica, más allá de modas confusas, es una herramienta fundamental para quienes trabajamos con la voz.
La técnica Alexander, hoy en día también aparece aplicada como terapia contra estrés, para embarazos, para diferentes afecciones, pero a nosotros nos interesa la técnica desarrollada por su creador, dirigida a actores, para quitar de nuestro hacer cotidiano una serie de vicios y costumbres que afectan directamente a la voz.
Los elementos físicos más importantes en la producción de la voz (respiración, fonación, articulación) son todos procesos que ocurren como respuesta de los músculos a una estimulación nerviosa.
No se puede separar el uso de la voz del resto del cuerpo. La comunicación no se centra solo en órganos vocales, toda la persona se ve involucrada. Y el entorno, la relación con uno mismo con los demás y la intención del momento, afectan. Por consiguiente, si nuestras partes mecánicas están afectadas, también lo estará la voz.
Para bien o para mal, nuestro cuerpo es la base que sustenta la voz, pensar en lo que hacemos con él es parte ineludible, de nuestro trabajo con la voz.
Frederick Mathias Alexander (Tasmania, 1869), comenzaba una brillante carrera como actor profesional cuando comenzó a quedarse progresivamente sin voz durante sus actuaciones. Tras probar sin éxito todos los tratamientos médicos que le fueron recomendados, decidió investigar por sí mismo la causa de su problema.
Su primer gran descubrimiento fue la estrecha relación existente entre la voz y la forma en que usaba su cuerpo y entre la forma de usar su cuerpo y la forma de pensar.
A raíz de este descubrimiento comenzó a desarrollar una técnica que le permitiera inhibir sus malos hábitos y usar su cuerpo de una forma más suelta, integrada y, por ende, eficiente.
Explorando la forma en que se usaba a sí mismo, Alexander se sorprendió al ver que cuando se disponía a declamar, inmediatamente adoptaba una postura tal que acortaba y deprimía su laringe y esto le causaba ronquera y pérdida de la voz. A través de varios experimentos descubrió que para que su voz se recuperara y sonara óptima era fundamental una relación adecuada entre cabeza, cuello y espalda y que esta relación no era solo inseparable, sino además determinante de la organización y el funcionamiento general de todo el organismo.
El primer problema que enfrentó entonces fue que lo que él percibía como una relación “natural” entre cabeza, cuello y espalda no era la mejor y cuando pretendía cambiar esta relación para permitir más espacio para su cuello, la nueva posición se sentía muy extraña y no se sentía “correcta” o “adecuada”.
Para estas investigaciones Alexander solía observarse a sí mismo en varios espejos. La situación se complicó aún más cuando descubrió que sus sensaciones kinestésicas no se correspondían con su imagen reflejada: cuando él pensaba que estaba colocando su cabeza en determinado lugar en relación con su cuello y espalda, su imagen en el espejo le mostraba que en realidad estaba haciendo algo diferente. A raíz de este descubrimiento se dio cuenta de que su tarea era más compleja de lo que parecía en un principio, ya que debía reeducar completamente la percepción que tenía de sí mismo.
Alexander fue así construyendo un proceso que implicaba, en primer lugar, decir “no” (“inhibir”) a su reacción habitual de utilizar su cuerpo de determinada manera y, en segundo lugar, tomar una decisión consciente de organizarse a sí mismo de una forma nueva. Debido a la incapacidad de confiar en su percepción habitual, todo este proceso debía ser permanentemente razonado paso a paso. Este proceso de inhibición* y dirección le permitió ir restableciendo una mejor organización de sí mismo, a la vez que iba recuperando su sentido kinestésico, de modo que, poco a poco, podía percibir con más claridad lo que realmente hacía con su propio cuerpo.
Finalmente Alexander comenzó a ser capaz de mantener el alargamiento de su estatura mientras declamaba, logrando una voz plena y resonante con gran libertad y capacidad en la respiración. Sus colegas comenzaron a admirar su nueva voz y a querer aprender de él. Así es que Alexander comenzó enseñar y rápidamente se volvió famoso en Australia como “el hombre de la respiración”. Por recomendación de varios conocidos y admiradores de su técnica, en 1904 viajó a Londres y muy pronto comenzó a trabajar con los actores y personalidades más influyentes de la época, cobrando fama internacional.
Al instalarse en Londres comenzó a trabajar con los principales actores de la época: Henry Irving, Lewis Waller... Su técnica daba tan buenos resultados que rápidamente comenzaron los “plagios” y malas praxis, así que en 1910, Alexander escribió una declaración de principios la Man’s Supreme Inheritance, que se siguió publicando, y actualizando a medida que avanzaba en conocimientos de la técnica durante 45 años.
A partir de 1914 trabaja medio año en Estados Unidos y medio año en Inglaterra, con las principales compañías de teatro de la época, con George Bernad Shaw, John Dewey, Aldous Huxley, etc.
Continuó con su práctica privada y su escuela de formación de profesores hasta su muerte a los 86 años.
El descubrimiento de que “el uso determina la función” y su evolución de una técnica que permite la reeducación del manejo del cuerpo mas la liberación de hábitos de conducta que enturbian la elegancia escénica, es uno de los grandes logros de Matthias Alexander.