La narración oral está íntimamente ligada a la palabra, es cierto, y cuando indagamos en los orígenes del cuento y en lo que llamamos tradición oral, nos encontramos con palabras que en un momento de la historia alguien decidió imprimir y salvarlas así del olvido.

Pero si la narración oral está compuesta sólo de palabras, ¿dónde está la necesidad del narrador? ¿No bastaría con imprimir las palabras y hacer fotocopias? ¿o a lo sumo escuchar los cuentos con las voces que propone el traductor de Google? La presencia del narrador ¿aporta algo al cuento?

Es el término “narración oral” que incita al error. Sería más justo hablar de narración en directo. Quienes imprimieron los cuentos tradicionales, no pudieron imprimir los gestos, las actitudes, el ritmo, las maneras, las entonaciones y todo aquello que forma parte de la narración en directo. Ese universo gestual y visual forma parte de la escritura de un cuento, es a la vez forma y contenido.

Estamos hablando de comunicación. En la comunicación, ya se trate de televisión, de cine, de teatro, de narración oral e incluso de una conversación cotidiana, la palabra está continuamente acompañada de la imagen. 

Según Albert Mehrabian[1], la expresión no verbal representa más del 90 % de la percepción de un mensaje. Esto es: el 38% del mensaje está vehiculado por la entonación de la voz, el 55% por la expresión de la cara y el lenguaje corporal y el 7% restante corresponde a la comunicación verbal, o sea, al significado de las palabras.

Es decir, que cuando se imprimieron los cuentos tradicionales, sólo pudieron imprimir un 7% del cuento. Si bien una parte de la dimensión visual de la narración se conserva en la cultura popular, intuyo que la mayor parte se desvaneció con el tiempo y, en ese sentido, la riqueza cultural que se perdió por el camino es inmensa.

Desde hace algunos años imparto el curso destinado a narradores cuyo titulo es “El cuento en movimiento”. No se trata de aprender a narrar moviéndose más ni de imponer una manera concreta de contar historias; ello sería a mi juicio un gran error ya que impediría que cada narrador desarrolle su propio universo gestual y narrativo. En el curso, propongo una reflexión colectiva sobre la gestualidad, la entonación, el ritmo, el movimiento y todos aquellos elementos que forman el lenguaje no verbal que, como todo lenguaje, tiene sus reglas, sus excepciones, su estructura y su manera de articular frases y conceptos. Insisto especialmente en desarrollar el arte de la observación; los cuentos están hechos de vida, es la vida lo que el público reconoce y comprende; la vida esta continuamente a nuestro alrededor y desarrollar el arte de observarla enriquecerá sin duda nuestros cuentos.

Pongamos un ejemplo que seguramente todos hemos vivido. Imaginemos que estamos en una fiesta y que Natalia y Pedro pasan un momento para saludar a todos; Pedro cuenta una anécdota graciosa y Natalia entra en una conversación ya iniciada. Se podría decir que se lo están pasando bien. Llega el momento en que tienen que irse con los besos de rigor, los hasta pronto y dale recuerdos a tu madre, etc.  Apenas se han ido alguien hace el comentario: “¿Os habéis dado cuenta? Pedro es un celoso de cuidado”. Todo el mundo está de acuerdo porque todo el mundo “ha visto” que Pedro es celoso. Pero, ¿cómo lo hemos visto?, ¿en qué? Pedro no tenía ningún cartelito en su frente diciendo “Soy celoso”. Es en la gestión de sus gestos que “hemos visto” sus celos. Si conocemos esa gestión podremos aplicarla a un cuento y hacer que los celos de un personaje sean visibles.

En el curso “El cuento en movimiento” propongo un análisis del movimiento para detectar aquellos gestos que pueden ayudar a la narración y aquellos otros que pueden entorpecerla e incluso contradecirla.

Un cuento no hay que escuchado solamente, también hay que verlo.

 


[1] Albert Mehrabian es profesor de psicologia de la Universidad de California y conocido pour sus publicaciones sobre la diferencia entre los mensajes verbales y los no verbales.