Entiendo el arte de contar historias de viva voz como una conversación en el aquí y el ahora.

Un encuentro en un lugar y hora determinados para entablar un diálogo con los asistentes.

Para favorecer el encuentro lo primero es conocer el lugar donde se realizará la actividad, ver si está preparado de una manera adecuada a las necesidades de quien cuenta, y tenerlo todo listo a la hora de empezar a recibir al público. Esto parece quizás demasiado obvio, pero prefiero empezar por el principio.

Preparado satisfactoriamente el lugar, la persona que cuenta se prepara también para la tarea  y toma una decisión que me parece importante:

¿Cómo comenzará su relación con el público? ¿Lo recibirá o se mantendrá oculto hasta que la gente esté instalada?

Ya sea desde el mismo lugar que el público o desde el camerino, la persona que cuenta entra en el espacio específico donde se ubicará para contar las historias. Aunque ya se haya determinado la relación con el espacio, la persona que cuenta entra, llega, elige el lugar donde se ubicará o confirma que la ubicación elegida es la correcta, se ubica y se instala para continuar con la tarea.

Damos por hecho que si el público viene a oírnos contar, tenemos otorgada la palabra, pero en muchas ocasiones (por no decir en todas) es necesario escuchar cuándo es el momento en el que realmente estamos autorizados para empezar el viaje.

Si pensamos en un conductor de autobús, este no arranca hasta que todas las personas que harán ese viaje suban al vehículo en cuestión y estén en sus asientos dispuestos a viajar cómodamente.

En el caso del viaje por las historias contadas de viva voz aparecen algunos elementos que me parecen básicos e importantes para tener en cuenta:

El silencio, la escucha  y la disponibilidad.

Muchas veces pensamos en estos elementos desde el público y pedimos silencio para que los asistentes estén disponibles con el fin de escuchar las historias.

Viene a mi cabeza el refrán “HAZ LO QUE YO DIGO PERO NO LO QUE YO HAGO” y esto me lleva a pensar que el silencio, la escucha y la disponibilidad, siendo el arte de contar historias de viva voz una tarea compartida, no solo es inherente al público sino a todos los integrantes de la ceremonia y deben ser utilizados de la manera adecuada.

Hablamos del silencio como la ausencia de ruido. Pero… ¿de qué ruidos estamos hablando?

Los primeros ruidos que vienen a mi cabeza son los que trae del exterior la persona que cuenta. Me refiero a esos ruidos que pertenecen a nuestro ámbito cotidiano y  que poco aportan a la tarea.  Por ejemplo, ¿Habré apagado el gas? ¿Dejé la cena lista? ¡Qué cabrón el del taxi que me trajo por el camino más largo! Etc.

Entonces pienso en la preparación del silencio de la persona que cuenta.  Una tarea que pertenece al tiempo previo a la sesión, a la intimidad de la persona que cuenta consigo misma antes de recibir al público e invitarlo a instalarse en ese silencio compartido.

La escucha y la disponibilidad se facilitan desde este silencio.  Escuchar la respiración del público para poder llevarlo por las historias de manera que nadie se agite, que sea placentero para todos. Esa escucha me permite saber qué tipo de relación se está estableciendo y cómo puedo llevar el hilo de la conversación sin entorpecer esa relación.

Una buena preparación me facilita estar disponible. Esta disponibilidad me mantiene relajadamente alerta para sortear los inconvenientes que podrían surgir y para no perder de vista el silencio y la escucha.

Contar historias de viva voz es un encuentro en el aquí y el ahora. Y una persona disponible a escuchar desde el silencio puede generar un viaje placentero por las historias.

Estar presente en el aquí y  el ahora, instalado en el silencio, la escucha y la disponibilidad, es un buen marco para transitar este encuentro de almas.

 

José Campanari

Profesor en la Escuela de Verano de AEDA 2014