Mi abuelo negaba ser gitano. Paquillo “el loco”, hijo de Paco “el loco”,  mote por el que era por todos conocido en Almuñécar. Almuñécar es un  municipio granadino de la costa que en su origen fue un pequeño enclave fenicio llamado "Sexi"; de ahí el gentilicio formal, "sexitano". Mi abuelo se debió tomar al pie de la letra el gentilicio, fueron muchas las amantes que tuvo a lo largo de su vida. Aún, hoy en día, si preguntas a mi padre te dirá que su padre no era “gitano” que era “fenicio”. Otra cosa es si preguntas a mi madre o si preguntas a los familiares que aún quedan y con los que desafortunadamente tengo poco roce. La respuesta es implacable: tu abuelo y toda su familia eran gitanos. 

Yo a mi abuelo lo conocí poco, pero recuerdo cómo me impresionó cuando de pequeña vino de Alemania con mi abuela, donde eran emigrantes, para ir a la boda de un familiar en Salobreña. Yo, que ya había asistido a otras bodas con mis padres en Granada, aburridísimas todas, dicho sea de paso, mantengo en mi memoria, como si de un hecho soñado se tratara, aquel júbilo, aquellas camisas rotas, la corbata cortada y sobre todo aquel pañuelo manchado de sangre al que tanta importancia le daban todos.

“En un verde prado
tendí mi pañuelo,
salieron tres rosas
como tres luceros".

De mi abuelo recuerdo su piel verde aceituna, su voz grave y que siempre iba muy acicalado, tanto que adivinabas que llegaba por el sonido de las tapas de claqué con las que protegía sus zapatos: 

“Así no se gastan,” decía.

También algunas anécdotas surrealistas que de él me han contado. Dice mi madre que en un viaje de los muchos que hizo desde Almuñécar a Colonia (Alemania) a lomos de su impecable Mercedes blanco, a no más 40 kms por hora, llevó todo el camino un pulpo al que había abierto y separado sus patas con trozos de caña, puesto a secar colocado en la antena del coche. Si queréis probar el mejor pulpo seco, tendréis que venir a la zona de la costa tropical, nada que ver con la textura que tiene el pulpo “a la gallega”. La técnica para secar un pulpo es típica de esta zona de España pero dudo que tuviera mucho que ver con aquella alocada idea.

También me han contado que una noche en la que estaba estudiando francés cuando era un zagal dejó a todo el pueblo sin electricidad con uno de sus inventos. ¡Estudiando francés! Mi abuelo y mi abuela una vez casados vivieron durante algunos años en Tánger.

Desde hace casi ya veinte años me dedico a la narración oral. Llegué a esto como el burrito de Tomás de Iriarte, por casualidad y quedé atrapada en esta “fórmula” de contar historias. También las sigo contando a través del teatro. He contado con libro, sin libro, con personaje, sin personaje, en inglés, en español, en italiano, a multitudes, a grupos reducidos, a mayores, a pequeños, a público familiar, a públicos multiculturales, a señores y señoras con corbata, a autistas, a personal bibliotecario y hasta a personal médico… Me ha preocupado mucho qué contaba y por qué lo contaba, pero hasta hace muy poco no he descubierto la trascendencia de nuestro oficio y lo que en mi tenía de lazo atávico. Un día me crucé en mi camino con los Cuentos populares de los gitanos españoles que la editorial Siruela había publicado recopilados por el folklorista Javier Asensio y editados por la editora Ana Cristina Herreros. Abrí la puerta a mí  niñez y, poco a poco, conforme iba leyendo fui descubriendo cómo muchos de esos cuentos eran los que mi abuela paterna y mi madre me habían contado y empecé a hacerme preguntas y lo más importante a buscar respuestas. 

elabueloPaco

¿Quiénes eran los gitanos? ¿De dónde venían? y ¿qué temía mi abuelo al ser “reconocido” como gitano? 

Mi abuelo, tal vez, intentó “integrarse” y por ello renunció a su historia, o simplemente se negaba a llevar etiqueta alguna o a “comulgar” por obligación con ciertas leyes impuestas. Pero lo que está claro para mí es que reencontrarme con estos cuentos me ha hecho reflexionar sobre la importancia de dar voz a nuestra comunidad y del peligro que supone la historia única. 

Sonia Carmona