Paul Zak padre de la neuroeconomía, afirma que “la forma de narración más elemental puede causar una reacción empática muy poderosa” y si la narración deja de ser elemental  y se convierte en un auténtico “ser vivo” en boca del buen narrador, el poder que se desata es incalculable. Y eso precisamente es lo que ha sucedido en el transcurso de estos dos últimos cursos entre los alumnos y profesores del instituto San Isidro de Azuqueca de Henares.

Todo comenzó como una pequeña iniciativa dentro de un proyecto global de comunidad, llamado Pasaporte Cultural, que pretendía conseguir la participación activa de los jóvenes que cursan de 3º de ESO a 1º de Bachillerato en los institutos de Azuqueca de Henares. Desde hacía años se evidenciaba que el aprovechamiento de los recursos culturales de la localidad –organizados con mucho esfuerzo– era mínimo en esta franja de edad. La directora de la Biblioteca Pública en colaboración con la Concejalía de Cultura decidieron desarrollar una experiencia que ya se estaba llevando a cabo en algunas universidades como la Carlos III. Se diseñó un programa de actividades culturales que se coordinó con los institutos y que permitiría que los alumnos participantes en las diferentes propuestas obtuvieran sellos –que se irían registrando en un pasaporte– para, al terminar los trimestres, ser canjeados por notas en las diferentes áreas. La idea inicial era que los alumnos acudieran a los espectáculos y talleres para obtener los “valiosos” sellos pero que, con el paso del tiempo, la asistencia ganara peso por sí misma, tal y como ha sucedido tras dos años de desarrollo del proyecto.

Uno de los ámbitos artísticos más exitosos y demandados fue el relacionado con la narración oral. Tradicionalmente, la Biblioteca había programado cuentacuentos en horario escolar y se buscó confeccionar un proyecto más ambicioso. Un jueves al mes durante todo el curso escolar un narrador profesional acudiría a la “Casita de los Cuentos”, espacio creado específicamente para estos espectáculos, en horario de tarde. Así se planteó el primer gran reto: conseguir que jóvenes que habitualmente utilizan su tiempo de ocio en actividades muy alejadas de la narración oral acudieran de modo sistemático a esta actividad de tarde. A esta dificultad se sumaba otra: muchos de ellos asociaban los cuentacuentos a espectáculos infantiles a los que alguna vez acudieron cuando estaban en el colegio. ¿Cómo lograr romper estas dos grandes barreras? Sólo había una oportunidad para conseguirlo, si se conseguía reunir a un número importante de jóvenes que acudieran por primera vez al evento y éste era impactante y tenía capacidad de enganchar, probablemente, la continuidad estaba asegurada. Y así fue. Se produjo el milagro.

La primera sesión a la que acudieron, en la que descubrieron a Pep Bruno, fue el comentario generalizado al día siguiente en el recreo. A partir de ahí, cada jueves de cuentos se convirtió en un nuevo gran desafío, había que conseguir que este público tan complejo regresara a la cita. En clase de Literatura se trabajó con especial interés el subgénero del cuento en sus múltiples modalidades, del cuento tradicional al de autor, se escucharon cuentos que cada alumno buscaba para compartir, se escribieron, se analizaron, se reinterpretaron, se diseccionaron… nos sirvieron hasta para hacer análisis morfosintácticos ¡pobres cuentos! A esta “movida cuenteril” se vino a sumar un estimulante taller de narración oral, también por la tarde, impartido por Pep al que acudieron un buen número de alumnos. La mañana siguiente a cada sesión del taller los cuentos volvían a ocupar nuestras vidas y se referían las anécdotas o los episodios curiosos acaecidos la tarde anterior. Poco a poco, el cuento fue ocupando los tiempos de ocio de los estudiantes. 

La gran transformación se produjo cuando estos adolescentes, inoculados ya del virus del cuento, empezaron a ser los protagonistas de pequeños espectáculos de narración oral. A finales de octubre de 2015 y 2016, coincidiendo con la festividad de los Santos, tan mediatizada por celebraciones como el Halloween estadaunidense, decidimos crear un evento que sustituyera al tan manido “truco o trato”. Organizaríamos una noche de ánimas en la que los participantes se transformarían en ánimas del purgatorio y algunos de ellos, los más “cuentistas” relatarían historias de miedo. La propuesta tuvo un éxito inesperado: casi una cincuentena de ánimas del purgatorio (alumnos del IES San Isidro y algunos profesores) iniciaron al anochecer un paseo de ánimas al ritmo de tambores desde la biblioteca pública a la Casita de los Cuentos para, una vez allí, iniciar una sesión de cuentos de miedo “interpretados” por los alumnos de Secundaria y Bachillerato. El público abarrotó la Casita y los narradores noveles experimentaron la emoción de su estreno en estas lides. Al año siguiente el número de ánimas aumentó considerablemente y los espectadores también por lo que hubo que organizar el evento en dirección opuesta y celebrar el espectáculo de narración en el Salón de actos de la biblioteca, una veintena de ánimas contaron y más de un centenar de espectadores disfrutaron terroríficamente.

Estos inicios de curso protagonizados por los “cuentos contados”  por los propios alumnos –y, en ocasiones, por algunas profesoras-  marcaron el camino para los meses siguientes. Este camino se convirtió en el segundo gran reto: conseguir que un viernes al mes, a partir de las 21:00 h, los estudiantes más valientes y contadores fueran capaces de construir un espectáculo colectivo en torno a los cuentos. A ello había que sumar la dificultad que suponía que un viernes en ese horario los chicos y chicas dejaran sus quehaceres nocturnos para sustituirlos por ir a escuchar los relatos que sus compañeros contarían. Éste se convirtió en un acontecimiento estresante, sin duda, con una dosis mensual. ¿Seríamos capaces de lograrlo? ¿Conseguiríamos que se produjese el milagro durante siete meses a lo largo del curso escolar? Cada viernes de cuento nos reuníamos con el grupo de contadores dos horas antes del espectáculo para ensayar y, sobre todo, para compartir emociones y ánimos. 

Más de cuarenta jóvenes han contado en estos dos cursos, para todos ellos la experiencia ha sido totalmente transformadora. En principio sólo se animaron los que disfrutaban de cualidades innatas para la narración y la oratoria pero, poco a poco, otros se sumaron y, con mayor o menor esfuerzo y preparación, todos consiguieron experimentar la emoción difícilmente descriptible de “darse” al contar sus historias para recibir a cambio la admiración y reconocimiento del público. La experiencia a nivel emocional es tan potente que ha conseguido que jóvenes con dificultades de diverso género hayan sido capaces de superarlas y salir reforzados personalmente del proceso. La iniciativa nunca se planificó como una terapia o un mecanismo para nada en especial, sólo se desarrolló con el propósito hedonista del juego, del disfrute con la comunicación directa y sincera que nos ofrecen los cuentos, quizás esto haya permitido que durante dos cursos haya sido un éxito.

El último gran reto fue conseguir un repertorio válido para un público muy exigente que no acepta cualquier cosa. Lograr cuentos adaptados a sus gustos y estilos de narrar fue muy complejo. Por el escenario pasaron leyendas urbanas, cuentos medievales, de tradición oral reinterpretados, cuentos de amor, de miedos, cuentos eróticos, cuentos de preocupaciones exitenciales… incluso cuentos propios que tuvieron un éxito desigual. Los narradores se mostraron siempre muy exigentes con las características, contenido y mensaje de las historias que se les proponían. Una de las grandes dificultades de una tercera edición de la experiencia será el repertorio porque la novedad, del mismo modo que la sorpresa, es clave para este público y para estos narradores –ninguno quiere contar una historia ya contada porque no quiere competir ni ser comparado con otro colega–. El concepto de propiedad se agudiza cuando de cuentos se trata. 

En definitiva, no sabemos si este “milagro” se podrá seguir produciendo un curso más; tendremos que agudizar el ingenio para poder innovar, sorprender, intrigar, emocionar… para continuar con la inoculación del virus del cuento a las antiguas y a las nuevas promociones de alumnos. Lo que se ha evidenciado es que ésta puede ser una alternativa a los tiempos de ocio de nuestros jóvenes que contiene escondido un enorme poder de transformación personal y colectivo. Todos somos distintos –mejores– después de estos dos cursos de cuentos.

Para terminar,  sólo nos resta transmitir todo nuestro agradecimiento y cariño a Eva Ortiz –que fue nuestra bibliotecaria y madrina de excepción del proyecto– y a Pep Bruno que ha sido –y esperemos siga siendo– nuestro maestro, nuestro protector, nuestro amigo.

 

 

Mar Gutiérrez Martínez
Profesora de Lengua y Literatura IES San Isidro

Este artículo pertenece al boletín n.º 46 – Jóvenes, literatura y lo que se tercie