Me preguntaron: ¿cómo es contar en provincias? Y yo me pregunté ¿es que existe un centro? Porque yo me siento en el centro, en mi centro.
Una de las razones por la que cuento cuentos es porque a través de ellos he recuperado parte de una historia usurpada. Narro en una lengua minorizada, en un país ninguneado con un paisaje en vías de ser borrado, con una cultura convertida en folclore, sin medios de comunicación propios. Esto, dicho por el Che o por el subcomandante Marcos, suena revolucionario; dicho por una mujer del siglo XXI, habitante de una región europea, puede resultar pedante y localista.
No es una cuestión de ser localista; se trata “de ser”. Mi realidad la construyo a partir de lo que tengo cerca: mi gente, mi paisaje, mi historia, mis gracias y mis desgracias. La identidad es lo primero que necesito para poder contar, para poder contarme: ¿Quién soy yo para contar esto? Y la identidad, en este rincón del Mediterráneo, anda escondida. En la profesión, a esta falta de referentes como pueblo, se suma la práctica inexistencia de narradores anteriores a los años 90; ni tan solo en el mundo de la música o en otras artes que hubieran conservado nuestros cuentos, los que dan razón de ser a tantas cosas.
Una serie de narradores encabezados por Llorenç Giménez vieron la necesidad de revertir esta situación y se pusieron a contar primero, desde la escuela; después hemos sido muchos, y muchas. Se han recuperado “rondalles”, canciones, adivinanzas, trabalenguas, ritos, mitos… se ha mantenido viva esta cultura, se le ha dado una vuelta y se ha llevado a todos los rincones del territorio, que son muchos. Si en algo se caracteriza la zona central del País Valenciano, es de estar compuesta por muchos pueblos: 34 en mi comarca, con 34 bibliotecas o agencias de lectura. La mayoría programa sesiones sobre fechas señaladas: día del libro, de la biblioteca… Otras disponen de algún tipo de programación mensual y/o realizan campañas escolares. Y esto da para bastante.
Pero mi identidad también la construyo como habitante del planeta y soy hermana de los otros pueblos, de otras tradiciones, de las que también bebo. Sin embargo, centrarse aquí, en la propia, ha sido una necesidad, un acto de pura necesidad existencial. Desde otras coordenadas puede verse como un cierre, pero creedme, es una reapertura, una regresión, un renacer, porque nos habían muerto. En los últimos 15 años, además, han florecido músicos que han actualizado la tradición, narradores que han recuperado historias; folkloristas y proyectos que han revivido la cultura. Ahora que vuelven a sonar nuestras canciones, que hemos resucitado a nuestros monstruos que dormían en el túnel del tiempo, que sabemos qué seres fantásticos habitan nuestras montañas, ahora que hemos rescatado una parte de nosotros, ya me siento con ganas de contarlo a los cuatro vientos. Ya sé quién soy, como pueblo, para contar.
A nivel práctico, podría parecer que contar cerca de casa solo es una ventaja porque los kilómetros no pesan tanto, puedes dormir en casa todos los días y hasta organizarte para llevar una vida familiar más o menos normal. Pero para mí es conveniente por muchas otras razones. Conozco al público, las condiciones del lugar; puedo, con anterioridad, prever situaciones que no sean favorables para la contada, intentar cambiar las condiciones del espacio y hasta adaptarme a cambios de última hora. Conozco las características de los pueblos, las enemistades con los otros pueblos, sus fiestas y tradiciones y estos detalles pueden enriquecer la narración.
Pero lo más importante para mí es que la sesión no acaba con el último cuento, porque hay determinado público que asiste desde hace años, los padres traen niños que no habían nacido cuando venía el hermano mayor. Hago un seguimiento de lo que pasa después de las contadas; veo a los padres leer a sus hijos y hablo de la sesión con los niños, pero también con los padres, que demuestran que tantos días de cuentos les han formado en la materia. En definitiva, me doy cuenta que los cuentos unen y enriquecen.
Como os podéis imaginar, todo lo que son ventajas se pueden volver inconvenientes. Tener un público poco variado te obliga a tener un repertorio más amplio, a preparar las sesiones para cada lugar, conociendo las características del público. Seguramente, el hecho de estar siempre cerca me limita la mirada de otras maneras de hacer, de contar, de plantear las sesiones…
Suelo contar en pueblos y ciudades pequeños, de entre 100 y 30.000 habitantes y esto no es por un interés de alejarme de las urbes, que también. Desde hace unos años el Servicio de Asistencia y Recursos Culturales de la Diputación de València edita un catálogo en el que, si cumples ciertos requisitos, puedes aparecer. La Diputación ha subvencionado estas actividades y espectáculos en pueblos inferiores a 30.000 habitantes. Esto ha favorecido que nos conozcan en estas zonas, nos llamen más de aquí y no tengamos la necesidad de salir fuera.
El hecho de contar en valenciano, el catalán de Valencia, también nos ha abierto puertas en nuestra tierra y posiblemente se las ha cerrado a gente que no utiliza la lengua, o a compañeros de fuera. Esto es lo que tiene ser bilingüe, si además de poder contar en valenciano y castellano lo pudiera hacer en inglés y alemán, seguramente, contaría en más sitios.
Si hablamos de sesiones para adultos, ahí es otro cantar. No hay un circuito propiamente dicho, aunque sí es cierto que los técnicos de cultura que nos conocen por las sesiones infantiles, nos tienen en cuenta y solemos contar en diversas actividades relacionadas con la tercera edad, las mujeres…
En definitiva, para mí contar cerca de casa ha sido una realidad que me he encontrado, porque otros compañeros delante de mí habían abierto este camino. Un camino por el que he transitado y me he encontrado de cara conmigo misma, con esa parte de mí que, como os decía al principio, me había sido arrebatada como pueblo. Y ahora ando con ganas de contarle a todos y todas los de aquí y allí quienes somos.