Podemos hablar porque tenemos un cráneo más grande que el resto de los seres vivos y eso nos permite cobijar delicadas partes de nuestro cuerpo que son capaces de transformar el aire en lenguaje articulado.

El cuento es una producción más entre todas las que el ser humano puede elaborar aprovechando el aire.

El cuento no está hecho solo de aire.

El cuento está hecho de la experiencia vivida del cuentero.

El cuentero descubre el cuento donde el resto de los mortales vive otra cosa, o no vive nada.

El cuento es el lenguaje común.

El lenguaje común no es cuento hasta que no lo habla el cuentero.

El cuento necesita un tiempo para llegar al cuentero, un tiempo para decidirse a salir del cuentero, un tiempo para ser contado, un tiempo para ser escuchado y un tiempo para ser recordado.

El cuento se construye en el tiempo individual y en el tiempo común.

El cuento exige una escucha colectiva, un espacio público.

Para hacer el cuento hay que volver a hablarlo y volver a escucharlo, no existe límite de veces para la repetición.

Un cuento va en un solo sentido; no se bifurca.

Un cuento es una estructura narrativa cerrada.

Un cuento empieza y acaba, está obligado a acabar.

Un cuento no es un metalenguaje.

El mismo cuento es, en su repetición, siempre diferente.

Cuentos diferentes son el mismo cuento.

Los cuentos contemplan el mundo.

Los cuentos obligan a recordar y a anticipar continuamente, obligan a contemplar el pasado, el presente y el futuro.

Los cuentos son “senderos de imaginación”.

Los cuentos ayudan a construir nuestra realidad interior y nuestra realidad social.

Los cuentos abren la puerta que un día atravesará la poesía.

Los cuentos están del lado del bien.

Los cuenteros son enemigos del mal.

Grassa Toro

 

Nota: Este texto se publicó por primera vez en el catálogo de la 1ª Edición del Festival Huesca es un cuento. Era el año 2000. Sólo he añadido “(Yo, que los escucho)”. El texto puede leerse con los ojos y la piel del año 2000 o con la piel y los labios del presente.

 

CARLOS GRASSA TORO, Zaragoza, 1963. Carlos Grassa Toro es escritor, pero escritor, escritor, de los que en lugar de palabras escriben Literatura, incluso cuando cree que no lo hace. Pertenece a una especie en extinción, es un humanista al que da gusto leer y escuchar y no crean que esto siempre así, este binomio no siempre sucede. Carlos dirige La CALA un proyecto cultural muy personal y difícil de etiquetar. Rescatamos una reflexión que hizo ya hace algunos años sobre los cuentos y los cuenteros, lo hizo después de pasar unos años escuchando más de quinientas funciones y cientos de voces.