Mi hijo Pablo de cuatro años duerme con Maléfica. La de antes, la de toda la vida, la del cuervo y la cara verde. Duerme, literalmente, con ella, en diferentes formatos. Me explico: Tiene un póster pegadito a la cabecera de su cama, una figurita de las de plástico duro que suele acabar serigrafiada en su mejilla al día siguiente y el cuento de La Bella Durmiente abierto por la página donde aparece “la señora Maléfica” como suele llamarla. Y así se duerme…
A veces, cuando realizo animaciones a la lectura con grupos escolares, les digo a los niños que si se duermen con un libro abierto entre las manos, los personajes de ese libro pueden saltar a sus sueños. Muchos responden y comentan entusiasmados que ya les ha pasado y otros me miran con cara de incrédulos y preguntan si pasa de verdad. Prueba, les digo yo.
Con mi hijo pequeño todavía no sé si pasa de verdad porque tampoco habla mucho de sus sueños. Sé que duerme a pierna suelta y que jamás se ha despertado asustado por este personaje tan siniestro y oscuro. Al contrario, lo busca cada noche como quien busca su osito de peluche. Cuando le pregunto por qué le gusta tanto me responde que porque es “la más mala entre las malas”.
Él sabe que en el cuento Maléfica se convierte en un dragón para luchar contra el príncipe, lo que le parece una pasada, y también sabe que su corazón es atravesado por la espada del susodicho y que cae a un foso de fuego y lava. El hermano mayor es el que se encarga de aclarar por si queda alguna duda que “se muere del todo porque es imposible resistir vivo a esas temperaturas”. Y Pablo disfruta con ese final.
El cuento termina. El bien ha vencido al mal. El valor simbólico que todo final de cuento clásico posee queda perfectamente claro y entendido. Los miedos han desaparecido, se han esfumado, desaparecen con ese final “maravilloso de cuento”.
Los dragones son cazados, los gigantes engañados y comidos por un gato, los lobos abiertos en canal y cosidos posteriormente con punto de cruz, las brujas disueltas en charquitos de agua donde flotan sus sombreros… son auténticos finales de cuento, de los de siempre, y así deben ser.
El cuento termina, se cierra y se coloca en la estantería. Pero Pablo no me deja hacerlo. Él me pide de nuevo el cuento y busca la página donde Maléfica se muestra en todo su esplendor, con los brazos abiertos y su cara de mala malísima. De todas las ilustraciones del cuento escoge la más terrorífica. Se acurruca entre las páginas y agarra con fuerza su figura de plástico mientras la escena es observada por el póster de la pared. Y se duerme.
¿Por qué lo hace?, ¿por qué realiza ese ritual cada noche?
Mi hijo el mayor dice que los malos molan más. Puede ser.
Puede también que haya decidido dejar la puerta del libro abierta para que un personaje tan fascinante como Maléfica se adentre en sus sueños con total libertad. Con solo un salto, de la página a su cabecita sin tocar casi la almohada. Y soñar con Maléfica debe ser toda una experiencia. A lo mejor un día de estos me confirma si eso “pasa de verdad”. O tal vez lo haga porque sí, porque le apetece, porque le gusta, porque ha decidido dormirse con un clásico abierto y sabe que los clásicos no fallan, que pase lo que pase, si Maléfica se pone “tonta” siempre llegará un príncipe valiente, de los de servicio las 24 horas, dispuesto a mandarla a lo más profundo de un foso lleno de fuego y lava.
Porque eso sí, el final lo tiene claro y ¡ay de mí si se me ocurre cambiarlo!
POST DATA: Tras escribir el anterior artículo y andar pensando en los personajes malos de los cuentos me ha ocurrido algo, justo esta mañana, que quería compartir con vosotros.
En un colegio, realizando una sesión de animación a la lectura con alumnos de 5º y 6º de primaria, ha salido el tema de leer y creer o no en los personajes mágicos de los cuentos tradicionales. Que si las brujas no existen, que si los cuentos de gigantes y ogros son para pequeños… el discurso de siempre. Sé que inevitablemente tienen que pasar por esa etapa de incredulidad, lo sé. Pero hoy además de escucharlos les he dicho:
“Dentro de poco, el día menos pensado, vais a dejar de ser niños. Abriréis las páginas del mundo real y os encontraréis con todos esos personajes que habitan en los cuentos y que ahora creéis que no existen. Os los vais a encontrar de verdad. Os vais a encontrar con personas que serán unas brujas, con personas que se comportarán como auténticos ogros, con gente que os va a mirar por encima del hombro como si ellos fueran poderosos gigantes y vosotros seres insignificantes… Esos sí que existen y son de verdad. Por eso, ahora que sois niños, tenéis que enfrentaros a todos ellos a través de los libros, de los cuentos, a modo de entrenamiento, conocer sus puntos débiles, plantarles cara y derrotarlos. Y cuando os los encontréis de verdad os sentiréis fuertes y seguros ante ellos porque recordaréis que una vez fuisteis capaces de vencerlos en el mundo de los cuentos…"