Después de mudarme a Galicia, estuve cinco años sin volver por Argentina. En mi primer visita, después de este tiempo, participé del  decimosegundo Encuentro de Narración Oral “Cuenteros y Cuentacuentos”, que se realiza en la Feria del libro de Buenos Aires y en el que había participado en varias ocasiones como asistente. Allí noté que había aumentado considerablemente el movimiento de este “oficio olvidado”, como diría Dora Etchebarne de Pastoriza.

Encontré muchas caras nuevas, muchos puntos del país a los que había llegado este arte, nuevos espacios que le abrían sus puertas. Fue realmente emocionante ver como en estos años de ausencia había crecido este oficio que tanto me apasiona.

Desde entonces viajo a Argentina casi una vez al año, aunque solo me muevo por la Ciudad de Buenos Aires (CABA) y apenas he tocado algunas otras ciudades de la provincia como La Plata, Chascomús, Quilmes y Bahía Blanca, sé que no alcanzaría el tiempo que paso allí para visitar todos los puntos del país donde se desarrolla la narración oral.

En este crecimiento nos encontramos con personas que abordan este arte de manera profesional, semi-profesional, amateur... además de gente que se acerca para enriquecer su trabajo con esta disciplina.

Como en otros países en los que se instala y desarrolla la narración oral, esta situación es semejante y genera un avance y un atascamiento.

Mirado desde el avance se puede decir que hay más de todo. Más gente que cuenta, más lugares donde se desarrolla la actividad, nuevos espacios de formación e investigación, encuentros y festivales, y fundamentalmente más público (formado por gente afín al oficio y seguidores curiosos). Se cuenta en teatros, centros culturales, escuelas, bibliotecas, hospitales, bares, plazas, livings, centros penitenciarios y cuanto lugar abra sus puertas para que entren los cuentos

Mirado desde el atascamiento, siguen flotando en el ambiente las mismas preguntas que existían cuando yo estaba empezando hacia finales de los años ochenta. Pero creo que esto es inevitable ya que la gente nueva tiene dudas semejantes a las que teníamos. La diferencia es que en estos tiempos, de principios de siglo XXI, hay algunas personas que han investigado y van desarrollando un marco teórico que pone cada cosa en un estante y abre nuevas puertas para jugar y reflexionar.

Al ser un arte relativamente joven se entremezcla la narración oral como hecho artístico, como recurso para la animación a la lectura, como posibilidad de fomentar un punto de encuentro entre generaciones, de trabajar la memoria colectiva... Todos los fines son correctos en cierto modo, aunque pienso que como en otras artes sería bueno primero definir más claramente los objetivos básicos y fundamentales de este oficio para luego, o simultáneamente, poder utilizarlo como recurso para otros fines.

Volver a contar en Buenos Aires fue y sigue siendo un placer, el público suele saber a qué va y de ser nuevo en este rol de espectador de narración oral, se asoma con los sentidos abiertos para transitar ese viaje al que la persona que cuenta le invita.

Visto a la distancia y contrastado con gente de otros países que han tenido la oportunidad de trabajar en Argentina, el público de este país está interesado por las artes. Es lo que se dice un público culto o especializado, que desarrolla su afición desde temprana edad, motivado por la familia o la escuela. Y eso es muy de agradecer.

En lo personal más íntimo, fue muy curioso darme cuenta que mi barrio de Chacarita, revisado para que sea comprensible para públicos de otros países, fue ganando en universalidad sin perder su esencia. Que a pesar de las diferencias culturales y de las inevitables traducciones, a pesar de hablar supuestamente el mismo idioma, enriquecen el discurso. Que hablemos como hablemos, las emociones son las mismas aunque varíe sutilmente la manera de expresarlas. Que las dudas existenciales son el alimento de este oficio y que seguimos preguntándonos sobre los misterios de la vida que la ciencia y las religiones tratan de explicarnos, pero que un cuento nos puede relajar sin una respuesta certera.

Desde mi mirada de curioso, de persona que espía, hace y reflexiona, creo que sería bueno, para seguir creciendo, hacernos nuevas preguntas. Yo me las hago  en la intimidad y con la gente del oficio más cercana las comentamos y nos ocupan buena parte de nuestras charlas.

Creo que ya que las tengo (más de una con apenas un esbozo de respuesta que por el momento me guardo para seguir dándole vueltas) aquí dejo algunas para que salgan a volar por el aire y se entremezclen con las que ya vuelan hace tiempo.

¿Es la narración oral un arte que puede desprenderse de lo sagrado para llegar a la escena?

¿Es el concepto de escénico lo mismo que el concepto de teatral?

Siendo la literatura una de las fuentes donde encontrar historias para contar ¿Cómo hacer para pasar del lenguaje escrito al oral una historia? ¿Respetando el texto respetamos la historia o al autor?

¿La narración oral es un diálogo o un monólogo?

¿Alguien que es capaz de contar una historia ya es narrador o es necesario desarrollar todas las herramientas vinculadas con el oficio?

¿Es necesario encontrar recursos de otros oficios o mejor  descubrir los propios?

¿Confiamos realmente en el valor de una acción tan simple y compleja que es contar un historia de viva voz?

Espero en un próximo viaje por Argentina sentarme en un bar, frente a un café doble con dos medialunas  y su vasito de agua con gas para enredarnos en la charla y poder hablar sobre lo reflexionado en este nueva era de este antiguo arte, que parece no estar tan olvidado.

José Campanari

 

Este artículo forma parte del Boletín n.º 36 de AEDA: Panorama de la narración oral en Argentina