Durante el mes de febrero, desde el grupo de trabajo (GT) "Informe Carter" de AEDA, se ha organizado una formación en línea que ha constado de cuatro sesiones con el nombre de “Narración oral y perspectiva de género”.

Ha sido una experiencia muy enriquecedora a nivel intelectual y emocional. Desde el GT no podemos más que dar las gracias por la buena acogida que han tenido estas sesiones tanto dentro como fuera de la asociación. 

Hemos creado un espacio de encuentro y reflexión que nos ha permitido formularnos preguntas y también encontrar estrategias para sortear los caminos que la costumbre, que no la lengua, nos vuelve difíciles. 

El pasado mes de julio en Morella los amigos de AEDA me invitaron a reflexionar sobre la manera en la que me acerco al contar, sobre mi relación con el pasado y cómo este condiciona el proceso creativo, sobre el peso de la comunidad en lo que cuento. Si así planteado, en aquel momento, me pareció arrogante el pensar en mí, ahora que el compañero Estibi me encarga ponerlo negro sobre blanco me parece aún más arrogante.

Tres décadas en el oficio debieran haber dado más para pensar en lo que se ha hecho, y es un ejercicio al que no me gusta someterme, quizá porque como escuchador de viejas he creído siempre que no tenía más voz que la de otros, que la de las docenas de pastoras, carreteros, hilanderas, bordadoras, cesteras, herreros, molineras y contrabandistas que me dieron forma. Vamos a procurar que por un rato todas las voces mañaneras de la gallarada se me vayan juntando en un pensamiento, y si es que sirve para algo, lo entienda el lector como lo que es, la manera en la que Donguti va por ahí contando cuentos y en modo ninguno un intento de catequesis.

Contar, si me preguntaras ahora qué es contar te llevaría de la mano a casa de Anita, en Nuez de Aliste, una noche de esas infinitas de noviembre en que el sol se acuesta tan pronto, que la cena parece más una merienda temprana que el consuelo de la jornada de trabajo. Ellos, los de casa, y los vecinos, congregados alrededor de la lumbre en los escaños, banquillas, y taburetes apuran el plato de patatas cocidas, cortan el tocino con la navaja sobre el pan y remueven el caldero de las castañas asadas buscando esas últimas tostadas, tan gustosas. Corre la jarra de mano en mano, brillan los ojos del vino y los carrillos de la lumbre. La tarde ha sido buena para el recopilador,
las mayores cantaron romances, dieron detalles de todo, fueron desenterrando refranes, coplas, oficios, sucedidos. Ahora con el vino se “rememoria” lo “memoriado”, y aflora lo que por vergüenza o decoro estaba aún en el arca de los recuerdos, los cantares más irreverentes, los casos más escabrosos, las medias verdades y las malas intenciones, las murmuraciones que se pagaron en sangre. Es ahí, en medio de la bacanal de la memoria donde quien tiene “la gracia de los cuentos”, el don de la palabra, arranca, sin anuncios, sin levantar la voz, un gesto cierto de la mano, un asomar la cabeza al centro del corro, Anita, “dice que era una de aquí, de Nuez, que la decían Tomasa”. Todos en silencio, asienten, sonríen, se recuestan en los escaños, se dan señales, se relamen como si fuera a venir una tartera de guiso, y la historia de la bailadora y las brevas, tantas veces oída, durante generaciones, va iluminando las caras de los presentes, uno por uno. Eso es
cuando se cuenta con gracia y cuando quien escucha sabe las reglas, eso es cómo lo aprendí y eso es lo que llevo ya muchos años intentando repetir, aunque me falte la lumbre, las castañas, el escaño y quien sepa de generaciones, todos los cuentos. 

Yo, de pequeño, también quería ser arqueólogo.

No sabría decir las veces que he escuchado esta frase de boca de conocidos y extraños al explicarles que me dedico a la Arqueología.
«Arqueología».

Es casi una palabra mágica. Infalible. Pronunciarla despierta en quien escucha un gesto automático de sorpresa, ya sea un «¡Oh!» o una moderada desorbitación de los ojos, como quien se encuentra ante algo insólito, exótico.

Este acto reflejo es sintomático de una doble realidad. En primer lugar, que la imagen que la sociedad tiene de la Arqueología dista mucho del día a día la profesión: ante la visión romantizada e idealizada, a menudo perpetuada por los medios de comunicación, se impone la realidad de una práctica profundamente burocratizada, marcada por largas esperas para la obtención de permisos, acuciada por ritmos frenéticos cuando comienza el trabajo de campo, condicionada por las presiones del sector de la construcción, desprovista de su aura sexy a base de EPIs y memorias técnicas. En segundo lugar –y en íntima relación con lo anterior–, que el poder evocador de la Arqueología es enorme. En el imaginario colectivo, la Arqueología remite a aventura y apela a lo desconocido, a lo que está oculto bajo tierra a la espera de ser descubierto, sumergido en el agua, perdido en la montaña o en lugares todavía más recónditos. La Arqueología tiene, además, la poderosa capacidad de encarnar el contacto con el pasado a través de su materialidad –el patrimonio–, que es la puerta de acceso a mundos imaginados. Especular sobre el pasado es una vía de escape para pensarse en territorios y épocas radicalmente distintos a los de quien imagina. Un subterfugio que a menudo es utilizado como contrapunto deseable frente a un presente poco apetecible.

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La primera vez que me subí a un teatro para contar cuentos fue en el año 1992, como parte de las actividades organizadas por la Biblioteca Regional de Murcia para escolares. En aquel entonces, la narración oral profesional estaba casi en pañales y soñar con programaciones estables en cualquier lugar era eso, un sueño.

En el verano de 2018, media vida después, recibí una llamada del director de Teatro Principal de Alicante. Me propuso contar cuentos (en concreto mitos griegos) como parte de la programación del Festival de Teatro Clásico de Alicante. Gran noticia y no menos alegría. Sin embargo, el lugar elegido para la narración no sería el escenario del teatro, sino unas cuevas dentro del Museo de Aguas de la ciudad.
Osada de mí, quise aprovechar que la puerta estaba abierta para poner sobre la mesa una propuesta de narración permanente en el teatro. Imaginé un formato pequeño, íntimo, con el público sentado en el escenario y una función al mes. La respuesta fue inmediata: no. Según las palabras del director «El teatro solo era para teatro, y de calidad». No hubo posibilidad de insistir o de abordar el proyecto desde otro ángulo.
No obstante, desde esa primera edición, y a excepción del año de la pandemia, la narración está presente en el Festival con dos funciones para público adulto, dos para público familiar y tres para alumnado de Bachiller. Y, hasta el momento, se ha programado a siete narradores diferentes.

Mi padre siempre me ha dicho que quien la sigue la consigue. Con el paso del tiempo he aprendido que esto, unas veces sucede y otras no. Pero, por si las moscas, de vez en cuando sigo y sigo.

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La Feria de Teatro de Castilla y León/Ciudad Rodrigo se crea en el año 1998 y ya en la primera edición podemos encontrar entre las compañías programadas a ilustres narradores cuyos espectáculos dramáticos se fundamentan en la palabra, en contar historias de manera singular y con un lenguaje escénico propio como son La Chana Teatro, compañía recientemente galardonada con el Premio Max como Mejor Espectáculo Infantil 2023 por un montaje estrenado en la Feria de Teatro veinticinco años después de su primera participación y El Pequeño Sastre, compañía ya desaparecida. En la tercera edición, en el programa oficial de la Feria de Teatro aparecen formalmente en la programación de la Feria los Cuentacuentos, con la participación de Manuel Azquinecer, Teresa Grau, Maricuela y Paco Abril para público familiar, si bien este último también hizo una sesión nocturna para adultos.

De este modo, quedaba configurada una franja de programación particular, atípica en los mercados escénicos, dedicada a los cuentacuentos, y que en aquellos momentos denominábamos “los cuentos de Palacio”, puesto que los representábamos en el patio noble del Palacio de Los Águila primero, y en el Palacio de Montarco años más tarde. 

Eugenia Manzanera en la Feria de Teatro de CyL. Ciudad Rodrigo con Retahilando

Eugenia Manzanera en la Feria de CyL. Ciudad Rodrigo

¿Dónde está la narración oral?

Las personas de mi generación recordarán aquellos libros titulados “¿Dónde está Wally?” en los que jugábamos a encontrar a aquel personaje de camisa rayada escondido entre una multitud de personas y objetos. Algo así sucede cuando buscamos la narración oral en las programaciones y festivales dedicados a las artes escénicas. Entre todas las propuestas de teatro, danza, circo y música, de cuando en cuando aparece alguna cuyos cimientos se apoyan en la narración oral. ¿Por qué una presencia tan escasa? Intentaré ahondar en las razones tirando de experiencias personales y de las pistas que ofrecen seis programadores culturales consultados.

Después de años en el oficio y muchas charlas con colegas, he escuchado discutir de manera recurrente sobre los puntos convergentes y divergentes de la narración oral con el teatro o sobre qué espacios son los más propicios para el desempeño de nuestro oficio. El asunto, a nivel teórico, está bastante trillado entre los profesionales de la narración oral y suele ser controvertido. Por eso, en este boletín abordo el tema desde otro punto de vista, uno exógeno, saber cómo nos ven los responsables de programaciones y circuitos escénicos, algunos de los cuales hasta el momento no han tenido demasiado contacto con nuestro gremio, así como vislumbrar las razones por las que apenas hay espectáculos de narración en los calendarios de festivales y redes que lucen una gran variedad de creaciones susceptibles de disfrutarse sobre el escenario de un teatro.

Brujas de David Acera

Brujas, de David Acera

En AEDA, la asociación de profesionales de la narración oral en España, recibimos muchas consultas sobre cómo elaborar un presupuesto. El presente documento trata de dar unas pistas para calcular el coste de una función de cuentos contados.

Como punto de partida consideremos un caché básico que podría ser de 280, puesto que con la llegada del euro en 2002 hemos calculado que los cachés de espectáculos de cuentos contados tenían una media de 185 euros. Aplicando el incremento del IPC (ver aquí) el importe actual sería, por lo tanto, de 280 euros. Puede suceder que en bibliotecas y otras instituciones en las que se programe de manera continuada (todas las semanas, por ejemplo, a lo largo del curso) este caché básico, en la actualidad, sea algo menor.

Caché básico: 280 euros. 

Este caché se incrementaría, además, con las siguientes dietas si hubiera que desplazarse, comer y/o dormir fuera:

Dietas recomendadas según datos aplicables en 2021-22 (ver aquí):

    • desplazamiento: 0,19 cts. por kilómetro
    • sólo manutención: 26,67 euros por día (si por trabajo vas a tener que comer fuera)
    • alojamiento y manutención: 53,34 euros diarios (si además de comer vas a tener que hacer noche)

Y habría otro aspecto a considerar para incrementar el caché: la trayectoria.

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