“La narración oral es una forma teatral cuyo secreto reside en resistir a la tentación de representar.”
Enrique Buenaventura (TEC)
No debería sorprendernos que en la primera edición (en 1984) del Diccionario del teatro: dramaturgia, estética, semiología, de Patrice Pavis, uno de los libros de consulta de referencia para el colectivo de la escena, no apareciera ninguna voz dedicada a los narradores y narradoras orales. El oficio de contar, tan viejo y a la vez tan nuevo, tomaba por aquel entonces impulso para volver a recorrer caminos y plazas.
Sin embargo quince años después, en la edición aumentada y revisada que se publicó a finales de los noventa, sí que se incluía la voz “cuentista”. Tampoco esto ha de sorprendernos: la buena nueva del resurgimiento de la narración oral era ya bien conocida por estudiosos, gente del colectivo de la escena y personas que disfrutaban del cuento contado.
De esta voz del Diccionario del teatro: dramaturgia, estética, semiología, tomamos algunas pinceladas a modo de introducción para este artículo que no pretende otra cosa que reflexionar sobre la narración oral profesional como una más de las artes escénicas.
“El cuentista (o contador de cuentos) es un artista que se sitúa en la encrucijada de las otras artes: sólo en el escenario (casi siempre), cuenta su o una historia dirigiéndose directamente al público, evocando los acontecimientos con la palabra y el gesto, interpretando uno o varios personajes, pero regresando siempre a su relato. Recuperando la oralidad, se sitúa en el terreno de tradiciones seculares e influye sobre la práctica teatral occidental (…). El cuentista intenta restablecer el contacto directo con el público (…); es un performer que ejecuta una acción proporcionando un mensaje poético directamente transmitido y recibido por los auditores-espectadores. (…)