El boletín n.º 37 de noviembre de 2015 es un monográfico sobre narración oral en el aula coordinado por Sonia Carmona. Dentro de los artículos realizados para dicho boletín se encuentra esta entrevista que le hizo Raquel López Cascales a Toni Solano, profesor de lengua y literatura en ESO y Bachillerato.
Buenos días, Toni, nos ponemos en contacto contigo porque hemos sabido de tu trabajo en el aula relacionado con la oralidad; en concreto con la utilización de los cuentos en tu asignatura de lengua y literatura. Como profesionales del arte de contar cuentos, nos llena de alegría y satisfacción conocerte a ti y a tus propuestas y queremos aprovechar esta nueva amistad para que nos hables de tu trabajo, de tu día a día. ¿Preparado? Pues, adelante.
¿Cuál es el primer recuerdo que tienes relacionado con los cuentos?
Recuerdo que de pequeño viajaba mucho con mi familia en tren y que mi padre siempre me llevaba antes a comprar cuentos para leer en esos largos recorridos, una lectura siempre acompañada del incesante traqueteo de los vagones sobre la vía. Eran cuentos clásicos de colecciones muy habituales de la época (Toray, Fher, María Pascual, Juventud, Sopena...) y también clásicos o novelas ilustradas, como las de Bruguera. Aunque somos una familia de origen humilde, en mi casa nunca han faltado los libros y mis padres siempre colmaron mis ansias de leer, algo que he intentado transmitir también a mis hijas, a las que sigo leyendo relatos antes de dormir.
¿Tienes algún vínculo especial con un cuento en particular?
Me atrae especialmente El Flautista de Hamelín, porque la versión original en la que los niños desaparecen para siempre es de una crueldad terrible, ya que plantea una ciudad de adultos, una ciudad sin futuro. Es para mí el más cruel, por encima de otros clásicos que incluyen todo tipo de torturas físicas y psíquicas.
Me gustaría que te remontaras a tus años de estudiante y que nos cuentes ¿por qué elegiste ser maestro y por qué de lengua y literatura?
Lo mío fue una vocación tardía, ya que fui ferroviario durante varios años antes de ser profesor. Sin embargo, siempre me había gustado leer y también enseñar a los demás, de modo que empecé la carrera de Filología como una afición y acabó convirtiéndose en la puerta hacia la docencia. De hecho, desde el primer día que pisé un aula como docente, supe que ya no podría encontrar otra satisfacción mayor en lo personal y en lo profesional.
De entre todas las herramientas que un profesor tiene a su alcance para impartir una materia, ¿por qué has elegido los cuentos? ¿Qué crees que les puede aportar a tus alumnos en estos tiempos?
Creo que los cuentos son textos que no necesitan justificación, que forman parte de nuestra esencia: nos acompañaron al aprender a hablar, leer o escribir, y entroncan con muchos de los aprendizajes de índole social. Lamentablemente, se relaciona el mundo del cuento con el de la primera infancia y no es así, pues en el aula de Secundaria hemos podido comprobar la vigencia de muchas de sus enseñanzas o contenidos: leyendo los cuentos clásicos han surgido interesantes temas de debate como el acoso, la importancia de la privacidad, la identidad digital, la amistad, el valor de la familia... En una ocasión, un alumno reconoció públicamente que a él no le habían contado nunca cuentos, y toda la clase se quedó en silencio, entendiendo quizá el drama que aquello suponía para él.
Cuéntanos en qué consiste tu proyecto.
El proyecto “20 años después” trata de leer y recordar cuentos clásicos, analizar los elementos narrativos, la trama, los diálogos y volverlos a montar con unos nuevos elementos actualizados. Al mismo tiempo, se propone en el aula una sesión de cuentacuentos en la que cada alumno cuenta el cuento que ha elegido. En una segunda fase, cada alumno confecciona un esquema de personajes de cuentos imaginando detalles de sus vidas que no aparecen en el cuento original: dónde nacieron, cómo fue su infancia, su adolescencia, en qué trabajaron de adultos, cuál es la situación final 20 años después. Posteriormente, en parejas, se cruzan dos personajes y se plantea un diálogo dramatizado como si se encontrasen en una cafetería 20 años después y tuvieran que contarse sus vidas. Estas dramatizaciones, y los cuentacuentos, se graban en vídeo y se comparten en la red. Este proyecto lo hemos llevado al aula en 2º de ESO de un instituto público, un centro con un alumnado muy heterogéneo y, en ocasiones, con muchas dificultades de aprendizaje.
¿Recuerdas el primer día que lo propusiste en clase? ¿Cómo te miraron los adolescentes que tenías delante?
La primera reacción es decir “qué rollo”, pues, curiosamente, los estudiantes de Secundaria están tan habituados como los profes a las rutinas del libro de texto y de las actividades “prefabricadas” en las que se desenvuelven un poco como autómatas. Sin embargo, cuando vieron que el proyecto iba en serio, que ocuparía bastante lugar en nuestras clases, su actitud cambió y se pusieron a colaborar con muchas ganas. Algo similar pasó al comentarles que subiríamos los vídeos a Youtube: “qué vergüenza, profe...”; aunque se les pasó enseguida, en cuanto les dijimos que los del otro grupo ya estaban subiendo los suyos.
¿Y los otros profesores?
Por suerte, mi compañera de departamento, Elena Cervero, con quien compartía los grupos de 2º de ESO, se prestó enseguida a colaborar, pues ya hemos trabajado otras veces juntos y sabe que este tipo de proyectos dan buen resultado. Por otro lado, algunos colegas de la red, profesores de distintos niveles educativos (Primaria, Escuela de Adultos...), se animaron también a llevar el proyecto a sus aulas, con lo que pudimos compartir experiencias muy interesantes.
Me has comentado que a principio de clase ofreces una selección de cuentos clásicos y que son tus alumnos los que eligen cuál preparar. ¿Por qué los cuentos populares? Y, si pudiéramos hacer un Top ten, ¿cuál tiene más tirón entre ellos?
Me gustaba la idea de que surgieran cuentos clásicos de distintas tradiciones, dada la diversidad cultural de nuestras aulas, pero me encontré con que la mayoría de esos estudiantes no recordaba cuentos particulares de sus abuelos y que casi todos, los de aquí y los que venían de fuera, eran más herederos de las versiones Disney que de las tradiciones populares; solo una chica trajo a clase una versión del hombre del saco que le habían contado de pequeña. Ante esto, decidimos centrarnos en los clásicos, intentando dejar de lado las versiones cinematográficas, aunque no resultó fácil. Creo que Disney ha edulcorado tanto los cuentos clásicos que muchos de ellos resultan irreconocibles cuando se vuelve al origen. En cuanto al top ten, creo que La Cenicienta es el más y mejor recordado. Otros que se repiten bastante son el de Los tres cerditos, El patito feo y Hansel y Gretel.
¿Habéis ido a las versiones originales o ha sido más sencillo utilizar las más conocidas?
Cada alumno traía la versión que tenía en su casa. Otros tuvieron que buscar en internet o utilizar las versiones que teníamos en la biblioteca, pues decidimos utilizar este espacio de lectura del centro para desarrollar todo el proyecto. Durante el análisis de los cuentos, los docentes y los alumnos comentábamos las variantes que conocíamos de cada cuento. De este modo, podíamos ver qué elementos variaban y tratábamos de encontrarle una razón a esos cambios.
Dada la diversidad social que tenemos en las ciudades y las escuelas te habrás encontrado con una gran riqueza de historias de otros países y regiones. ¿Habéis aprovechado esta singularidad?
Como decía arriba, ese era uno de nuestros objetivos, pero no obtuvimos el éxito que esperábamos, en parte porque la colaboración directa de las familias fue escasa. Aun así, tuvimos en el aula cuentos en rumano, en euskera, en ruso o en catalán, que pudimos hojear y disfrutar.
¿Qué estrategias has utilizado para que tus alumnos hayan estado motivados a la hora de participar? ¿Cuáles han funcionado y cuáles no?
En la sesión de cuentacuentos no necesitamos estrategias, pues participaron todos de muy buena gana. En las fases más orientadas a la escritura, tratábamos de acompañarlos para que superasen las dificultades; el hecho de estar dos profesores en el aula permitía que nos sentásemos con ellos para que no se quedasen atrás. En la fase de grabación de las dramatizaciones, nos resultó interesante darles la posibilidad de grabar por su cuenta fuera del aula, algo que les daba pie a disfrazarse y a no tener tanta vergüenza; otros, si querían, podían grabar sin molestias en una sala aneja al aula. Por último, cada fase tenía una tabla o rúbrica de coevaluación que obligaba a sus compañeros a poner nota a distintas destrezas: vocalización, trama, actuación, actitud, complejidad, originalidad... Esto hizo que se implicasen mucho más. Por último, lo que no ha funcionado ha sido lo de invitar a las familias a que viniesen a contar cuentos; creo que ese grado de implicación es bastante difícil de conseguir en Secundaria.
Sabemos que para algunos adolescentes hablar delante de sus compañeros o de otro público puede ser un momento de tensión. ¿Has trabajado técnicas de oratoria, vocales, corporales…, para facilitarles el trabajo?
Preferimos no condicionarlos en un primer momento, es decir en la fase de cuentacuentos. Sin embargo, al hacer la autoevaluación, ellos mismos se dieron cuenta de sus errores y de los de los compañeros y los pusieron por escrito. También les pedimos que destacasen algún elemento positivo de sus actuaciones, con lo que, al final de esta fase, ya se habían dado cuenta de la importancia y de las dificultades que presenta la expresión oral. En la segunda fase también pudieron comprobar lo complicado que es actuar con naturalidad ante una cámara, improvisar o evitar la lectura de sus papeles.
¿Ha colaborado el resto de profesores, la familia, otros centros educativos…?
Como apuntaba arriba, además de mi compañera del departamento de Castellano, algunos docentes de mi centro, especialmente del Departamento de Inglés, han trabajado los cuentos en el aula; también lo han hecho otros profes de la red: Dolores Ojeda y José Manuel Coca, en Primaria; Mª José Chordá y Jaume Sans, en Escuelas de Adultos. También vinieron los alumnos de Primaria del CEIP Manel García Grau, que está junto a nuestro instituto, acompañados por su profesora Vanesa Marín; en esa sesión se produjo un bonito intercambio de cuentos entre los niños de siete años y los adolescentes de catorce, dejando los primeros en evidencia a los segundos, tal vez porque no tenían tanta vergüenza a la hora de hablar en público. El proyecto también se ha exportado a Suecia, donde un profe de ELE, Jorge Gálvez, ha trabajado estos cuentos con sus alumnos de Secundaria.
Tu proyecto “Veinte años después” te ha dado pie a trabajar de forma transversal valores fundamentales y a dialogar sobre ellos. ¿Qué te ha sorprendido más de esta experiencia?
Como siempre que se trabaja en proyectos, lo importante es que el alumnado tenga trazada una hoja de ruta y que sepa que todo el trabajo que está haciendo en el aula le va a llevar a una meta concreta, en este caso los cuentacuentos o las videodramatizaciones. Esto hace que la tarea de clase fluya de manera natural, sin imposiciones, lo que permite un diálogo abierto entre docentes y alumnos, con las ramificaciones que van surgiendo por la propia naturaleza del proyecto. De este modo, al hilo de los cuentos han aparecido charlas sobre la autoestima (con el Patito feo, por ejemplo), sobre los riesgos de internet (con el Lobo y los cabritillos), sobre la amistad (Ricitos de oro), el esfuerzo y la responsabilidad personal (los Tres Cerditos, Pinocho...), etc. Me ha sorprendido que los cuentos de toda la vida tengan esa vigencia tan profunda en estos tiempos digitales.
¿Qué otras propuestas has desarrollado otros años y qué resultados has obtenido?
Todos los años, en 2º de ESO, que es un nivel muy complejo, trabajamos la poesía en el tercer trimestre. Hacemos sesiones abiertas de lectura de poemas de amor, sobre los que luego realizamos actividades de tipo plástico (poemas ilustrados, poemas objeto...) También grabamos vídeos con esos poemas y los compartimos en las redes. Al igual que con el proyecto de los cuentos, intentamos que se autoevalúen la expresión oral, para que tomen conciencia de su importancia. Creo que lo conseguimos, pues son muchos los alumnos que se preparan a fondo los poemas en su casa para no equivocarse a la hora de leerlos. En otros niveles superiores de ESO y Bachiller intentamos que sean más autónomos y creativos y les proponemos la confección y grabación de cortometrajes (stopmotion sobre el Quijote, anuncios publicitarios, videopoemas, autobiografías ficticias...) o exposición pública de presentaciones donde se sigue trabajando la oralidad.
Para tus alumnos estas serán unas clases muy diferentes a las que se esperan o a las que están habituadas y prepararlas para ti supone un esfuerzo extra. ¿Por qué te complicas tanto la vida?
Creo que proponer este tipo de actividades forma parte de mi responsabilidad como profesor. Cuando seguía los modelos didácticos tradicionales, me sentía fatal porque al empezar el curso, casi ningún alumno recordaba nada de lo que me había esforzado en explicar el año anterior. Desde que planteo este tipo de proyectos, ellos mismos piden hacer cosas distintas (al menos los que ya me conocen), pues recuerdan que aprendieron cosas que no han olvidado, y esas cosas son las que realmente les importan: solucionar problemas, enfrentarse a imprevistos, superar limitaciones personales, trabajar en equipo, etc. Además, el hecho de compartir estas experiencias en las redes y ver que hay muchos docentes igual de inquietos te facilita las cosas y te hace sentir que no estás solo. “Complicarme la vida” para mí sería tener que renunciar ahora a trabajar de este modo, aunque es verdad que muchas veces la administración no te facilita especialmente el trabajo.
¿Hay que ser muy raro (o muy friki, como dirían ahora) para salirse del guion al que estamos acostumbrados?
Lo que es raro es que tantísimos profesionales mantengan modelos pedagógicos que no dan resultados y que solo encuentren culpabilidad ajena. Podemos echar la culpa del fracaso escolar a muchos factores: la sociedad que no ofrece modelos valiosos, la administración que no pone el empeño suficiente para resolver carencias del sistema, las familias que no se implican, el alumnado que considera inútil aprender lo que ofrece la Escuela... pero eso no es excusa suficiente para que no asumamos nuestra responsabilidad. Es necesario salirse del guion, aceptar retos, asumir riesgos incluso, si se hace con la voluntad de mejorar y de que ellos aprendan más y mejor. Por suerte, he dejado de ser el “friki” que era hace años; ahora no tengo que justificar que mis clases también funcionan sin necesidad de seguir el libro de texto como una biblia.
Y para finalizar, estoy segura de que por la calle te cruzarás con más de un chico o chica que ya ha finalizado sus estudios. ¿Qué recuerdos te transmiten de tus clases?
Todos se acuerdan de alguno de los proyectos que se hicieron en el aula y de lo bien que se lo pasaron. En general, casi todos cruzan la calle si es necesario para venir a saludarme, y eso ya es todo un premio.
Muchas gracias, Toni. Te deseo un buen inicio de curso.