Estrella Ortiz entrevistada por Pep Bruno

EstrellaOrtiz

Estrella Ortiz nació en Guadalajara, en 1959. Tras cursar sus estudios de magisterio y formarse en la Escuela de Teatro Municipal de Guadalajara se fue a Madrid, a la RESAD, para completar su formación. En 1983 fundó con Fernando Romo, Joseba García y Juan Morillo el primer grupos de teatro profesional de Castilla La Mancha: Fuegos Fatuos. En ese mismo año y de la mano de Blanca Calvo, directora de la Biblioteca Pública del Estado en Guadalajara, comenzó su andadura como narradora oral. Hoy es un referente en el ámbito de la narración oral: ha contado por toda España y otros lugares de Europa y América; fue una de las tres mujeres que soñó el Maratón de los Cuentos de Guadalajara y ha participado activamente en su organización durante todas sus ediciones; ha publicado dos libros de teoría y decenas de artículos especializados sobre narración oral; ha impartido cursos, charlas, conferencias...; ha organizado varias exposiciones; ha escrito y publicado libros de creación literaria... Como veis, sobran las razones para entrevistar a esta cuentista.

 

¿Cómo fueron los comienzos en la escena? 

Cuando comencé a estudiar Magisterio quería hacer alguna actividad complementaria. En esos años estaba en marcha un proyecto muy serio de Escuela Municipal de Teatro en Guadalajara con profesores de mucha categoría: Yolanda Monreal, Antonio Malonda… Vi la convocatoria en el panel de anuncios de Magisterio con una amiga y nos apuntamos las dos. Ella duró un mes y yo me parece que toda la vida.

 

¿Recuerdas la primera vez que contaste cuentos?, ¿cómo fue? 

Blanca Calvo nos lo propuso a toda la Cía. de Teatro, pero al resto de los compañeros no les interesó. Por mi parte, hacía muy poco que había tenido mi primer hijo y la idea de aprenderme cuentos para él me encantó. Por eso le dije que sí. Aunque en esos momentos no supiera nada de contar cuentos.

 

¿Cómo fueron esos años en los que contabas cuentos y también trabajabas como actriz? 

Al principio los dos trabajos se complementaban. La narración se alimentaba de mis “tablas” y el teatro se nutrió de autores tales como Rodari y Michael Ende para la realización de los espectáculos infantiles. Más adelante surgieron problemas por exceso de trabajo, problemas de agenda.

 

¿Dónde contabais en la década de los ochenta?, ¿cómo era eso de “contar cuentos y vivir de ello” por entonces?

Como todavía no se consideraba un oficio, el ambiente en el que me movía era el de los escritores de literatura infantil. Fueron muchos encuentros muy agradables. El público al que se dirigían los cuentos era sobre todo infantil: escuelas y bibliotecas y eventos relacionados con la animación a la lectura. Fue una época maravillosa porque comenzaban a editarse los libros infantiles extranjeros en grandes cantidades. Muchos muy buenos, ya que en otros países el auge de la literatura para niños había comenzado antes que en España, por lo que no paraban de salir novedades interesantes ya reconocidas en otros países. Fue como un banquete de cuentos. Recuerdo volver a casa de la biblioteca de Guadalajara con bolsas llenas de álbumes para leer. Como lectora fue muy emocionante. Me enamoré de los libros que no había tenido de niña.

Por otro lado, también era estupendo compartirlos con mis hijos que todavía eran pequeños. En realidad, los cuentos los disfrutábamos juntos. Y yo probaba mis historias con ellos y sus amiguitos… Una imagen del paraíso como otra cualquiera.

 

Háblanos de la Bruja Rotundifolia, ¿quién es?, ¿cómo surgió y para qué?, ¿cómo ha ido evolucionando?

Como venía del teatro, no pude imaginarme la actividad sin el apoyo de un personaje. Al principio, con traje y maquillaje especiales. Pero desde el principio fue un personaje muy abierto, es decir, nada limitador en cuanto a movimientos ni a repertorio, con muy poca caracterización. Rotundifolia fue Estrella desde el primer momento.

Pasados los primeros años tuve miedo de “encasillarme”. Hasta que comprendí que Rotundifolia formaba parte de mí y no necesitaba hacer nada para ser ella, ni traje ni maquillaje… Ahora cuando cuento para niños y niñas sé que soy ella. Es así.

 
[Algunas fotos de la Bruja Rotundifolia, desde 1988 hasta 2015]

En la década de los noventa van apareciendo más narradores y espacios de cuento, hay talleristas que imparten formación y surgen los primeros grandes festivales de narración oral, ¿cómo recuerdas ese momento?, ¿recuerdas cuál fue el primer gran evento de narración al que asististe en España? 

En aquella época sentí que íbamos en paralelo, pero hacia unos objetivos similares: darle protagonismo a la palabra dicha. Recuerdo un Festival Iberoamericano de Teatro en Badajoz en el que yo participaba como actriz (pero ya llevaba años contando) y vi a Garzón contando cuentos en el teatro. En ese momento se me unieron dos cables: teatro y narración oral y saltó una chispa maravillosa. Todo estaba en ebullición, circuitos, colegas, propuestas. Lo más gozoso para mí fue comprobar que socialmente el hecho de contar cuentos comenzaba a conocerse. Cuando te preguntaban a qué te dedicabas ya no se sonreían con la respuesta, sino que te decían algo así: pues tengo un amigo que cuenta o mi prima ha hecho un curso. Cosas así.

Al poco, en mi caso, ganaron los cuentos y dejé la Cía. de Teatro. Fue algo natural, comenzaba a tener más sesiones y la narración me encantaba, me daba mucha independencia creativa y además me facilitaba mis tareas familiares.

 

En 1992 se celebró el I Maratón de los Cuentos de Guadalajara, un evento que se ha convertido en referente indiscutible de la narración oral en España y también a nivel internacional: ¿recuerdas cómo se os ocurrió esta idea?, cuéntanos también alguna anécdota de aquel primer Maratón. 

Aquel año Blanca estaba en la Alcaldía, pues debido a una carambola política había sido elegida alcaldesa. Su posición, por falta de apoyos, no era muy estable, de modo que nos llamó a Eva y a mí y nos dijo: aunque no pueda hacer mucho más, quiero que pensemos una Feria del Libro interesante para Guadalajara. Hasta entonces la Feria se limitaba a unas cuantas casetas de Libro Antiguo, sin actividades ni nada parecido. De modo que la primera reunión de donde nació el Maratón fue así, como una actividad de la Feria.

El primer año comenzó con 24 horas de duración y en una carpa en la plaza del Ayuntamiento. Como teníamos miedo de que no hubiera participación ciudadana suficiente (cosa que no ocurrió en absoluto) no se precisó en la convocatoria el hecho de que los cuentos no fueran leídos. Por lo que algunas intervenciones fueron larguísimas y casi nos matan de los nervios. Por el contrario, la historia que contó José Luis Sampedro todavía la recuerdo, fue muy divertida y no la leyó. Guardo muchos recuerdos emocionados de aquel Maratón que no tuvo ni cartel ni programa propios (solo el general de la Feria).

 

Con el paso de los años el Maratón de los Cuentos ha ido creciendo y consolidándose: ¿qué es lo que más disfrutas de esta fiesta de la palabra dicha?, ¿y qué es lo que menos?

Desde el principio el objetivo era crear una fiesta cultural, algo muy participativo, de toda la ciudad. Y cuyo centro fuera el placer por las palabras, por escuchar y decir.

A mi entender eso continúa siendo lo más hermoso. Ver a tantas personas que confluyen durante un fin de semana entero alrededor del fuego de la palabra continúa emocionándome. Se me parece a un pequeño paraíso, donde la gente se entiende, se comunica y está contenta sin necesidad de consumir ni desbarrar.

Otra cosa que me encanta es que la actividad sea muy alegre y pacífica, y que saque lo mejor de cada persona. A lo largo de todo el fin de semana se ven muchas sonrisas, muchos abrazos, muchas buenas caras. Nunca, en tantos años, ha ocurrido ningún episodio desagradable digno de mención, lo cual me parece muy ilustrativo.

Respecto a lo que menos… Después de veinticinco años no solo ha cambiado el Maratón, también ha cambiado mi edad. ¡Con el Maratón me estoy haciendo vieja! No es coquetería (aunque también): es que mi resistencia física ya no es la misma. Y sentirme tan cansada, con tan poquísimas horas de sueño, a veces me entristece.

 

La escuela y la biblioteca parecen espacios naturales del cuento contado hoy en día: ¿a qué crees que es debido?

A la constancia, es el fruto de muchas personas, profesionales de la enseñanza y de los libros, durante muchos años. Porque si ellos y ellas no hubieran sentido y avivado esa necesidad de cuentos, los profesionales no habríamos podido entrar.

 

Hablemos ahora de tu “trabajo de cocina” de los cuentos: normalmente ¿qué método usas para buscar y organizar los cuentos que cuentas? 

Respecto al repertorio, siempre me encuentro en una disposición de búsqueda. Trabajo con cuadernos, apunto lo que me gusta, lo que leo, lo que se me ocurre. Luego, cuando toca hacer algo nuevo, reviso los archivos y juego. Generalmente no me impongo temas, pero a veces sobre una idea inicial parten las búsquedas posteriores, pero siempre tomo en consideración el material recogido. Por una razón: es la espuma de mis días. Mi trabajo está muy unido a mi vida. 

Valoro muchísimo la libertad creativa. 

 

¿Por qué motivo (o motivos) eliges un cuento y no otro para contar? 

Solo existe el criterio de que me guste, que me llegue de algún modo. Aunque a veces algunos no pasan del limbo de los cuadernos… debido a que, y este es el siguiente motivo, no me “vea” contándolo, ni “vea” al público escuchándolo. No puedo explicarlo de otro modo, pero hay cuentos que me gustan y si no los puedo imaginar siendo contados, no los cuento.

A veces pasan años en el baúl y un buen día me animo y los cuento. Otros no tienen tanta suerte…

Creo que cada cuentista podría hacer su propio relato de las relaciones que establece con los cuentos. Me gusta este asunto, es un buen tema para conversarlo con los colegas.

 

En estos casi 35 años contando has preparado muchos y muy diversos espectáculos de narración, de todos ellos: ¿cuál crees que ha sido el que más retos te ha planteado?, ¿y el que más satisfacciones te ha dado?

No sé decirte. Con los espectáculos pasa como con los hijos, a todos por igual (o casi).

Mi experiencia en el teatro fue muy grata, pero había algo que me superaba: los estrenos. Me ponen muy nerviosa. Con los cuentos, durante muchos años pude mantener la indeterminación de cuándo algo lo estrenaba. De hecho continúo haciéndolo siempre que puedo: a veces cuando cuento algo por primera vez, no lo digo. Me quita un peso de responsabilidad y me parece divertido. 

Eso en teatro es imposible. Hay estreno, preestreno, pero existe una frontera más delimitada.

 

Uno de tus espectáculos, “Cuentopoemas de amor”, incluía unos 50 textos poéticos y cuentos breves: ¿cómo resultó la experiencia de contar poesía?, ¿qué dificultades añadidas entrañó preparar esta función?

Me gusta mucho trabajar con textos poéticos. En todos los espectáculos, en mayor o menor grado, los incluyo. Son más exigentes que la prosa, pero su precisión me fascina: cuando los digo, y todo va bien, me hacen sentir en casa. Compagino textos de autor con tradicionales y de mi invención. Me gusta alternar piezas con diferentes características de extensión y de tono. Pero hay algo que no puedo elegir: mis temas suelen ser cortos. Me sale así. Admiro a los narradores que son capaces de desarrollar un cuento extensamente. Por mi parte, no suele ser habitual. De modo que mis espectáculos tienen la dificultad añadida de que he de memorizar también el guión. Pero no hay problema, porque otra cosa que me encanta es encontrar el hilo que une a las historias. Es ese hilo el que saca de los laberintos.

 

Continuando con este tema: contar un texto fijado como el de un poema y escapar del recitado ¿resulta una cuestión compleja?, ¿cómo fue tu experiencia?

El problema de la poesía es que muchas personas creen que hay que hacer algo especial, diferente a decir otras cosas. Yo creo que no es así, que la poesía forma parte de nuestro decir y que cuanto más la normalizamos, mejor se disfruta. 

Sin embargo, ese poner en el nivel cotidiano a la poesía no quiere decir que haya que cortarle las alas. Si tiene alas un poema, hay que dejarlo volar. Y esas alas vienen por el tema pero también por nuestros sentimientos con respecto a él y nuestra forma de tratarlo.

 

En muchos de tus espectáculos (sobre todo infantiles) utilizas/muestras libros álbum e incluso algunos objetos para contar: ¿cómo seleccionas los libros que se muestran o los objetos que utilizas?, ¿qué recomendaciones podrías dar a quienes quieran utilizar el apoyo de la ilustración o de algún objeto para contar?

Mis inicios fueron a partir de la animación a la lectura. Creo en ello, me encanta que la gente lea. Por eso no he abandonado el sencillo gesto de tocar los libros ante el público. Pero suele ser de manera puntual, como algo simbólico. A no ser que el libro reúna suficientes condiciones narrativas y de visibilidad para que me apetezca usarlo. Entonces el tratamiento que me planteo es como si fuera –en el mejor de los sentidos- un objeto. Es decir, algo que suma en la comprensión de la historia.

Soy muy selectiva respecto a la incorporación de objetos. Creo que es un recurso muy interesante, pero no abuso de él. A menudo, cuando quiero usar algún objeto me pregunto: ¿es significativo para la historia?, ¿la historia podría pasar sin su presencia física? Y es sorprendente la cantidad de veces que efectivamente podemos prescindir de él. 

Por supuesto, no estoy hablando del teatro de objetos, pues en ese caso son ellos los que cuentan. Es algo muy diferente.

 

¿Cuál es el lugar de la música en tus espectáculos de narración oral?

Hasta donde conozco, tradicionalmente la música ha formado parte importante del hacer de los narradores orales. Entre otras razones, porque la sonoridad es un componente fundamental de las palabras, además de su carga de significado. El solo hecho de decir, por tanto, ya es musical. A partir de ahí, a mi juicio, todo puede ser posible.

En nuestra cultura aparecen muy separadas la palabra y la música, pero no es el caso. Solo hay que pararse a pensar cómo hablamos a los bebés y podremos reconocer las raíces de la música en nuestro cuerpo. 

En los formatos que conocemos de espectáculos de narración, cuando se trabaja con la música suele ser como acompañamiento de la palabra, como si el hecho narrativo discurriera por dos sendas en paralelo. Sin embargo, me gusta imaginar una colaboración más arriesgada en la que la música entra más en la historia y también ella es significativa y tiene su papel como narradora. 

 

En alguna ocasión has contado con otros narradores: ¿qué crees que suma y que resta al contar con otros?

Creo que contar en grupo es estupendo, divertido. Y muy descansado para el narrador. Por supuesto, también es un regalo para el público, un festín para los sentidos, ya que cada cuentista aporta su tono de voz y su aspecto físico, además de su historia particular. 

Sin embargo, en esta circunstancia, tal vez sea un poco más difícil transmitir el lado profundo del cuentista. Pues este tipo de encuentro solo se produce después de llevar un rato juntos, a solas, a través del diálogo de miradas, palabra y escucha. 

 

Tu primer libro de teoría, Contar con los cuentos, sigue siendo un referente para quienes quieren contar cuentos: ¿cómo fue el proceso de escritura de ese libro? 

Ya sé que suena a tópico, pero ese libro comenzó a hacerse desde que empecé a contar cuentos. Aunque sea difícil imaginarlo en estos momentos, cuando yo comencé tenía muy pocos libros de referencia sobre el tema. Poquísimos, y prácticamente ninguno que fuera por decirlo de algún modo “didáctico”. Cuando empecé estaba tan perdida que intentaba leer entre líneas todo el tiempo.

Creo que esa fue la motivación inicial por la que comencé a apuntar mis propias cosas, para ir creando un suelo firme bajo mis pies. Sobre todo para sentirme más preparada a propósito de los cursos que daba. Y de esas notas nació el libro. 

Referido a su elaboración, pienso que fui muy ingenua. Tenía tantas notas, que pensaba que lo haría en un periquete. Todavía no sabía la diferencia abismal de registros que hay entre el lenguaje hablado y el escrito. De modo que me pillé los dedos en los plazos con el primer editor unas cuantas veces. 

 

Años después publicaste Contar con la poesía, libro de teoría en el que reflexionas sobre narración oral y poesía, ¿acaso este sea un libro único al reunir estos dos temas?, ¿fue por este motivo más costoso de elaborar?

Tan solo fue una continuación de ese mismo proceso reflexivo que comentaba a propósito de Contar con los Cuentos. Recuperé notas y volví a acumular nuevas, esta vez sobre poesía. 

De nuevo tuve que imaginar el contexto, pues tampoco conocía libros similares. En realidad, fue un resumen de todo lo que iba aprendiendo e investigando a propósito de la poesía dicha de viva voz, nada más. Y sí, me llevó bastante tiempo, otra vez. 

Me gusta pensar sobre lo que hago. Lo considero una parte muy interesante de mi trabajo.

 

Últimamente has publicado varios libros de cuentos y poemas para los más pequeños, ¿escribes pensando en textos que quieres contar o diferencias entre la Estrella que escribe y la Estrella que cuenta?, ¿ser cuentista ayuda a la hora de escribir?

Pues no lo sé. En otro orden de cosas, creo que es la pregunta que me han hecho muchas veces referida al teatro: ¿te ha ayudado la formación teatral a contar cuentos? No lo sé, pero imagino que sí. Cada persona somos un cúmulo de experiencias. Creo que el cuentista desarrolla un sentido que le permite “ver” antes de ver, es decir, imaginar. Y esa imaginación abarca muchos aspectos, uno de ellos podría ser ver al público escuchando eso que estás escribiendo. Pudiera ser.

 

¿Podrías contarnos algún recuerdo o anécdota especialmente significativa para la Estrella cuentista?

Contar cuentos me ayuda a vivir. Con los años se ha decantado esta certeza tras unas cuantas situaciones vitales importantes. Una mañana al despertar, casi dormida, me dije “nunca dejaré de aprender cosas de memoria”. Bueno, me convencí.

 

Con la perspectiva que te dan los años viviendo de contar cuentos: ¿cómo ves actualmente el oficio de contar?, ¿qué retos crees que se nos plantean en estos tiempos?

Una palabra me viene sobre cualquier otra: sinceridad.

Creo que el mundo no necesita más impostores. Y aunque contar cuentos parece que es no parar de decir mentiras, yo no lo veo así. Ser sincero con uno mismo obliga a comprometerse con lo que se cree, con lo que se hace, con lo que se cuenta. Sin discursos ni moralejas, pero con muchísimo sentido de verdad.

Los cuentistas tenemos el privilegio de la libertad, solo que hay que aprovecharla.

Ser honesta, honesto con uno mismo espolea la capacidad de trabajo y de mejora. Siempre estamos aprendiendo. De todo.

 

Para terminar, una tanda rápida de preguntas breves: 

-¿Cuál ha sido el lugar (o los lugares) más extravagante en el que has tenido que contar?

Por favor, permite esta relación de unas cuantas palabras: parque, bar, escuela, hospital, biblioteca, calle, teatro, museo, metro, cueva, residencia de ancianos, hotel, iglesia, guardería, salón de actos, sala de reuniones, librería, televisión, radio, granja escuela, jaima, campo, restaurante, casa rural…

-¿Y el más hermoso (o los más hermosos)?

Un abrigo con pinturas rupestres, especie de cueva abierta, en Sudáfrica. Sin público, solo las personas y narradores del equipo. Era un valle muy cerrado, con otras rocas enfrente, por lo que mis propias palabras, a pesar de estar al aire libre, volvían en un volumen y calidad increíbles. Por un instante sentí que ese lugar era un sitio elegido a propósito para cantar y contar desde muy antiguo… y estar allí en el presente me dejó petrificada de emoción.

-¿Cuál crees que es el cuento que más veces has contado?

Iniciar la sesión de cuentos con la canción del Lugar Pensativo lo ideé para un espectáculo de hace más o menos veinte años. Un día, pasado el tiempo, lo retomé y ahora lo uso para abrir casi todas las sesiones. No me he preguntado el porqué. Tal vez tenga que ver con la fórmula que te hace sentir como en casa, o para volver a ella.

-¿Cuál es el cuento más largo que has contado? ¿y cuánto tiempo fue?

Me parece que el que preparé a propósito de las cuevas era larguísimo para mí. Duraba casi 40 minutos.

-¿Cuánto duró la vez en la que más tiempo estuviste contando cuentos?

No lo sé exactamente, aunque supongo que sobre tres horas. La situación fue así: ni los asistentes ni yo nos queríamos ir. De modo que, al acabar la sesión, empezaron a tirarme de la lengua y a contar también ellos. Fue muy especial. 

-¿En alguna ocasión te has visto en manos de un cuento? ¿de cuál?

Hace años tuve que dejar de contar un cuento porque me emocionaba mucho y esa emoción temía no poderla manejar.

 

Muchas gracias por todo, Estrella

Gracias a ti, a vosotros.

 

EstrellaOrtizyPepBruno
[Pep Bruno y Estrella Ortiz en un momento de la conversación]