“Hay una parte que es propia nuestra, que ni se compra ni se vende ni se aprende”
 
Victoria Gullón -- foto:José Javier Martínez Palacín
[foto: José Javier Martínez Palacín]

Esta entrevista es más bien una conversación tranquila entre Victoria y yo (Martuca Chiara) sobre nuestro oficio y nuestra pasión de contar cuentos, que tantas veces hemos comentado. Podríamos haber reproducido cualquiera de esos fragmentos de charlas que hemos tenido en bares, cafés, paseando por la calle o en el Metro, pero no las teníamos grabadas, y además serían fragmentos desordenados. Así que nos hemos organizado para hacer esta entrevista y ordenar un poco las ideas de las que habíamos hablado otras veces.

 

¿Cómo estás ahora por la mañana?

Me he levantado con muchos ánimos. Estoy deseosa de hacer muchas cosas.

 

Como hoy es domingo, no estás agobiada o estresada…

No, ahora no.

 

Te lo pregunto porque alguna vez habíamos hablado del estrés, del ritmo de vida que llevamos ¿crees que esto nos afecta a los contadores?

Afectarnos es poco. Depende cómo vayamos, eso es lo que mostramos. Además yo incluso creo que es peor no mostrarlo y supongo que la mejor manera es aceptarlo. Yo creo que hay dejarse llevar un poco por la situación, lo que te rodea, escucharte un poco a ti mismo, que ya es difícil. Cuando uno se tensa o no quiere aceptar lo que le pasa, malo. A veces vamos tan liados y tan corriendo que ni nos damos cuenta de cómo estamos.

Claro que nos influye, y cada cosa que pasa según entras en el local también. Pero tienes que dejarte impregnar por lo que te pasa a ti y lo que sucede alrededor. Es la única manera de que surjan cosas que luego a uno mismo le dejan pasmado. El dejarse uno sorprender es importante, aunque luego no te salgan las cosas como esperabas y digas “¡cómo he salido de esta!, ¡qué raro me ha salido todo!” pero luego igual surge algo que te hace pensar en montar una nueva cosa o abrir un nuevo camino que no te habías ni imaginado. Y pasó.

 

A veces no hay que forzar las cosas ni forzarse uno mismo a estar de una determinada manera, ¿no?

Tener más confianza en uno mismo, yo diría. También nos pasa una cosa, que ahora no nos juntamos con los demás. Esto antes lo hacíamos y era una manera de no ir tan expuesto. Creo que hemos perdido un cierto apoyo y, además, a los contadores nadie nos dirige, es decir que nosotros somos nuestros propios directores. Eso también es un arma de doble filo. 

 

¿Te parece importante, entonces, el apoyo que podemos darnos entre los propios contadores?

Sí. Yo creo que uno debería de apoyarse en personas con las que tengas mucho feeling, que entiendan tu manera y que sean capaces de hacerte una crítica maja, Alguien que sabes que te va a escuchar, que te va a apoyar de manera positiva. Muchas veces vamos resolviendo. Yo cada vez intento más no resolver sino darle vueltas, también porque lo mío requiere estar más tiempo ”dale que dale”, porque es de memoria y es importante que esa memoria no parezca memoria sino que fluya. 

 

Yo te había escuchado decir alguna vez que esto de contar cuentos es un oficio muy artesano, ¿lo sigues pensando?

Sí, totalmente. Incluso hay veces que ya en el local quizá alguien te motivó algo, alguien habló contigo antes y dices “ah, esto también puedo meterlo”. Pero además llevas días dándole vueltas, “lo hago así, asá, podría mejorar por aquí, por allá”. Y cuando estás allí, sigues cambiando sobre la marcha. Fíjate, ¡más artesanal que eso! hasta el último segundo en el que vas a meterlo en el horno. Una vez que lo metes al horno, entraste en faena y ya es ver cómo va el cocimiento. Es como si tuviéramos varios panes uno detrás de otro y dijeras “bueno, el primero ya está y no lo toco, el segundo ya está y no lo toco, el tercero ya está y no lo toco…” No, yo tendría toda la ristra de panes y volvería al primero, y volvería al segundo, y al  tercero porque a lo mejor el octavo me motiva algo para el primero. Para mí sería un continuo volver, volver, volver, y una vez que ya entró en el horno, que ya se coció, que ya hiciste la sesión, tienes que apuntarte un montón de cosas en tu mente o en el papel, como hago yo. 

Yo todo lo escribo a mano. Todo pasa primero por escribirlo para hacerlo mío. Eso para mí es importante. Una vez escrito ya lo voy preparando, a lo mejor lo grabo y luego lo escucho mientras hago tareas y voy perfeccionándolo, y luego lo paso al ordenador y ya queda más bonito, y a lo mejor lo registro en el Registro de la propiedad intelectual. Y quedas también con la pianista para ver cómo queda la partitura…

 

¿Cómo empezaste a contar y cantar romances?

Empecé con lo que me acordaba, con los trozos que yo recordaba, a completarlos, eso era lo que a mí me movía, Gerineldo, La extranjerilla... Al principio yo contaba cuentos de Guy de Maupassant o algún cuento popular que eso para mí era más sencillo, pero cuando empecé con los romances y la poesía de autor me entró un vértigo enorme porque me di cuenta de que aquello era infinito. Y aunque yo viviera mil años no podría hacer ni una pequeña parte de lo que hay. Ahí la solución es que alguien te lo motive. Por ejemplo, al principio me motivó mi imaginación y el recordar qué cantaba yo de pequeña. Había gente del público o amistades del pueblo, de Ferreras, de la infancia se acordaban de trozos que yo no me acordaba. y me decían “¿y no cantarás este otro que a mí me encantaba?” No tengo que buscar, está todo ahí, solo tiene que haber alguien que me lo motive. 

Yo soy consciente de que sacaré solo una pequeñísima parte. Y eso seguirá ahí, inmenso. Desde que me di cuenta me relajé, pero al principio me agobiaba. Y luego hay otra parte, y es que hay romances que querrías sacarlos y se te resisten, no hay forma. Lo del cajón que digo yo, que tengo muchas cosas ahí, pero no le encuentro la música adecuada y la música tiene que encajar, tiene que haber una unidad entre la música y el texto que me tiene que servir a mí. Porque, y esto lo he aprendido últimamente, hay una parte que es propia nuestra, que ni se compra ni se vende ni se aprende, es esa esencia que tenemos cada ser humano, único e intransferible. El ser consciente de que lo tenemos debe darnos seguridad y entusiasmo.

 

¿Cómo fue la primera vez que cantaste y contaste un romance?

Teníamos una contada en la Cuarta Pared y yo estaba preparando el romance de Gerineldo. Por poco no lo cuento porque era un público especial, la mayoría universitarios o gente que iba mucho a la Cuarta. Yo iba aterrada porque pensaba “¿a quien le puede importar lo que pasó entre una infanta y un paje en el siglo VIII?” Yo me acordaba de trozos que nos cantaba mi abuela. Ella me dejó mucha esencia y poco texto, que digo yo, porque me acordaba de partes pero no del romance entero. Así que tuve que empezar a ver cómo se cantaba el Gerineldo y cómo era el Gerineldo en Zamora. ¡Qué suerte todas esas personas que han recogido los romances, retahílas, historias, canciones o refranes contados de viva voz y los publica en libros! Si no, no sé qué habría hecho yo. Entonces, lo encontré en unos fascículos que había publicado La Opinión de Zamora sobre temas tradicionales y romances y que yo había encuadernado. Pero no me gustaba cómo terminaba, era tajante y a mí no me cuadraba. Pues pensé “lo arreglo” y entonces llegó a mis  manos el Ramo de romances y baladas de Agustín García Calvo y dije “esto es magnífico”. Entonces hice un apaño con parte del que yo tenía de La Opinión de Zamora y el recogido por él. Pienso que me salió redondo, con ese final de cantar de ciego. Empecé a ver que quedaba bien, a sentirme yo a gusto y que no me equivocaba porque, claro, era la primera cosa que yo me aprendía de memoria. Ten en cuenta que yo había hecho el taller con Magdalena Labarga. Y ahí no había nada de memoria, todo era contar anécdotas o cuentos. Y luego fue cuando Ana Herreros dijo que lo mío eran los romances, “¿¿¿qué???” dije yo, si además yo los detestaba por aquello de la Sección Femenina que nos lo hacía aprender de memoria. Yo tenía una sensación del romancero como algo muy de “memorieta”, de tener que aprenderlo como algo obligatorio. Se me había quedado la imagen última de mis doce, trece, catorce años y no la anterior, de cuando mi abuela lo cantaba o yo lo cantaba en la calle jugando o saltando a la comba, de cuando formaba parte de la vida cotidiana. Y me podía más la sensación aquella de tener que aprenderlo de memoria a la anterior, que era más florida, más hermosa, fíjate. Y a la gente le encantó, no me lo podía creer.

 

Entonces sí que interesó la historia de la infanta y el paje del siglo VIII

Interesó muchísimo porque al fin y al cabo los romances son la vida misma.

 

¿Por qué crees que siguen interesando los romances?

Son nuestra memoria ancestral. Y es la vida misma y están hechos por el pueblo. Para bien o para mal en esencia seguimos igual. Sufrimos por lo mismo, padecemos por lo mismo aunque hayan cambiado las vestimentas, el entorno…

 

Los temas siguen siendo actuales ¿no?, el amor, la muerte, la ambición, la traición…

Sí, y el deseo, el sacrificio, el miedo, es lo mismo. Los romances están totalmente vigentes, luego ya es cómo tú los expresas. Cuando comencé en los institutos, me era muy difícil porque los muchachos ya entraban en el aula y decían “¡buf, poesía, romancero, vaya rollo!” Luego le cogí el truco. Impuse al profesorado que de ninguna de las maneras tenían que decir a qué iba yo, que nadie me presentase. Y cuando ellos entraban, yo les recibía y cuando estaban sentados yo empezaba a cantar desde atrás, desde la puerta. Después, al ambientar el romance en su entorno, contarles el porqué del romance, de dónde venía, qué pasaba en ese siglo, por qué era así, con eso lo sentían como algo suyo y luego al cantarlo conmigo lo hacen más propio todavía. Aprendí también con ellos a interrumpir el romance, que nunca se me hubiera ocurrido hacerlo en un pub o en un espectáculo.

 

Interrumpirlo, ¿de qué manera?

Pues, mira, si yo estaba cantando “Camina Don Boiso, mañanita fría, tierra de moros a buscar amiga. Hállome lavando…”, de repente paraba y hablaba con el muchacho que estaba distraído y le decía, “mira, mira” y le hacía un comentario, y luego seguía al canto o al recitado, como si no hubiera existido ese diálogo en el medio. Pero ya había hablado con ese muchacho y él había entrado en la historia. Eso lo aprendí a hacer porque me obligaron ellos, para meterlos mejor. Todo va integrado, la palabra, el verso, el canto, va todo junto, con la diferencia de que lo que hablo es el público quien lo motiva. Ahora me sale porque lo tengo integrado pero al principio me resultó raro hasta a mí. 

 

Muchas veces comentas que los contadores cuidamos poco nuestra voz, ¿a qué te refieres? ¿Cómo deberíamos cuidarla?

Es nuestro instrumento de trabajo, es con lo que emitimos, nuestra voz es importantísima. Hay que proyectar la voz de manera que te oiga igual el de primera fila y la última. Debes ser coloquial y cercano sí, pero tu voz se debe de oír. Otras veces hay palabras que nos las comemos, y el de al lado tiene que preguntar “¿qué dijo?” Y con el qué dijo, ya no escuchó lo siguiente que dijiste. No solo hay que proyectar y que se te oiga, también es fundamental que se te entienda. Yo esto lo veo básico. 

Además la voz es muy delicada, no somos conscientes de hasta qué punto. Un violín, por ejemplo, que dicen que es lo más parecido a la voz humana, con el frío o la humedad no suena igual. O una zanfoña, en cuanto le entra un poco de aire o de frío, se desafina. Pues imagínate la voz humana. La voz humana son los sentimientos, todo lo que nos pasa, que es lo que decíamos al principio de la entrevista, de cómo me sentía yo hoy. Hoy estoy relajada, no tengo prisa, me he levantado pensando que ibas a llamar, entonces mi voz, mi instrumento vocal está mejor, está básicamente bien porque yo también mentalmente me siento bien.