Desde hace algún tiempo está muy de moda ponerle a cualquier cosa la terminación “terapia”, cuentoterapia, ludoterapia, biblioterapia, etc. y ya por eso parece que se trate de algo terapéutico. No es más que una forma de vender más, a costa de engañar a la gente.

Terapia es un tratamiento de una enfermedad o alteración física o mental, cuando el trastorno es de carácter mental nos referimos a psicoterapia. Terapéutico no es cualquier cosa que produzca un beneficio, muchas cosas lo producen, la alimentación, tomar el sol, escuchar música, etc., pero el hecho de ser beneficioso no le otorga el carácter de terapéutico, para ello es necesario que se trate de un tratamiento.

Cuando hablamos de tratamiento, nos referimos a algo que realiza un profesional cualificado y formado para ello, se necesitan muchos años para formarse como psicoterapeuta.

La psicoterapia es un tratamiento de naturaleza psicológica, que se desarrolla entre un profesional especialista y una persona que precisa ayuda a causa de sus perturbaciones emocionales. Se lleva de acuerdo a una metodología sistematizada y basada en determinados fundamentos teóricos, con la finalidad de eliminar o disminuir el sufrimiento y los trastornos del comportamiento derivados de tales alteraciones, a través de una relación interpersonal entre el terapeuta y el paciente.

INTRODUCCIÓN

Parece que el triunfo de la denominación “cuentacuentos” para definir ciertos espectáculos, acciones o animaciones, ha supuesto al mismo tiempo su fracaso como denominador de un género escénico autónomo y equiparable a otros géneros escénicos no teatrales (aunque la narración oral también puede en algunos casos ser considerada género teatral), como la magia, el circo o la danza. Dicho de otro modo: desde que la denominación “cuentacuentos” se impone teniendo como referente esas acciones o animaciones, los “cuentacuentos” empiezan a ser considerados como un subgénero y, para gran parte de sus practicantes, como un “nicho de mercado” en el que aprovechar su experiencia en otros campos como el teatro, la educación o la animación. Y cada cual la practica “tirando de” los recursos aprendidos en otras disciplinas, sin preguntarse qué es lo que distingue y define a la narración oral frente a esas otras disciplinas.

Como consecuencia de ello tenemos una gran variedad de espectáculos, acciones o animaciones que caen bajo la denominación de “cuentacuentos”. En este artículo intentamos esbozar una clasificación elemental que nos ayude a orientarnos entre una realidad un poco caótica donde coincidimos gentes de la más diversa formación, cobrando cachés o salarios muy distintos y trabajando en condiciones muy variadas. Intentamos que la terminología utilizada se corresponda con la realidad (que sea descriptiva), intentando de momento no hacer propuestas sobre esa realidad (que no sea normativa).

Esto es cuento largo. Hay quien afirma que los cuentos contados y, especialmente los cuentos tradicionales, están desapareciendo de los momentos y lugares donde habitualmente pervivían, sin embargo si uno se fija con algo de atención puede observar que los cuentos tienen todavía mucho predicamento en el día a día. Ya sea de una manera puramente nominal, ya sea a partir de expresiones hechas relacionadas con los cuentos, ya sea vistiendo con nuevos ropajes a protagonistas o historias tradicionales, los cuentos siguen muy mentados por aquí. Y no me refieron a los cuentos que contamos quienes nos dedicamos a contar, no: este breve artículo es para hablar de la presencia de los cuentos en otros ámbitos que no el de la narración oral.

El punto de partida de esto que escribo es una campaña publicitaria. Una una compañía de seguros lleva unos cuantos días bombardeándonos con anuncios protagonizados por personajes de cuentos tradicionales, si no sabéis de qué hablo mirad aquí y aquí. Desde luego esto no es la primera vez que ocurre, la publicidad se apoya en muchas ocasiones en los cuentos tradicionales (aquí hay cuarenta ejemplos más). Conviene pensar que si a la publicidad le interesa arrimar su ascua a las sardinas de los cuentos es porque funciona, porque el cuento sigue anclado en el imaginario colectivo y anda muy cerca de las emociones y pulsiones más hondas de los compradores. Incluso de aquellos que escucharon o escuchan pocos cuentos.

Para quien no conozca o haya trabajado nunca la técnica Alexander, se puede buscar información en la red. Hay mucho, sin embargo a medida que indagaba para este artículo, me encontraba en varias páginas de técnicos, actores, escuelas dramáticas, un texto sobre Alexander que se repetía, aunque con diferentes firmas.

El texto original es el que trascribimos (una parte) aquí y pertenece al libro El uso de sí mismo de Matthias Alexander, en Editorial Urano, un libro básico para comprender que esta técnica, más allá de modas confusas, es una herramienta fundamental para quienes trabajamos con la voz.

La técnica Alexander, hoy en día también aparece aplicada como terapia contra estrés, para embarazos, para diferentes afecciones, pero a nosotros nos interesa la técnica desarrollada por su creador, dirigida a actores, para quitar de nuestro hacer cotidiano una serie de vicios y costumbres que afectan directamente a la voz.

Los elementos físicos más importantes en la producción de la voz (respiración, fonación, articulación) son todos procesos que ocurren como respuesta de los músculos a una estimulación nerviosa.

No se puede separar el uso de la voz del resto del cuerpo. La comunicación no se centra solo en órganos vocales, toda la persona se ve involucrada. Y el entorno, la relación con uno mismo con los demás y la intención del momento, afectan. Por consiguiente, si nuestras partes mecánicas están afectadas, también lo estará la voz. 

Mi vida profesional se caracteriza por el hecho de tener casi siempre un pie en la práctica y otro en la teoría, en la reflexión de la praxis, cosa que siempre realicé compaginando la acción con las publicaciones.  

A modo de prefacio

Di los primeros pasos como maestra al calor de Rosa Sensat, un colectivo de maestros que empezó a trabajar por la renovación pedagógica en Cataluña, por allá de los años 60. Hacia los últimos 80, contribuí al nacimiento de una revista dirigida a profesionales que se ocupan de educar de 0 a 6 años. 

Al fundar ANIN (Asociación de Narradores i Narradors) junto a Martha Escudero y Cèlia Millán, hacia los últimos 90, encontré natural poner en marcha un boletín para los socios de ANIN, publicación que bautizamos con el nombre de Revista N y queríamos que contribuyera a la reflexión de un oficio del que bien poco sabíamos quienes empezábamos a practicarlo. 

Con este bagaje por bandolera, no es de extrañar que en 2005 me metiera de nuevo en la aventura de crear una revista dedicada a la narración, al cuento y a los narradores, esta vez desde Tantàgora, una asociación que fundé junto a otras dos personas y que por aquel entonces llevaba ya 10 años de andadura en el mundo de la literatura mi propio bagaje en el campo de la narración de viva voz nos permitía iniciar la aventura con cierto conocimiento de causa. El nombre de la publicación sería el mismo que el de la asociación, qué duba cabía, pero con el acento en otra dirección. No dudamos sería en lengua castellana, que nos permitía llegar a más personas.

Un grito mal dado

Hace unos días hablaba con una colega que me comentaba lo mal que lo había pasado hace un tiempo, al quedar completamente muda.  La razón: “un grito mal dado” 

Muchos de nosotros, en el entusiasmo de la narración, emitimos sonidos, gritos, onomatopeyas... para los que nuestro aparato fonador no está preparado.

Y no solo nos referimos al calentamiento previo, sino a un conocimiento real de la capacidad de nuestras cuerdas vocales y de nuestra capacidad de inhalación y exhalación de aire (un ejercicio sencillo consiste en grabarnos emitiendo gritos con las diferentes vocales y combinaciones diversas de consonantes, para detectar con cuál trabajamos mas cómodos).

Un buen ejercicio, para los que somos de narrar cuentos con monstruos, brujas, ogros o cualquier otro personaje que implique un sobresfuerzo es el siguiente:

 

Un ejercicio*: apagando velas

De pie, sentado o andando, manteniendo la longitud y siempre con el cuello liberado, se expulsa una bocanada de aire y de forma inmediata se inspira y se vuelve a expulsar, varias veces.

Todo esto sin alzar los hombros y apoyando la respiración en el diafragma.

¿Para que? Generalmente solemos emitir gritos o gruñidos fuertes con el mismo aire de la frase que venimos diciendo, con el consiguiente daño a nuestras cuerdas que se ven forzadas a mantener un sonido sin oxígeno suficiente.

¿Qué es la disfonía?

La disfonía vulgarmente conocida como “ronquera” es la pérdida del timbre normal de la voz, debida a una alteración de la masa, elasticidad y tensión de los pliegues vocales, provocando una alteración de la vibración de estos.

Los síntomas de la disfonía son: cosquilleo en la garganta, necesidad de aclararla continuamente (carraspear, toser), cierto dolor o irritación, sequedad. 

El síntoma más evidente es un cambio en la voz o incluso su pérdida.  

¿Cuáles son las causas que pueden originar una disfonía?

Hoy por hoy se conoce que son múltiples las causas que pueden originar una ronquera. Afortunadamente la mayoría no son graves y tienden a desaparecer después de un corto periodo de tiempo.

Las causas más frecuentes que pueden originar una ronquera son:

  • Algunas afecciones y trastornos que pueden dañar la voz:
    • La causa más común de la roncera son las afecciones respiratorias: resfriados, laringitis, alergias, etc.
    • Otra causa habitual de disfonía en los adultos es el reflujo gastroesofágico, situación en la que el ácido del estómago sube por el esófago, alcanzando la laringe e irritando las cuerdas vocales.
    • Otros motivos más inusuales son enfermedades neurológicas, los traumatismos de la laringe o las alteraciones hormonales (menopausia, menstruación y enfermedades de tiroides).

Más artículos...