En muchas culturas y tradiciones el narrador oficiaba (y oficia) rituales importantes para los individuos y la comunidad. En este sentido el griott guineano Marcelo Ndong nos contaba en su última visita a Guadalajara cómo había narradores en culturas africanas que oficiaban funerales.
En España cada vez son más los narradores que ofician bodas civiles, le hemos pedido a Pepe Maestro, que ya ha realizado unas cuantas, que nos escriba un breve texto a propósito de esta cuestión, y este es el hermoso texto que nos ha enviado. No dejéis de disfrutarlo.
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Cuando dos amantes quieren unirse en matrimonio deben preparar una cesta y acudir a la casa del contador de cuentos. En la puerta de su casa depositarán la cesta y se marcharán. En la cesta, deben introducir algunos alimentos para que el narrador los valore y algunos objetos personales. El sabor de los alimentos determinará el tipo de historias que les gustaría escuchar, si bien se cuidarán mucho de ofrecer un único sabor, pues esto supondría limitar la esencia del contador. Lo habitual es ofrecer sal, dátiles, harina y maíz. Muy raramente se ofrece carne o verdura, a no ser que se sepa que el narrador se halla en casa y recibirá pronto la petición. Lo usual es que se encuentre de viaje y halle la cesta a su regreso. De ahí, que no sean conveniente los alimentos perecederos.

Con todo, lo más importante son los objetos personales que se introducen en la cesta y que determinarán en gran medida la aceptación del narrador. Por objeto personal no se entiende algo que sea de su propiedad, sino aquellos que sirvan para alimentar la imaginación del contador y que muestren el grado de implicación que poseen. Una buena propuesta sería algunos cabellos, el cráneo de un pájaro, una rama tallada, alguna semilla…

Mi abuela María era una gran narradora oral. Contaba cuentos, cantaba romances y recitaba oraciones, ensalmos y refranes. Apenas había ido a la escuela, pero tenía una memoria prodigiosa y, a veces, uno tenía la sensación de vivir al lado de una enciclopedia parlante. Con ella al lado aprendí la cadencia de la lengua; recitaba con cierta majestuosidad como si fuera una actriz que actuara para mis hermanos y para mí mientras atendía los guisos o fregaba los cacharros.

“Una vieja fregando
dijo al puchero:
ojalá te volvieras
chico soltero.”

Por supuesto, su repertorio procedía de la tradición oral. Todas las lenguas tienen un tesoro en esa tradición oral que se trasmite de generación en generación. Sancho es el mejor referente. Frente a la locura de don Quijote, Sancho representa con sus sentencias la cordura y el equilibrio popular. Mi abuela era descendiente directa de Sancho.

Sólo cuando mi abuela desapareció me fui percatando de la deuda impagable que tenía con ella. De forma inconsciente ella me había legado un caudal de conocimientos y un gusto por la palabra, por el ritmo, incluso por la entonación. Esa herencia inconsciente la siguen recibiendo hoy todos los niños a través de sus padres y de sus abuelos. 

De la misma manera, los profesores ejercen una influencia decisiva en los gustos literarios de sus alumnos. Cuando un profesor cuenta una historia entresacada de un libro o cuando pondera un episodio vivido por personaje concreto, ya le está poniendo la miel en los labios y empujándolo inconscientemente a abrir las páginas del ese libro.

El profesor, con frecuencia, goza de un aura para el alumno, es un modelo a imitar, cualquier sugerencia que salga de sus labios puede resultar decisiva para él.

PREÁMBULO

Contrariamente a lo que se nos venía diciendo, 2011 no fue el año en el que la crisis iniciaba su retirada, sino más bien el año en el que la crisis empezó a mostrarse en toda su crudeza, dando con ello idea de que los tiempos duros estaban ahora, en verdad, comenzando, y que los próximos años iban a ser complicados y difíciles.

Nuestro oficio se adentra en este tiempo de incertidumbres con, al menos, dos aspectos que acentúan su fragilidad. 

Por un lado la profesión de contar cuentos está en pleno proceso de consolidación tras el resurgimiento que comenzó en los años ochenta del pasado siglo y que ha ido afianzándose en los últimos veinte años. Treinta años no son muchos para que un oficio termine por consolidarse y los cimientos que nos sustentan son todavía frágiles como lo demuestra la facilidad con la que han desaparecido programaciones estables de gran solera, públicos que gustaban de la palabra dicha y espacios para contar.

Por otro lado en estos treinta años el oficio ha ido creciendo al calor de las administraciones e instituciones públicas siendo estas quienes mayor número de sesiones y actividades demandaban. Y como sucede que lo público, y especialmente las administraciones, es lo que más recortes está padeciendo y más dificultades tiene para pagar, esta dependencia de lo público nos lastra al mismo tiempo que nos quita el suelo bajo los pies: desaparecen contrataciones habituales y se demoran pagos de sesiones realizadas muchos meses atrás.

                                                               A María y A Gloria                                  

 

“Huyendo del sonido

eres sonido mismo,

espectro de armonía,

humo de grito y canto”.

F. G. Lorca de Elegía al Silencio

 

EL SILENCIO CON MAYÚSCULA

 

                                             “Qué esplendida laguna es el silencio.

                                              Allá en la orilla una campana espera,

                                              pero nadie se anima a hundir su remo

                                              en el espejo de las aguas quietas”.

                                                                            

  

                                                                           Mario Benedetti 1998 Papel Mojado

 

El Silencio está detrás, detrás de la palabra, de la música, del ruido, al otro lado de la noche, del muro, debajo de la tierra, más allá del horizonte, más alto que el cielo, en las profundidades del mar. Cuando la Humanidad llegó a la luna encontró sobre todo silencio. 

No hacía falta ir tan lejos. 

También había Silencio más cerca, más adentro, en su propio interior, mezcla de emociones, imágenes y pensamientos difusos, bordeando siempre el lenguaje.

Primero fue el Silencio.

Silencio con mayúscula, oquedad, vasija infinita que pone en relación las resonancias de los seres y del mundo, cuya presencia continua sólo se manifiesta cuando se le presta atención. 

Se apaga un motor y el Silencio aparece como si para llegar a  percibirlo en toda su potencia nuestra alma necesitase tan sólo que algo callase.  

Más que un sonido, más que una ausencia, una sensación, un hueco insonoro que cubre el universo con su fuerza cósmica, una inspiración que nos puebla, que nos preña con su naturaleza tranquila e indecible cuyo sentido, sin embargo, nos empeñamos en desvelar. 

 

La narradora tinerfeña Laura Escuela realizó, por encargo nuestro, esta entrevista a la cuentista y escritora Montserrat del Amouna de las pioneras de la narración oral en España. La entrevista  se celebró dentro de las jornadas presenciales del VI Máster del CEPLI, el 10 de julio de 2012 en la misma aula que le sirve de homenaje.

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Montserrat, aunque te conocemos principalmente como escritora, has sido un referente importante en la historia de la narración oral española y en la implantación de la hora del cuento en las bibliotecas. ¿Cómo llegas hasta la narración oral? 

Llego por obligación. Dicen que el escritor nace escritor. Yo desde muy pequeña decía: “Voy a ser escritora”. Mis hermanos mayores y mis padres me contestaban: “Pero qué dices, ¡eso es muy difícil!” “No me importa. Voy a ser escritora”, contestaba. Nací escritora. Narradora no. Llegué a la narración porque me lo pidieron. Me vino impuesta por dos bibliotecarias que fueron las dos primeras mujeres que aprobaron la oposición a bibliotecas: María África Ibarra e Isabel Niño, que hicieron en los años cincuenta algunas de las primeras grandes exposiciones en la Biblioteca Nacional de Madrid con mucho escándalo debido a la censura. En aquel momento los niños no se sentían cómodos en las bibliotecas. Llegaban y veían aquellas grandes escaleras, aquellos pasillos, todo lleno de madera y barniz… pero ellas comenzaron a trabajar con niños, les abrieron las puertas. Entonces me llamaron e insistieron para que fuera a contar cuentos. Así que en los cincuenta empiezo a contar. Alterno las dos actividades: escritura y narración. En temporadas han pedido más sesiones de cuentos, otras menos. En mi vida escribir es constante, en cualquier situación… lo de contar es más circunstancial y depende de que me llamen o no.

Contar en grupo se pueden entender muchas maneras. Una podría ser aquella realizada por un grupo de personas que se reúnen y hacen una sesión de cuentos, sin tener mucho más en común que esa sesión que van a realizar en un momento concreto. Otra la que ofrece un grupo formado como tal y que cuentan juntos, pues comparten nombre, pero cada uno cuenta su cuento de modo individual, y la sesión puede ser o no, preparada en grupo, de modo que el grupo entero decide qué se cuenta, orden, etc., o no. Y contar en grupo a varias voces, compartiendo la sesión entera y cada una de las historias.

Légolas colectivo escénico, cuenta de esta última manera, y es la manera que entiende que es contar en grupo, porque realmente no sólo compartes una sesión con el otro, sino cada una de las historias, cada instante de la sesión, cada encuentro con el público, y todo el trabajo previo hasta llegar a ese momento.

 

Cuando comenzamos a contar en Légolas, al principio cada uno contaba su historia, no comenzamos contando a dos voces; pero sí que desde el principio compartíamos la sesión. La sesión siempre era conjunta, con una intención común, analizando cada una de las historias en grupo. Partíamos de un tema, que tras debate, quisiéramos trabajar conjuntamente y por eso nuestras sesiones desde el principio han sido temáticas, con un repertorio cerrado. Analizábamos que queríamos contar, proponíamos diferentes historias, veíamos quién podía contar qué, descartábamos ideas, añadíamos otras, ensayábamos juntos y hacíamos la crítica al compañero, desde cómo lo contaba hasta qué contaba, si debía poner más o menos el acento en una parte o en otra.

Todos nos hemos visto intimidados en un ascensor por la mirada de un bebé ¿o no?

Te mira sin parar de chupar su chupete o sin dejar de mover su pie dando golpes rítmicos sobre la sillita de paseo, o te mira con esa cara de “nada” que te hace dudar de todo. Es una sensación extraña, es como si te estuvieran desnudando el alma, como si adivinaran algo oculto de nuestro ser.

Los bebés son los reyes de la sabiduría. Según dicen, nuestra especie en cada generación mejora, así que los bebés son mejores que nosotros. Nosotros, pobres mortales que nacimos más sabios genéticamente que nuestros padres, pero somos menos sabios que nuestros hijos o sobrinos o ese niño del ascensor, compartimos el mismo mundo pero ¿el mismo universo?. Partiendo de este punto, desde esta mirada, podemos plantearnos trabajar, crear, contar…para bebés. Porque los bebés sí que se enteran, los bebés saben de poesía, saben de ritmo, saben lo que hay más allá de las formas, su universo no tiene fronteras, es después, cuando no paramos de ponerles trabas, normas, muros, culpas…es después, cuando el ser humano pierde la espiritualidad por aprender dogmas de fe y no nos enteramos de las cosas…

Para contar a bebés hay que ser sincero con uno mismo, respirar tranquilo, no sentirse con ganas de huir si algún llanto inunda la sala…( ese llanto puede ser : por un gassssssssss, la dentición, un mal dormir, que el bebé se sienta melancólico, que le asuste ese gentío, que no le guste el espacio…, no te sientas un contador -monstruoso). Para contar a bebés hay que entrar en su tempo de caracol, sin prisa pero sin pausa, aceptando que llueva o haga sol, que sea lunes o domingo…no pasa nada y pasa todo.