Ester García es ilustradora y amante de los cuentos. Hemos aprovechado que ha ilustrado la postal de felicitación de 2021 de AEDA que tenía por lema ¡Que la vida nos pille contando! para charlar un rato con ella y saber un poco más sobre su trabajo.

Ester Garcia foto

 

¿Ester, cómo surge la idea de la ilustración de felicitación de año nuevo para AEDA?

Nace al amor de la lumbre, brota de los cuentos susurrados por la noche justo antes de dormir, en casa, al abrigo de mantas y edredones. De las narraciones a pie de calle, compartidas con vecinos, familias, amigos, desconocidos. De las historias que salen de las casas cual humo de las chimeneas y recorren aldeas, pueblos y ciudades, hasta encontrar a aquellos que quieran acogerlas.

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Cuentan que es un momento oscuro para el planeta: el calentamiento global se acerca y las temperaturas suben. Los bosques se están quemando y el fuego arrasa las historias de los árboles y toda la flora y fauna que habitan dentro de esos ecosistemas. Y hay un tono de urgencia en la voz de los icebergs; se están derritiendo y necesitan soltar las historias que han estado congeladas en ellos desde tiempos remotos.

Y me pregunto ¿hay alguien ahí para contar todas esas historias? ¿Hay público para escucharlas? ¿Quién está escuchando los obituarios de las vidas de las personas en las culturas que están desapareciendo? ¿Dónde están los asistentes a los funerales de las especies que se están extinguiendo cada día? Si no hay quien cuente y escuche estas historias, es de verdad un momento oscuro para el planeta.

Pero también dicen que hace falta la oscuridad para ver las estrellas y es por esto que os quiero presentar dos iniciativas, dos estrellas que brillan con mucha intensidad: The Earth Stories Collection (La Colección de Historias de la Tierra) y la Red Global de The Earth Story Tellers.

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En lo que nos es posible alcanzar, el único sentido de la existencia humana consiste en encender una luz en las tinieblas del mero ser.

Carl Gustav Jung

 

La humanidad como especie surge de una gran oscuridad en la que, cuando la noche cubría la tierra, todo se volvía amenazante. Los sensibles seres humanos sentían su desnudez y el frío, y se espantaban con los aullidos de los lobos o los gruñidos de las fieras, que merodeaban cerca de sus rudimentarios refugios.

La conquista de la caza les permitió cubrirse y afrontar el frío, defenderse de los animales salvajes y vencerlos para alimentarse. Fue un arduo y difícil recorrido durante el que la vida de la especie más sutíl, estaba en un riesgo permanente, a merced de todos los peligros, de la intemperie y de la muerte. Durante esta conquista, este ser frágil se pertrechó de defensas que no procedían de su naturaleza, de su fuerza, ni de su poderío físico, sino de su inteligencia.

Hace unos meses escribía en otro boletín de AEDA sobre Cuentos para acompañarnos un voluntariado que iniciamos en el confinamiento para contar cuentos por teléfono a personas de colectivos vulnerables. Como coordinadora de la actividad junto con Elia Tralará, me pidieron que analizara su desarrollo. En este enlace se puede leer el artículo.

Con una red de 50 narradoras y narradores llamado a unas 80 personas semanalmente, nos planteábamos que podía ser un buen momento para reflexionar en profundidad y de repente me pide Jennifer Ramsay esta colaboración para el boletín. Para ello he puesto en práctica algo muy relacionado con nuestro trabajo: la escucha.

Este es un artículo tejido a varias voces, escrito a partir de testimonios de narradoras y narradores, en algunos casos formulado con sus propias palabras, a todas ellas les estoy agradecida.

Partiendo de la experiencia de que el voluntariado es una actividad de ida y vuelta en la que ambas partes reciben, incluso a veces quien se supone que da es quien más recibe, planteé tres preguntas. Quería saber qué les había aportado personalmente la actividad, si les había servido para llevar mejor el aislamiento y el momento del confinamiento más duro y qué era lo que más más les había sorprendido.

Inesperado. Imprevisto. Repentino. Desconcertante. Inoportuno.

2020, el año sorpresa. Como si de un baile de disfraces se tratara, la certeza, la tranquilidad y la estabilidad nos han mostrado su otra cara. La seguridad es ahora un espejismo lejano.

Y nos ha pillado a contrapié.

Pero, ¿qué era la seguridad para un narrador antes de 2020? Contar historias es inherente al ser humano, no hay nada más fácil, nos sale de manera innata. Pero una cosa es contar, y otra es vivir del cuento. Esto nos sitúa en realidades muy diferentes. Contar de manera profesional requiere de una apuesta vital, un enfoque preciso, una preparación mental, personal y de recursos, un paso adelante. Contar historias nos coloca en una posición de desequilibrio, de abismo, de vértigo constante. La narradora no sabe si dentro de cuatro meses trabajará. Esa es su realidad habitual. Así que la seguridad de nuestro oficio era ya una estabilidad a corto plazo, una certidumbre limitada.

Pero llegó marzo, y no solo nos robó el mes de abril, sino que nos dejó por delante un desierto de eventos cancelados, de fechas aplazadas indefinidamente, de bandejas de entrada estériles, de teléfonos mudos, ciegos, sordos. Y de pronto, el abismo tan temido, apareció ante nuestros pies. Y se convirtió en averno.

Caímos en la red de una odisea indeseada. Nosotras, que relatábamos aventuras de personajes ficticios en mundos lejanos, éramos protagonistas en una trama de dificultades tan grandes como dragones, de peligros tan inquietantes como castillos abandonados. No nos ha quedado otra que meternos en el bosque, y aquí seguimos, en plena oscuridad, buscando el sendero de guijarros blancos que nos ayude a escapar de tanta incertidumbre.

Mari Carmen

El pasado miércoles, después de que Jhon Ardila contara “El caminante mágico” una niña le gritó al despedirse:-Adiós, te quiero- . Yo, que desde que Diego Magdaleno me pidió que escribiese este artículo, estoy más observadora que nunca en las sesiones, tomé nota mental de este gesto porque me pareció de especial relevancia.

En la biblioteca de Dos Hermanas venimos contando cuentos desde 1983, como la biblioteca era entonces muy pequeña y no disponíamos de un lugar adecuado, empezamos en el interior de un viejo autobús que nos cedió la empresa Los Amarillos, cuando el tiempo lo permitía contábamos también en el jardín que rodeaba a la biblioteca, por entonces tirábamos de narradores voluntarios entre los que me encontraba yo misma en muchas ocasiones.

Don Jozelito opt

Me anima mi amigo Diego a escribir unas líneas desde mi posición de músico escuchante de cuentos. Gracias a su invitación a asistir al festival de narración oral “La Sierra Encuentada” y al ciclo de narración oral “Un Andévalo de Cuentos” en los últimos años, he tenido la oportunidad de escuchar a una variada pléyade de cuentistas y se supone que puedo decir algo como público.

Considero a la narración oral como una prima cercana de la música; durante un tiempo fueron hermanas siamesas, como aquellos días en la antigua Grecia, cuando le dabas cobijo a un homero ambulante para amenizar las largas noches de invierno al ritmo de la lira y si se retrasaba la primavera, te enlazaba una Ilíada tras una Odisea encalomándose junto al fuego mientras, a pesar de su ceguera, intentaba cogerle el culo a las sirvientas.

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