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En lo que nos es posible alcanzar, el único sentido de la existencia humana consiste en encender una luz en las tinieblas del mero ser.

Carl Gustav Jung

 

La humanidad como especie surge de una gran oscuridad en la que, cuando la noche cubría la tierra, todo se volvía amenazante. Los sensibles seres humanos sentían su desnudez y el frío, y se espantaban con los aullidos de los lobos o los gruñidos de las fieras, que merodeaban cerca de sus rudimentarios refugios.

La conquista de la caza les permitió cubrirse y afrontar el frío, defenderse de los animales salvajes y vencerlos para alimentarse. Fue un arduo y difícil recorrido durante el que la vida de la especie más sutíl, estaba en un riesgo permanente, a merced de todos los peligros, de la intemperie y de la muerte. Durante esta conquista, este ser frágil se pertrechó de defensas que no procedían de su naturaleza, de su fuerza, ni de su poderío físico, sino de su inteligencia.

Hace unos meses escribía en otro boletín de AEDA sobre Cuentos para acompañarnos un voluntariado que iniciamos en el confinamiento para contar cuentos por teléfono a personas de colectivos vulnerables. Como coordinadora de la actividad junto con Elia Tralará, me pidieron que analizara su desarrollo. En este enlace se puede leer el artículo.

Con una red de 50 narradoras y narradores llamado a unas 80 personas semanalmente, nos planteábamos que podía ser un buen momento para reflexionar en profundidad y de repente me pide Jennifer Ramsay esta colaboración para el boletín. Para ello he puesto en práctica algo muy relacionado con nuestro trabajo: la escucha.

Este es un artículo tejido a varias voces, escrito a partir de testimonios de narradoras y narradores, en algunos casos formulado con sus propias palabras, a todas ellas les estoy agradecida.

Partiendo de la experiencia de que el voluntariado es una actividad de ida y vuelta en la que ambas partes reciben, incluso a veces quien se supone que da es quien más recibe, planteé tres preguntas. Quería saber qué les había aportado personalmente la actividad, si les había servido para llevar mejor el aislamiento y el momento del confinamiento más duro y qué era lo que más más les había sorprendido.

Inesperado. Imprevisto. Repentino. Desconcertante. Inoportuno.

2020, el año sorpresa. Como si de un baile de disfraces se tratara, la certeza, la tranquilidad y la estabilidad nos han mostrado su otra cara. La seguridad es ahora un espejismo lejano.

Y nos ha pillado a contrapié.

Pero, ¿qué era la seguridad para un narrador antes de 2020? Contar historias es inherente al ser humano, no hay nada más fácil, nos sale de manera innata. Pero una cosa es contar, y otra es vivir del cuento. Esto nos sitúa en realidades muy diferentes. Contar de manera profesional requiere de una apuesta vital, un enfoque preciso, una preparación mental, personal y de recursos, un paso adelante. Contar historias nos coloca en una posición de desequilibrio, de abismo, de vértigo constante. La narradora no sabe si dentro de cuatro meses trabajará. Esa es su realidad habitual. Así que la seguridad de nuestro oficio era ya una estabilidad a corto plazo, una certidumbre limitada.

Pero llegó marzo, y no solo nos robó el mes de abril, sino que nos dejó por delante un desierto de eventos cancelados, de fechas aplazadas indefinidamente, de bandejas de entrada estériles, de teléfonos mudos, ciegos, sordos. Y de pronto, el abismo tan temido, apareció ante nuestros pies. Y se convirtió en averno.

Caímos en la red de una odisea indeseada. Nosotras, que relatábamos aventuras de personajes ficticios en mundos lejanos, éramos protagonistas en una trama de dificultades tan grandes como dragones, de peligros tan inquietantes como castillos abandonados. No nos ha quedado otra que meternos en el bosque, y aquí seguimos, en plena oscuridad, buscando el sendero de guijarros blancos que nos ayude a escapar de tanta incertidumbre.

Mari Carmen

El pasado miércoles, después de que Jhon Ardila contara “El caminante mágico” una niña le gritó al despedirse:-Adiós, te quiero- . Yo, que desde que Diego Magdaleno me pidió que escribiese este artículo, estoy más observadora que nunca en las sesiones, tomé nota mental de este gesto porque me pareció de especial relevancia.

En la biblioteca de Dos Hermanas venimos contando cuentos desde 1983, como la biblioteca era entonces muy pequeña y no disponíamos de un lugar adecuado, empezamos en el interior de un viejo autobús que nos cedió la empresa Los Amarillos, cuando el tiempo lo permitía contábamos también en el jardín que rodeaba a la biblioteca, por entonces tirábamos de narradores voluntarios entre los que me encontraba yo misma en muchas ocasiones.

Don Jozelito opt

Me anima mi amigo Diego a escribir unas líneas desde mi posición de músico escuchante de cuentos. Gracias a su invitación a asistir al festival de narración oral “La Sierra Encuentada” y al ciclo de narración oral “Un Andévalo de Cuentos” en los últimos años, he tenido la oportunidad de escuchar a una variada pléyade de cuentistas y se supone que puedo decir algo como público.

Considero a la narración oral como una prima cercana de la música; durante un tiempo fueron hermanas siamesas, como aquellos días en la antigua Grecia, cuando le dabas cobijo a un homero ambulante para amenizar las largas noches de invierno al ritmo de la lira y si se retrasaba la primavera, te enlazaba una Ilíada tras una Odisea encalomándose junto al fuego mientras, a pesar de su ceguera, intentaba cogerle el culo a las sirvientas.

Alejandro

Alejandro es de origen argentino y ascendencia española. Reside desde hace años en España y ha vivido el confinamiento en la soledad de una habitación de un centro de acogida. Desde entonces los cuentos los recibe por teléfono a través del proyecto “Cuentos para acompañarnos”. Él nos lo cuenta de esta forma:

Lo que me aporta el cuentacuentos es mucho. Un bálsamo en el trajín diario. Y no solo los contenidos que intentamos desmembrar, también el diálogo que nos lleva a conocernos más íntimamente. Y no queda ahí. Cuando cortamos la llamada ¡sigo conectado con todo lo que se habló!
Durante la semana espero ansioso cómo será la comunicación. A veces me pillas en una depresión profunda, como creo que sabes soy ex-politoxicómano, en marzo cumplo cinco años que no consumo. ¡Cada día es una batalla ganada! Siempre, cada cuento, tiene algo interesante que analizar o simplemente pasar un rato ameno y divertido. Me abstraigo y los conflictos y las depresiones mágicamente desaparecen. Felicito al que se le ocurrió esta forma de comunicarse, aprender y crecer como persona y ¡cultivarse!
Llevo tres cuentacuentos, Roberto Mezquita, Diego Magdaleno y ahora Alicia Mohíno. A quienes considero personas capacitadas, y no solo eso, nuevos amigos.

Muchas gracias por ayudarme a seguir por el buen camino. ¡Un camino florido y soleado!

Alejandro

Este texto forma parte del Boletín n.º 87 - El público

Michel

Soy Michel, madrileño de nacimiento, manchego todos los veranos de mi infancia, logroñés de corazón y con 52 años a las espaldas los únicos recuerdos de historias son las de la guerra civil que me contaba mi abuelo Vicente. La palabra escuchada llegó a mí como suelen llegar muchas cosas importantes: por casualidad.

A mitad de los años 90, con dos hijas, Silvia y Lorena, de uno y cinco añitos, ya teníamos en casa un buen número de libros de cuentos que les leíamos y que incluso les escenificábamos. El ambiente cultural con el que nosotros teníamos contacto lo marcaban las niñas. Cerca de casa existía una cafetería llamada El Globo. En este lugar se programaba música en directo, actuaciones de magia, teatro de pequeño formato... y todo ello sobre un escenario chiquito, en un ambiente muy acogedor.

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