Rubén Madrid y Elena Clemente

Reflexionar sobre el reflejo en la prensa escrita de la narración oral podría parecer un anacronismo por partida doble. El periodismo, sobre todo escrito, ha sido enviado a galeras y el oficio de contar parecería más bien un género muy menor en estos tiempos, al menos en comparación con el arte dominado por los grandiosos shows, con el triunfo del cine en tres dimensiones y con los conciertos multitudinarios en estadios de fútbol. Pero, al pensarlo detenidamente, sólo se trata de una primera impresión. Porque también sobre esto hay mucho que contar.

Estamos con el escritor Antonio Muñoz Molina cuando valora la función vital de la literatura: "La ficción narrativa, que procede del mito y de los cuentos infantiles, tiene, como ellos, la tarea de explicar el orden del mundo y de ayudarnos a encontrar en él nuestra posición: y la cumple mediante el juego y el sueño, un juego en el que nos jugamos la vida, un sueño que nos provee de una lucidez que necesitaremos despertar".  No hay mente inquieta y cultivada que pueda vivir sin esta amena forma de tomarse la vida con filosofía.

Siendo, como seguramente es, la forma más antigua y elemental de arte, los cuentacuentos se adaptan como un guante a este cometido. Y no sólo cumplen con el mandato de dar un sentido (narrativo) al caos de la existencia, sino que lo hacen adoptando formas tan variopintas que podría decirse que, como ocurre con los colores, hay para todos los gustos: abuelillas que encienden el fuego de la fantasía junto a la chimenea, trileros de la palabra, madrazas que susurran mientras te arropan antes de dormir, cavernícolas que rebotan historias sobre la rugosa piel de la cueva, monologuistas criados en la barra del bar, payasos que relatan entre bofetadas, confetis y redobles circenses, poetas que estiran y doblan las palabras y juglares que, acompañados de los acordes de una guitarra, rescatan personajes que vivieron en la noche de los tiempos. 

Elisa Yagüe  

Como a todo el mundo, me gusta que me cuenten historias. Por mi formación, conozco las herramientas que se utilizan en el mundo del la crítica textual y de la literaria, por lo que después de haber hablado mucho con distintos narradores orales, empecé a hacer crítica. Críticas que en ocasiones no vieron la luz pero que yo debía escribir, y que intenté hacer llegar a los interesados.

Hacer una crítica tiene algo de desafío porque te obliga a acudir a una sesión de narración desdoblada en dos escuchadoras diferentes: la que disfruta y se deja atrapar por la magia de las palabras y la que está alerta a todos los aspectos que debe analizar para poder valorar la sesión desde un punto de vista profesional, de manera que pueda estimar objetivamente si el trabajo ha sido correcto, bueno, excelente… o un desastre.

¿Pero cómo se puede encontrar una tabla de aspectos que sirva para medir las distintas actuaciones si hay tantos estilos, modos de contar y de puesta en escena diferentes? 

En la vida, en caso de duda, no hay nada como volver a los clásicos. En este caso a los preceptistas y estudiosos del discurso: a los retóricos. Ellos ya hablaron de las distintas partes de la Retórica a la hora de analizar un discurso, y estos aspectos funcionan muy bien para analizar la narración oral. No quiero hacer un análisis exhaustivo –pues ya habrá tiempo para ello en otra ocasión– pero sí quiero al menos mencionar estas cinco partes y cómo las relaciono con la narración oral.

Alfonso Arribas Gallegos

Los niños son niños, no adultos poco hechos. No son proyectos de algo más grande, sino protagonistas de su existencia, que es completa y suficiente. Y la narración oral no es un género menor que aspira a convertirse en otra cosa; es una forma de expresión, una faceta de las artes escénicas, una habilidad pegada a la literatura.

Una consideración similar padecía, aún padece, el teatro de títeres, considerado como una versión ligera del gran teatro. Si hay una ciudad española donde este tópico cada vez tiene menos alimento es Segovia, donde yo vivo, trabajo y consumo cultura. Aquí cada año el Festival Internacional de Títeres Titirimundi resucita y reinventa la ciudad, y de paso reivindica la grandeza, y autosuficiencia, del género.

Aquí en Segovia, también, se realiza un Festival de Narradores Orales que he tenido la oportunidad de disfrutar desde su primera edición. No ha alcanzado la dimensión de Titirimundi, pero sigue su mismo camino de pedagogía. Por el escenario de la Casa de Abraham Seneor y de la mano de su director, Ignacio Sanz, han pasado cuentistas brillantes y correctos, maestros y aspirantes, divertidos y monótonos. Es una cuestión clave: los espectadores, y modestamente los periodistas, ya hemos tenido la oportunidad de comprobar que no todo es igual, que si algo es menor es porque no llega, no por dónde esté encuadrado, y que cuando algo es grande lo es por su naturaleza.

José Henríquez

Me invitáis en vuestra página a escribir acerca de un repertorio de criterios que podrían servir de marco para hacer una crítica o un análisis del arte de narrar. 

A medida que la sociedad de consumo traga todo lo que se le pone por delante, convirtiéndolo en mercancía, todas las artes están amenazadas por el proceso de empaquetado, atado, etiquetado y vendido, sea por los poderes económico/políticos o los mediáticos, que a veces son la misma empresa. 

Y en esta misma inercia, los plumíferos perezosos vamos acumulando un instrumental de disección, secado y embalsamado de cualquier arte: una ristra de tópicos, etiquetas, cajoncillos y lugares comunes en los que encorsetar el tan incómodo acto artístico, que sigue moviéndose. 

Así nos ahorramos el difícil aunque saludable ejercicio de pensar por nosotros mismos e intentar al menos describir lo que está ocurriendo ante nuestras narices, sin prejuicios, ni sentencias ni rótulos de entomología. Y se lo ahorramos al público, convertido en consumidor.     

Desde hace años, en mi trabajo como periodista, crítico o comentarista de artes (yo prefiero este último término: comentarista), intento huir de los supuestos reglamentos y tablas de medición de los inspectores de arte. 

Me gusta mucho una descripción que se atribuye al filósofo Walter Benjamin, uno de los teóricos de arte más heterodoxos y luminosos del último siglo: “el trabajo del crítico es acompañar las obras y ponerlas en movimiento.” 

Puedo reunir algunas reflexiones sobre mi experiencia de auditor y observador de artes, acerca de cómo recibo los actos, sesiones y festivales, las experiencias de narración oral. 

Quien más me conmociona y entusiasma es el/la narrador/a que comparte con nosotros un mundo personal, propio. Parafraseando al querido Benjamin, es alguien que viene de lejos, a contar su viaje, su aventura. 

Juan José Prat Ferrer

La narración ha sido, desde los albores de la humanidad una de las principales formas de transmitir información; al contar un relato, narrador y escuchante participan en la construcción de un mundo cuya visión afecta a muchos aspectos de la concepción del mundo. Podemos distinguir tres tipos de narración oral: la tradicional o folclórica, la social y la contemporánea o escénica. Veamos una sucinta descripción de cada una de estas modalidades.

Las características de la narración tradicional han sido estudiadas por la folclorística en sus diversas escuelas, en especial bajo dos orientaciones: las que se ocupan de estudiar el relato (géneros, origen, tipología, estilo y estructura) y las que se centran en el estudio de la dinámica y función de los acontecimientos culturales; su característica principal es que la narración oral se encuentra motivada por las reglas y patrones que impone la cultura tradicional del grupo en que se forma y responde a sus necesidades socioculturales e ideales artísticos. La narrativa social se produce entre individuos; en ella, el emisor debe ganarse la atención de sus escuchantes, ya que sucede de forma más o menos espontánea en un entorno de igualdad, en cualquier situación en que se reúnen varias personas para socializar. Este tipo de narración está siendo objeto de estudio de sociólogos y psicólogos y también ha llamado la atención del mundo de la empresa. El fenómeno cultural de la narración oral tiene una nueva modalidad que denominamos narración oral contemporánea, en cuyas características participan en diversos grados lo folclórico, la cultura popular y la literatura. En la narración performativa o escénica, el narrador tiene asegurada la atención de su público; el entorno se configura para garantizar esta atención haciendo que el lugar que ocupa el narrador sea el centro de atención de sus escuchantes.