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El costamarfileño Adama Adepoju, contó, cantó y bailó en la segunda sesión de los Viernes de los Cuentos, traducido y acompañado con mucho acierto por Carles Gacía Domingo. • La ‘danza del agua’ se convirtió en una alegre alegoría que, lejos de saciar al auditorio abarrotado, le llevó a pedir un cuento más a modo de bis.


Adama Adepoju son casi dos metros de humanidad que derrochan pura alegría. Su inmensa dentadura blanca dibuja una sonrisa enorme sobre un rostro de marfil que dispara continuas muecas mientras cuenta, generoso en expresividad, algunas fábulas de animales del bosque y relatos ambientados en su pueblo africano. Con frescura y sencillez, las historias que inventa o rescata encierran en su visión de lo cotidiano lecciones de sabiduría infinita sobre asuntos de universal importancia.

El segundo pase de los Viernes de los Cuentos duró hora y media de humor. Adepoju salió acompañado del también narrador Carles García Domingo y convirtió su actuación en una sesión a dos voces donde ambos hicieron de la necesidad virtud, porque lograron que el impedimento del idioma (la traducción constante del francés al castellano) pusiese sobre el escenario a dos profesionales tan opuestos en rasgos, vestuario, tonos y acentos como capaces y compenetrados para dar agilidad a las historias y añadirle todavía más diversión a las originales y joviales historias.

El costamarfileño, afincado en Francia, convirtió el escenario en una suerte de ‘maquis’, palabra que alude a la cafetería en Costa de Marfil, el lugar que, como el bar de siempre en España, reúne a los parroquianos para hablar de la vida. Lo suyo fueron cinco cuentos y un ‘bonus track’ forzado por el respetable, una sencilla vacilada en la que Adama descubrió la causa por la que los perros siempre orinan con una pierna levantada.

Cinco cuentos con lección

“Cuanto más se conozcan los pueblos más se respetarán”, aleccionó el artista en el remate de la historia que abrió la sesión, un cuento sobre un rey león desterrado al que se enfrentan una oveja descarada y una hiena que muere de cobardía. También divagó con humor Adama sobre el carácter de las mujeres y concluyó que siempre llevan la razón.

Hubo más lecciones: una historia contada de una manera soberbia sobre dos luchadores invencibles, que aclaró la causa de que los padres no cuenten siempre todo a los hijos. La moraleja, como siempre, positiva e incontestable: “En mi pueblo decimos que ve más un anciano al pie de un árbol que un joven subido en la copa. En África el respeto a la edad es sagrado”.

Y en un manejo siempre fenomenal de los tiempos y combinando narración con música y danza, el narrador invitado contó un bonito y largo cuento sobre el comportamiento de los animales en un bosque en el que faltaba agua, llevando al auditorio de la parodia sobre la democracia hasta una desatada danza del agua en la que participaron todos con palmas. Aunque mención especial merece la presencia de Luis Moro y su hija, ambos del Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de la Biblioteca, acompañando con bastante acierto a Adama y García Domingo en la coreografía de esta danza tribal. Fue aquí cuando la ceremonia se desbordó. Hasta el insecto más repugnante se convierte para este gigante negro en un canto a la creación: “Cuando veáis una araña en casa, pensad en la danza del agua, en la danza de la vida”.

A estas alturas podría estar ya colmado el público que llenaba el salón de actos del CMI Eduardo Guitián. Hubo, a modo de despedida, una canción que demuestra que no existen las fronteras. Pero el auditorio quería más. Y los narradores aceptaron regresar a las tablas: bromearon y contaron el último cuento. Aquel que, sin más pretensiones que alargar unos minutos más la alegre ceremonia, explica porqué los perros orinan con una pata levantada. Y ahora sí, Adama y su fiel escudero echaron el cierre al ‘maquis’.