Puedes leer la crónica en la web de CulturaEnGuada, incluye fotos [15 marzo 2014]

 

El británico Tim Bowley y la gallega Charo Pita contaron en inglés y castellano nueve cuentos de muy lejanas tradiciones orales. • Mezclaron, con una excepcional compenetración, historias con humor y dilemas morales.


Tim Bowley es un viajero que anda por el mundo en busca de historias y que volvió a Guadalajara, estación conocida, para contarlas de nuevo. Esta vez paró por aquí en compañía de la también conocida Charo Pita: ambos desplegaron el mapamundi de las fábulas y los dilemas morales para, entre risas, plantear situaciones de unas proporciones metafísicas que dan vértigo.

¿A quién matarías para salvar la vida, a la madre que te la dio por vez primera o a la amante que te la devolvió en una nueva oportunidad? ¿Con quién se casará la joven india después de resucitar, con el mozo que la lloró en silencio, con el que se tendió desnudo sobre su sepulcro o con el que fue en busca de un remedio para revivirla?

La de Tim Bowley y Charo Pita fue una sesión a dos voces, como prometía, repleta de giros divertidos y salpicada de dilemas que el británico planteó directamente a su público, al que hizo participar mediante algunas votaciones y, en el cuento que exigió la entrega del respetable mediante mímica y onomatopeyas.

No fue simplemente la sesión de un cuentacuentos inglés traducida por una española, sino un juego a dos bandas con numerosos ejemplos de complicidad, en el que las dos voces se convirtieron en un dinámico recurso al servicio del espectáculo para animar, divertir o acelerar diferentes momentos de cada historia.

Clásicos, africanos, indios…

La noche arrancó con un cuento de sabor clásico de hechizos y encantamientos, una historia sobre dos reyes que no podían tener hijos que buscan un remedio milagroso que acaba complicando la sucesión en el trono, a la que aspira una serpiente. Los narradores llevaron al público de un inicio muy tradicional hacia un final disparatado y canalla.

Fue el aperitivo para entrar de lleno en una sucesión de historias que pasearon por tradiciones tan diferentes como la literatura oriental o africana. La segunda pieza relató con estilo creacionista y derroches de humor el modo en que, según los indios de la tribu de los pies negros, los hombres y las mujeres llegaron a vivir juntos, pues al principio no lo estaban: una visión simpática de la guerra de sexos y de cómo los unos y las otras estamos condenados al entendimiento.

Bowley y Pita rompieron a continuación la mecánica de la sesión: contó ella de un tirón el cuento de un pirata tuerto, una sirena y el rey de los peces y luego él tomó la palabra, pidiendo al público que acompañase cada alusión a un animal de la fábula con sonidos y gestos correspondientes. Funcionó como una orquesta.

A partir de aquí llegaron las palabras mayores: un cuento de Oriente Medio que da una auténtica lección de cómo sabemos las naderías por las que arrancan las disputas, pero no hasta qué punto pueden escaparse de nuestras manos; o la extraordinaria historia de una mujer tenaz empeñada, en un relato japonés, en acabar con la frialdad de su marido al volver de la guerra, un precioso canto al poder del amor.

Historias “para darle vueltas”

Vino luego la historia de la joven india (¿con quién se casaría? Votó el público y la mayoría equivocó el desenlace, porque ella eligió a quien se comportó como un amante, y no como un padre o un hijo) y una historia africana de un joven que murió aunque lo sabía (su padre le había advertido de la fatalidad si hacía el amor). Aquí vino el mayor dilema de la noche, elegir entre mantener viva a la madre o a la amante que le resucitó… el público escogió de nuevo, pero esta vez Bowley sentenció: “es una historia para darle vueltas”, sin final. Los africanos que la cuentan, explicó, la utilizan precisamente para hablar de la vida en torno al fuego.

No acabaron aquí los rompecabezas a los que Bowley sometió a sus personajes. El último en pasearse por el escenario alcarreño fue un granjero muy desgraciado que tuvo la suerte de encontrarse con un unicornio que le concedió un deseo. El problema, para el granjero, es que tenía que satisfacer no uno, sino varios. Pero lo acabó consiguiendo. El público rió con la resolución final, aunque seguramente se fue a casa aliviado por no estar en la piel del joven africano del cuento anterior. Hay historias que, afortunadamente, es mejor que se queden flotando en el aire.