Me invita Mariano Lasheras para que colabore en el boletín mensual de AEDA (Asociación de profesionales de la narración oral en España) y lo hace de un modo inusual al aclararme que la asociación no dispone de fondos para pagar mi pequeño trabajo. Yo le digo que no me había pasado por la cabeza tal circunstancia pero que, de todos modos, agradezco la información porque los que nos dedicamos a estas “cosas menores” estamos acostumbrados a que el trabajo de fontaneros, albañiles o electricistas tengan un precio, pero que el nuestro es distinto, el viejo tema de la juglaría, viene a ser un desahogo y, por lo tanto, no se paga (mi experiencia da para un extenso libro y me figuro que la de los lectores para mucho más, para una enciclopedia). Bien, a lo que vamos, yo le digo que al contrario, que AEDA y Mariano me hacen un gran halago cuando piensan en mí y que mayor pago que este no hay. A mi respuesta Mariano contesta que, al contario, que es un lujo para la asociación contar conmigo. En este estado de cosas decidimos dejarlo y centrarnos en los asuntos a comentar. Allá vamos.
Nací en Sabiñánigo (Huesca) en 1955. Mis padres eran naturales de dos aldeas situadas en el macizo de Sobrepuerto, no lejos del Parque Nacional de Ordesa. Era una zona poblada de modo antifuncional en la Alta Edad Media a través de una decena de núcleos que estaban condenados a la desaparición. Ello ocurrió cuando sus habitantes encontraron un modo de redención en la industria de Sabiñánigo o Monzón, los nuevos pueblos de colonización creados en los Monegros, o en la emigración hacia Huesca, Zaragoza o Barcelona. Estas circunstancias me marcaron profundamente en mi vocación “recolectora” de tradición oral.
En la enseñanza encontré mi particular sistema de redención social y fui afortunado porque disfruté en el trabajo. Mi periplo profesional ha sido muy variado y puedo decir que desde preescolar a la universidad he trabajado en todos los niveles educativos, al tiempo que fundía, siempre que podía, profesión con afición, enseñanza con etnología.
De mi vida profesional he de destacar trece años de educación especial (Pedagogía Terapéutica) que, aunque fueron duros en algún tramo, conformaron mi cosmovisión, el modo de entender el mundo y las relaciones entre los seres humanos.
Mi pasión por la etnología, la antropología y la etnohistoria parte del encuentro con una persona crucial, mi abuela Serafina. La conocí a los nueve años, cuando mis padres, que la guerra los había sacado de la aldea, me llevaron a disfrutar aquel veraneo social que hacíamos miles de niños españoles en el pueblo de nuestros abuelos. Mi abuela Serafina apenas sabía leer ni escribir pero era una persona sensible e inteligente. Tenía unas muñecas recias que reflejaban lo que había sido su vida: trabajar alrededor del fuego, de la casa y por el monte, hasta el extremo de parir alguno de sus cinco hijos en plena siega, con una mano en la hoz y otra en vientre. Ella, en un máster prematuro y gratuito –recapacítese cuando se hacen hoy estos estudios y cuánto cuestan– me contó historias sobre el oso, el lobo que, no hacía mucho, aún vagaban por el monte, los moros, los carlistas, la guerra civil, los maquis, los pastores que bajaban a tierra baja, los hombres que marchaban a trabajar al sur de Francia... En definitiva, fue ella quien me mostró el tesoro de la oralidad.
Al poco tiempo de estos encuentros mi abuela con la familia de José, que era el hijo heredero de Casa Ferrer, emigraron a la capital, a Huesca, y el embeleso continuó en unas tardes que a mí me parecían mágicas, porque mi familia también se había trasladado a allí.
Aquellas vivencias locales fueron tomando cuerpo y ganaron terreno hacia geografías más amplias, primero hacia la aldea de mi madre, Ainielle, que se ha hecho célebre por el libro de Julio Llamazares, La lluvia amarilla, que narra las vivencias del supuesto último morador de la aldea, y, luego, hacia el resto de la cultura pirenaica.
Estos fueron los comienzos, porque a día de hoy, el río de la infancia, que he recorrido y amado profundamente, se me hace pequeño y me gusta navegar hacia el mar para encontrarme con los océanos. Creo que es el camino sano y natural. La andadura pienso que comenzó siendo idealista pero, a día de hoy, intento moverme por la racionalidad.
Mi primer trabajo etnológico lo hice a través de la información de mi abuela, mis padres y mis tíos. Consistió en un trabajo no dirigido y bastante intuitivo que hice sobre la zona ya despoblada de Sobrepuerto. Lo efectué en el marco de la asignatura de Antropología de la educación que se cursaba en segundo de Magisterio. Creo que fue un trabajo bastante digno, al menos eso me dijo el profesor, y que marcó un modo de hacer que sería habitual en mí, la de fundir trabajo con afición, la de crear sinergia entre ambos. El vínculo ha funcionado y creo que ha enriquecido los dos ámbitos hasta hoy, que ya jubilado, procuro seguir en contacto con la enseñanza.
Afortunadamente, de aquellos tiempos de la entrevista o encuesta hecha con bolígrafo, he pasado a disfrutar de las ventajas de la era digital. El largo camino ha merecido la pena.
Los ámbitos etnográficos y etnológicos en que me he movido han recorrido toda la cultura tradicional del Pirineo (adjunto al final relación de trabajos publicados), especialmente la tradición oral, la infancia tradicional, la escuela, la vida pastoril, la arquitectura popular y las artesanías. Además, con una visión etnográfica he abordado la literatura para adultos (Pirineo de boj) y la infantil (entre otros: Pedrón, el diablo del Museo de Serrablo), así como la historia de la educación. Además en consonancia con mi modo de entender la etnología he escrito dos libros sobre la antigua provincia del Sáhara: Tfarrah, el Sáhara desde aquí, y Tiza y arena. Un viaje por las escuelas del Sáhara español.
En todos los casos detrás de cada obra ha anidado un componente funcional que ha hecho posible, en muchos casos, trascender desde la teoría a la utilidad: promover encuentros humanos, apoyar el andamiaje didáctico de un museo, asociar cuotas solidarias a las ventas, etc.
Toda esta andadura no hubiera sido posible sin mi presencia activa, desde los diecinueve años, en la asociación cultural Amigos de Serrablo, ubicada en Sabiñánigo (Huesca), a quien debo mucho, especialmente a su presidente, fallecido en 2007, Julio Gavín. Él y la asociación fueron quienes me dieron la oportunidad de agrandar, dirigir y dinamizar el museo etnológico Ángel Orensanz y Artes de Serrablo, para tener infinidad de experiencias enriquecedoras, participar desde su creación, como profesor en el Máster Educador de Museos de la Universidad de Zaragoza y conocer a personajes fundamentales en el mundo de la etnografía nacional como Julio Caro Baroja.
Habitualmente se vincula la labor de recogida de la tradición oral a un espíritu localista pero este no es mi caso, pues siempre he sostenido que “el que ama el río de la infancia está capacitado para morir en el mar”. Sin embargo, lo importante no es decirlo sino practicarlo y, esto creo se ha visibilizado constantemente en las labores y enfoques que he realizado. Poseo una visión etnográfica, mis análisis suelen ser siempre etnológicos pero detesto el etnicismo. Es más, todavía no llego a comprender las razones de su proliferación en la actualidad y menos las razones por las que algunos partidos de cultura internacionalista los auspician o asumen. Durante los 19 años en los que me ocupé del Museo Ángel Orensanz y Artes de Serrablo, como director voluntario, promoví un ideario que partía de local hacia lo universal sobre tres ejes: la cultura ecológica, de la que el hombre tradicional, aunque fuese de modo obligado, participaba; la aculturación, con sus aspectos ambivalente; y las relaciones Norte/Sur, ya que la sociedad tradicional poseía parámetros materiales que hoy se dan en el llamado Tercer mundo; el museo, desde lo local, pretendía reflexionar y actuar, a través de estos ejes, sobre lo universal.
En definitiva, durante los veinte años de responsabilidad museística y los cuarenta de enseñanza, siempre he visto dos opciones desde la etnología: la de crear encuentro o la de diferenciar; ni que decir tiene que yo he apostado por la primera, entre otras cosas, porque la cultura, como indica Lévi-Strauss, nos muestra cómo los puntos de contacto son más importantes en el ser humano que los que le diferencian.
Este modo de entender la etnología lleva parejo un modo de entender la relación con los “informantes”, con las personas entrevistadas. Estas personas no son objetos, meros medios que se utilizan y se olvidan. Debe mediar el respeto, la empatía, y se les debe hacer participes de los objetivos del trabajo. Si esto es así –y yo siempre lo he procurado– muchas de estas personas pasan a engrosar la propia familia y, una vez hecho el trabajo etnográfico, la relación perdura. En mi caso, el ejemplo extremo fue Antonio Oliván Orús (de Casa Cabalero de Aso de Sobremonte) pastor tradicional con el que compartí amistad y proyectos durante treinta años y de cuya relación nació el libro Cabalero. Un viejo pastor del Pirineo.
Quien no concurra con dosis de empatía, respeto y humildad no tiene nada que hacer en el mundo de la etnografía. Cuando presentaba el libro-CD Siente. Testimonios de aquel Pirineo una periodista me preguntó cómo me las apañaba para grabar testimonios tan puros y naturales. Le dije que eso se aprende con los años y con la experiencia siempre que, ante todo, medie el respeto hacia la persona entrevistada. Esa dimensión, sin pretenderlo, ha dado un componente social a mi trabajo, pues pocos mayores encuentren en su vida personas que les quieran escuchar y que quieran poner en valor su vida.
Esta filosofía la he podido explicar durante 25 años en el Máster de Museos de la Universidad de Zaragoza. Sin proponérmelo, antes de que estuviera en boga, he sido un humilde precursor de la etnohistoria, la historia de las mentalidades y de lo cotidiano.
Sin embargo, donde más he disfrutado con el tema ha sido en mi última fase profesional como profesor de Geografía e Historia en los IES Ramón y Cajal, y Pirámide de Huesca. Allí he aplicado y perfeccionado el acercamiento del alumnado a la historia familiar, desde la comprobación de que la ignorancia era muy grande. “¿Para qué vamos a estudiar la historia universal si antes no conocéis la básica vuestra?” –les decía– Y es verdad, asombra cómo la mayoría de los alumnos ignoran el periplo vital de sus abuelos, del mismo modo que saben que el sol sale por el este pero no saben situar este punto cardinal. “¿Hacia dónde vamos? No sabemos situar ni nuestro origen ni el del sol...”
Ni que decir tiene que esta labor no la desarrollaba a costa de no abordar el currículo oficial. Lo daba y ambas tareas eran compatibles. Estudiar la historia familiar tiene mucho que ver con la Pedagogía sistémica.
Les decía a mis alumnos que en casa tenían unos maravillosos libros que les habían pasado desapercibidos hasta la fecha y que ello era una pena. Estos libros eran sus abuelos y, en algunos caso, sus bisabuelos.
La cuestión partía de iniciarlos en la entrevista etnográfica escogiendo núcleos temáticos fundamentales en la vida de las personas. Así descubrían que hubo una España con una natalidad distinta, en la que la infancia era muy breve porque la incorporación al mundo del trabajo era muy rápida, que hubo generaciones que se tuvieron que enfrentar a las calamidades de una guerra, del hambre y que para evadirlas tuvieron que emigrar y renunciar a una cultura popular que tenía un enorme valor inmaterial...
Tras estos trabajos base, surgían otros centros de interés donde aplicar lo aprendido: la historia del pan en las distintas generaciones, la guerra civil, el mensaje que emite la letra de los abuelos, los juegos populares, los cuentos, los ritos, las leyendas y los mitos...
Estas actividades nos llevaron a que, frecuentemente, los abuelos dieran charlas en clase, que los llevásemos con sus nietos a la radio (Programa de Radio Huesca, curso 2013-14, “Historia menuda-Menuda historia”), que con su ayuda creásemos micro-museos en la biblioteca sobre distintos temas de la historia cotidiana tradicional, o que con su testimonio elaboráramos un libro (La guerra de los abuelos, publicado por la DGA en 2004, dentro de la colección “Amarga memoria”, es el resultado de las entrevistas que durante el periodo 1996-2000 realizaron los alumnos de 2º de la ESO a sus abuelos sobre la guerra civil y bajo mi dirección. Estos materiales fueron analizados y redactados en dicho título por la historiadora Luisa Marco Sola).
El resultado siempre fue magnífico porque la fórmula de puro sencilla es muy eficaz. Muchos abuelos, por primera vez en la vida, comprobaban cómo sus nietos los ponían en valor.
A pesar de haberme jubilado no he abandonado esta línea de trabajo, y este curso escolar 2017-2018 la he aplicado, como invitado, en el IES Luis Buñuel de Zaragoza, dentro del programa “Encuentros literarios” del Ministerio de Educación. Ni que decir tiene que me gustaría propagar y perfeccionar el trabajo en otros centros. Estoy a su disposición.
Finalmente, me tomo el atrevimiento de indicar a las personas que pudieran estar interesadas por la cultura tradicional del Pirineo los títulos de mi obra que, intuyo, les pueden ser más útiles:
- Pedrón, el diablo del museo del Serrablo, sirve de ejemplo para ver cómo un personaje rescatado del acervo popular lo podemos poner a trabajar al servicio de un museo y de una colectividad.
- El Pirineo Contado, recoge un amplio recorrido por las anécdotas fosilizadas, las leyendas, los mitos y los ritos del Pirineo, recogidas desde 1970 hasta 1992. Además estudia cómo se transmitía la tradición oral y qué valores pedagógicos desarrollaba. Este amplio capital puede ser adaptado por cuentacuentos y otros profesionales de la narración.
- As crabetas. Libro-museo sobre la infancia tradicional del Pirineo, aporta una fórmula experimental, la de acomodar los contenidos sobre la vida de la infancia tradicional al modo de libro-museo en el que cada “sala” es un capítulo y el experto que cuenta cómo era la vida infantil, es el guía del “museo”.
- Ainielle, la memoria amarilla, establece un juego coordinado con Julio Llamazares y su libro La lluvia amarilla. Si este libro cuenta la historia literaria y ficticia del supuesto último habitante de Ainielle, el mío describe de modo literario una profunda y larga investigación que lleva desde el mundo prerromano hasta la actualidad, en que una romería laica fluye hacia Ainielle todo el año, atraída por la crudeza de la historia del escritor leonés.
- Siente. Testimonios de aquel Pirineo, constituye mi gran aportación al patrimonio inmaterial. Desde el 2003 al 2010 recogí por el Pirineo aragonés documentos sonoros que cubrían todo el arco de la cultura tradicional. Procedían de 160 personas de ambos sexos, mayores y que eran magníficos informantes. Fueron 3000 testimonios que hubo que escuchar más de una vez, clasificar, analizar, y los 600 mejores, trascribir y grabar en un libro-CD. Además, todos ellos la Consejería de Cultura DEL Gobierno de Aragón decidió “subirlos” a su plataforma digital SIPCA Sistema de Información del Patrimonio Cultural Aragonés, al tiempo que los 900 con mayor interés lingüístico se pueden consultar en el portal de sobre las lenguas de Aragón.
- Finalmente, Pirineo de Boj, es un libro antropológico por los cuatro costados y que narra el cambio social en estas montañas, desde que mi abuelo marchó a la guerra de Cuba hasta la actualidad. Su treintena larga de relatos cortos parten de una condensación de historias de vida vividas o escuchadas a lo largo de muchos años. Es un libro terminal, de esos que se pueden escribir cuando uno ya se siente maduro en el oficio. Francamente, estoy orgulloso de él.
Bibliografía de Enrique Satué
Además de dos publicaciones antropológicas y educativas sobre la antigua provincia española del Sáhara, el autor ha escrito los siguientes libros:
1983. Artesanía de Serrablo (ensayo realizado junto a Julio Gavín y José Garcés). Amigos de Serrablo. Sabiñánigo.
1984. El Pirineo abandonado (literatura infantil). DGA. Zaragoza.
1988. Las romerías de Santa Orosia (ensayo, tesis de licenciatura). DGA. Zaragoza.
1991. Arquitectura popular de Serrablo (ensayo junto a Julio Gavín y José Garcés). Instituto de Estudios Altoaragoneses. Huesca.
1991. Religiosidad popular y romerías en el Pirineo (ensayo, tesis doctoral). Diputación Provincial de Huesca-IEA. Huesca. 1991.Trabajo que obtuvo el tercer galardón en el Premio Cultural Marqués de Lozoya de 1988.
1994. Pedrón, el diablo del museo de Serrablo (literatura infantil ilustrada por Roberto L´Hotellerie). Ayuntamiento de Sabiñánigo-IEA. 1994.
1995. El Pirineo contado (ensayo). Autoedición y reedición por Prames S.A. en Zaragoza, 2014.
1999. Cabalero. Un viejo pastor del Pirineo (ensayo). Autoedición. Zaragoza. Reeditado por Prames S.A. en Zaragoza, 2017
2000. Caldearenas. Un viaje por la Escuela y el Magisterio rural (ensayo). Autoedición, Huesca.
2003. Pirineo adentro (ensayo junto a Ricardo Mur). Barrabés editorial. Zaragoza.
2003. Los niños del frente (ensayo ilustrado por Roberto L´Hotellerie). Ayuntamiento de Sabiñánigo-IEA. Huesca.
2003. Ainielle. La memoria amarilla (ensayo didáctico). Prames S.A. Zaragoza.
2004. Fray distinto de Somport (literatura infantil ilustrada por Roberto L´Hotellerie). Asociación Sancho Ramírez. Jaca.
200. Pirineo de Boj (relatos cortos). Prames S.A. Zaragoza
2006. Aquel Pirineo (ensayo). Barrabés editorial. Zaragoza.
2012. As crabetas. Libro-museo sobre la infancia tradicional del Pirineo (ensayo). Zaragoza.
2017. Siente. Testimonios de aquel Pirineo (ensayo). Prames S.A. Zaragoza.
Este artículo pertenece al Boletín n.º 64 de AEDA – Recolectores de tradición oral en Aragón