El 8 de abril se celebró el Día del Pueblo Gitano, por este motivo le pedimos a Javier Asensio, folclorista y autor del libro Cuentos populares de los gitanos españoles, que escribiera un breve artículo para nuestra web sobre la tradición oral calé. Muchas gracias.
 

Razones históricas y culturales han impedido una relación fluida entre la cultura gitana y el resto de la sociedad española. Mi experiencia en el trato con los gitanos me ha hecho reflexionar sobre las bondades de la interculturalidad, esa idea que favorece la comunicación entre grupos distintos, la convivencia y el respeto en la diversidad.

Los estereotipos negativos sobre el pueblo gitano son a día de hoy completamente falsos o cuando menos están fuera de lugar. Los actuales calés no son los de hace cien años ni se comportan como sus antepasados. Sin embargo, entre ambas culturas persiste cierta desconfianza que desaparecería si hubiera más espacios de relación. Desde este punto de vista, la convivencia de las nuevas generaciones en los centros escolares augura un futuro prometedor.

Hay un hecho que nos puede hacer reflexionar sobre la cultura gitana: cuando conocemos sus valores y costumbres hallamos que no nos son ajenos. El valor que la cultura gitana da a la virginidad de la novia lo ha vivido en gran medida el resto de la sociedad durante siglos y ha estado vigente hasta la generación de nuestros padres y abuelos.

El valor de la familia y el respeto a las personas de más edad siguen estando vigentes en la cultura gitana mientras que en la paya, aunque esos valores los tuvimos como sagrados, han ido decayendo.

Hay varios ejemplos de la españolidad antigua que conservan los gitanos: al margen del dialecto caló, algunos modos de hablar de los gitanos contienen arcaísmos castellanos; su manera de vestir –vista desde los caprichos de las modas– parece elegante pero un tanto desfasada, y así parece que lo ha sido durante los últimos siglos; el cante gitano es profundamente hispano. Para completar esta línea argumental tendríamos que hablar de las muchas aportaciones que la cultura gitana ha hecho a la española a lo largo de casi seis siglos de convivencia.

El cante gitano despertó ya en el siglo XIX un gran interés tanto entre el público como entre los estudiosos de las costumbres populares. Hoy el cante y baile flamencos son una seña de identidad del pueblo gitano, del andaluz y, por su difusión mundial, identificativos de España.

Pero hay algo más que flamenco en la cultura tradicional gitana. Hace aproximadamente un siglo, el investigador Manuel Manrique de Lara descubrió que un gitano del barrio sevillano de Triana conocía y cantaba unos romances rarísimos de encontrar en la tradición oral moderna, muchos de ellos desconocidos para los estudiosos. Juan José Niño –que así se llamaba el calé– conservaba por línea familiar una línea romancística perdida y que podía partir de los cantos medievales que ensalzaban el valor de los protagonistas de la épica hispana.

Este hombre recitaba y cantaba temas tan arcaicos como Bernardo se entrevista con el rey, El prisionero, Bañando está las prisiones, Rodriguillo venga a su padre, Jimena pide Justicia, Destierro del Cid, El moro que reta a Valencia, Quejas de doña Urraca, ¡Ay de mi Alhama!, Belardo y Valdovinos, A las armas, moriscote; El marqués de Mantua, El conde Grifos Lombardo, Gaiferos libera a Melisendra, Roncesvalles, Durandarte envía su corazón a Belerma, y El Conde Claros preso.

Los gitanos, que llegaron a España a finales de la Edad Media, expusieron sus oídos a lo que por entonces corría de voz en voz: los romances que contaban las aventuras de los héroes de nuestra épica medieval, héroes que no conocieron pues el Cid, Bernardo o Carlomagno camparon por España siglos antes de la llegada de los calés. Al cabo de cinco siglos de la llegada de los gitanos a España los payos hemos perdido casi todos los recuerdos orales de aquellos héroes mientras que algunos gitanos todavía los conservan.

No es raro que algún calé de cierta edad conozca los siguientes versos, a veces descontextualizados:

Cuando entré en estas prisiones       apenas tenía barba,
ahora por mi desdicha       la tengo crecida y cana.
Solo tengo un Bernardito       que me cuentan sus hazañas, 
si para mí no las tienes,       ¡dime para quién las guardas!

A otros tantos les suena una copla que remata el romance de Fierabrás: 

Oliveros y Roldán se riñeron por un pan,
Oliveros lo ganó y Roldán se lo comió.

Un reducido número de personas es capaz de dar sentido a estas dos composiciones, así, cuando intentan explicar esos versos, van añadiendo trama y argumento hasta convertirlos en una narración épica. A la definitiva están contando un cuento.

Pese a que la historia del pueblo gitano ha sido la historia de un pueblo perdedor, su cultura ha tenido un regusto por la épica, confundiendo las hazañas de los héroes medievales con las de los hombres valientes y triunfadores de su propia etnia. Basta con preguntar a algún gitano por un antepasado valiente para que te cuenten la vida de algún personaje famoso que el paso del tiempo ha ido mitificando: gitanos de fuerza descomunal; salteadores de caminos que robaban a los ricos para dárselo a los pobres sirviéndose de unas caballerías de las que se cuentan hazañas parejas a las de los famosos caballos del Cid o de Los Doce Pares de Francia; desafíos de fuerza o habilidad con las armas, a muerte, entre los propios gitanos. Hay algo catárquico en estas narraciones: mientras la realidad nos dice que gran número de gitanos, incluso los más fuertes, acabaron en la cárcel –cuando no murieron violentamente–, los relatos de sus vidas hacen hincapié en su valentía, adornando su vida con hazañas de dudosa veracidad como las de los jundunares (guardias civiles) a los que engañaron o directamente mataron en sus novelescas huidas, la descomunal fuerza de El Habanero, la invencibilidad de los gitanos que montaban caballos tan míticos como El Jamelgo o La Turrunera, mocosos de catorce años que medían sus fuerzas con gitanos bragados. También en la Edad Media española los relatos épicos tenían algo de catárquico: mientras el Conde Fernán González perdía territorios para Castilla, los Siete Infantes morían en la batalla o el Cid perdía alguna contienda, los juglares tapaban esos fracasos con magníficas fabulaciones literarias.

Casi lo mismo podemos decir de los cuentos de corte maravilloso. En la actualidad es bastante difícil encontrar narradores paisanos que recuerden cuentos de este tipo. Por el contrario, algunos gitanos los tienen bien presentes. Cuando hablamos de cuento maravilloso nos referimos a ese tipo de narraciones que no pueden ocurrir en la realidad*: gigantes y enanos, mantas voladoras, pájaros que pueden transportar a humanos, serpientes de siete cabezas, hombres con la fuerza de un oso, peces con escamas de tantos colores como días tiene el año, caballos que dan consejos al hombre, flautas que transmiten mensajes, leonas capaces de sanar con su leche a los ciegos y tantos otros motivos fabulosos.

Este tipo de cuentos todavía están presentes en la memoria de algunos gitanos mayores, como así lo estuvieron entre los paisanos de varias generaciones atrás. No es difícil imaginarse que en las duras noches de invierno de las acampadas, con el frío y el hambre como habituales compañeros en el deambular de los gitanos por los campos de España, alimentasen su pobre corazón con estas narraciones que les transportaban a una realidad muy distinta a la que ellos vivían.

No dejamos de lado esa larga noche gitana, escasa de luz, no solo física sino también intelectual pues el miedo y la superstición han estado muy presentes en sus vidas. Así se explican tantos relatos legendarios sobre fantasmas, condenaos, encantaos, vengues**, brujas, espíritus y hombres convertidos en animales, historias que algunos todavía recuerdan con temor pese a que la luz de la verdad evangélica está desvaneciendo todos sus miedos.

En los cuentos novelescos podemos encontrar muchos paralelos de esa constante lucha por la vida que ha caracterizado a la cultura gitana: la astucia para salir de una situación complicada, el valor de los consejos de una persona mayor e, incluso, la providencia que salva en última instancia la vida del desvalido.

Como no podías ser de otra manera, gitanos y paisanos compartimos gran número de cuentos. Esto se hace evidente en todos esos chascarrillos que hasta ahora eran lo único que se relacionaba con la expresión de cuentos gitanos. Los chistes sobre gitanos que se burlan de la guardia civil, que engañan al payo en la feria o que no entienden los mensajes del cura en la iglesia son conocidos por unos y por otros y tienen la misma finalidad que no es otra que la de provocar la risa.

La tradición oral de los gitanos nos regala otros temas como son las leyendas sobre supuestos tesoros ocultos; los viejos conjuros y oraciones; creencias sobre su propio pasado; las palabras en dialecto caló, lejano recuerdo del antiguo idioma romanó que todavía conservan los gitanos de otras partes de Europa; los remedios naturales para las dolencias humanas y de las caballerías; una buena colección de adivinanzas y acertijos; y un sinfín de detalles que merecen la pena ser recogidos y divulgados.

 

cubiertaGitanos

 

Javier Asensio García
Estudioso del folclore, recopilador y autor de 
Cuentos populares de los gitanos españoles, ed. Siruela, Madrid 2008.

 

*Pese a que la fantasía del ser humano es también algo real.

**Vengue: diablo.