Las siguientes líneas exponen de manera sucinta algunas de las conclusiones a las que en su día llegué en mi participación en la Mesa Redonda "Cuentos folklóricos y experiencias de trabajo de campo", llevada a cabo en el marco del Congreso El cuento folklórico en la literatura y en la tradición oral, organizado por la Universitat de València del 2 al 5 de noviembre de 2004*.

Como señalaba en dicha ocasión, rememorando las conocidas palabras de Alan Dundes, una investigación folklórica completa y rigurosa debe tener en cuenta, inexcusablemente, la TEXTURA, el TEXTO y el CONTEXTO de los testimonios recopilados, razón por lo que el folklorista debe reunir amplios conocimientos de Lingüística, Literatura y Antropología. Por otra parte, mi experiencia en el trabajo de campo (verdadera y única escuela del folklorista y un acto de aprendizaje en todo el amplio sentido del término), tanto o más que la labor de clasificación y estudio de los relatos folklóricos a la que me he dedicado, especialmente, en Aragón y, en menor medida, en Álava y La Rioja (colaborando en este caso con Javier Asensio), me ha llevado al convencimiento de que las herramientas que nos proporciona la Filología resultan idóneas para el quehacer del folklorista, cuya labor, en definitiva, es perfectamente semejante a la del editor filológico.

El 8 de abril se celebró el Día del Pueblo Gitano, por este motivo le pedimos a Javier Asensio, folclorista y autor del libro Cuentos populares de los gitanos españoles, que escribiera un breve artículo para nuestra web sobre la tradición oral calé. Muchas gracias.
 

Razones históricas y culturales han impedido una relación fluida entre la cultura gitana y el resto de la sociedad española. Mi experiencia en el trato con los gitanos me ha hecho reflexionar sobre las bondades de la interculturalidad, esa idea que favorece la comunicación entre grupos distintos, la convivencia y el respeto en la diversidad.

Los estereotipos negativos sobre el pueblo gitano son a día de hoy completamente falsos o cuando menos están fuera de lugar. Los actuales calés no son los de hace cien años ni se comportan como sus antepasados. Sin embargo, entre ambas culturas persiste cierta desconfianza que desaparecería si hubiera más espacios de relación. Desde este punto de vista, la convivencia de las nuevas generaciones en los centros escolares augura un futuro prometedor.

Hay un hecho que nos puede hacer reflexionar sobre la cultura gitana: cuando conocemos sus valores y costumbres hallamos que no nos son ajenos. El valor que la cultura gitana da a la virginidad de la novia lo ha vivido en gran medida el resto de la sociedad durante siglos y ha estado vigente hasta la generación de nuestros padres y abuelos.

El valor de la familia y el respeto a las personas de más edad siguen estando vigentes en la cultura gitana mientras que en la paya, aunque esos valores los tuvimos como sagrados, han ido decayendo.

gallego

Cuando los griegos consultaban el oráculo de Trofonio tenían que beber en primer lugar de la Fuente del Olvido (Lete) para borrar de la memoria todo cuanto les había pasado anteriormente en la vida. A continuación entraban en una cueva donde experimentaban el pánico que produce el trance de la vida a la muerte, para a continuación recuperar lo visto y lo vivido bebiendo agua de la Fuente de la Memoria (Mnemósine). Ese horror transitorio que se apoderaba del consultante del oráculo cuando se desprendía de la memoria (recordar el mito del Río del Olvido acontecido en nuestro Limia) representa la necesidad humana de tener recuerdos de un pasado para conformar una identidad en el presente.

Mas olvido y memoria, siendo contrapuestos pues uno inhibe al otro, son valores aliados y complementarios. No todo debe confiarse a la memoria ni todo debe entregarse al olvido. Como en la Cueva de Trofonio, la experiencia debe ser el árbitro que concilie un equilibrio deseable entre una y otra facultad. 
La memoria es, por tanto, imprescindible pero, como decía Nietzsche, confiar todo a la memoria puede matar. La memoria es frágil, voluble, alterable y vulnerable, y, a pesar de todo esto, constituye la argamasa imprescindible de nuestra identidad. 

gallego

De algún modo podríamos decir que la idea gallega de familia no se puede acotar ni en el tiempo ni en el espacio y que la creencia moderna de que la muerte es el final o que el mundo de los vivos y el de los muertos son planos estancos e inconexos son ideas que no operaban en el campo de la cultura tradicional gallega, pues en nuestro mundo cultural, eminentemente simbólico, los miembros fallecidos de la familia también conviven con los vivos en una relación que transciende la dimensión temporal y terrenal. Esta convivencia es una relación simbiótica, de un intercambio mutuo que podemos observar en múltiples prácticas y creencias relacionadas con el mundo de los difuntos y de las ánimas. Y digo que es simbiótica porque a las ánimas —igual que a los santos— se les piden favores pero también se ruega por ellas y se pone en marcha todo un enorme ensamblaje de prácticas que buscan, en última instancia, ayudar a estas almas a salir del Purgatorio y a alcanzar la paz eterna.  

 

La relación con las ánimas

Por supuesto, a las ánimas se les piden favores, la intermediación para solucionar un conflicto o su intercesión para alcanzar una sanación o solucionar un problema grave. Posiblemente esto se deba a la creencia de que las ánimas benditas, sobre todo aquellas que ya salieron del Purgatorio, tienen una posición privilegiada y un cierto poder para ayudar a los vivos  pues están ya más cerca del cielo y de Dios y eso siempre confiere poder, privilegios y capacidad de intervenir en nuestro mundo. En lo que a esto respecta, he recogido muchos testimonios que acreditan esa fe en el poder benefactor de las ánimas o en las almiñas de los difuntos, como me decía una informante: “yo a las ánimas tengo mucha fe, a los santos no, pero a las ánimas....” 

¡Viene la muerte cantaandooo, 
Allaaaá por las nopaleraaaas!
¡¿En qué quedamos, pelonaa?!
¿Me llevass o no me lleeevaaaas?

 

Sí, la Muerte. Y póngale el nombre que quiera: catrina, calavera, calaca, dientona, huesuda, flaca, fría, tilica, ciriaca, tiesa, pelona... ¡Ya está aquí la tía de las muchachas!

Es hora de poner nuestra ofrenda de muertos. Ellos llegarán este primero y dos de noviembre y vendrán para consumir la esencia de la ofrenda. Son los muertos que regresan para visitarnos y pedir pan, frutas, sal, agua, y por qué no, aguardiente, tequila, pulque, mole con arroz, tamales, calaveritas de azúcar, amaranto o chocolate, calabaza con piloncillo y uno que otro antojito.

Son los muertos que nos dieron vida y no quieren olvido. Recordarlos es dar certidumbre a nuestra existencia. Son los muertos que nos acompañan en su día. Sí, porque el mito y la tradición del Día de Muertos es la forma más eficaz de combatir lo efímero de la vida humana. El mito es una realidad; un ritual que viene del pasado, una estrategia del presente –en esta época contemporánea– para renovarse y percibir lo eterno.