Todas las narratologías realizan en el primer minuto un pacto de ficción con el público. Nos dicen en unos segundos qué tipo de historia van a contarnos, en qué género, en qué tono, en qué código… Realmente, hay algo que denominamos «punto cero», al comienzo, donde proporcionamos al público  las claves para comprendernos.

En la narración oral, como arte escénico, esta primera impresión cuenta mucho. Cuenta tanto que a veces determina cómo se va a descodificar la sesión entera. 

Algo que la mayoría de los y las cuentistas pactamos es que no va a haber la cuarta pared del teatro convencional, esa cuarta pared que propone al público que no está ahí y que su papel va a ser el de voyeur. La cuentería propone en términos generales otra cosa: Cuento contigo y para ti. Sé mi cómplice. Y a veces también, lamentablemente, sé mi juez, mi verdugo, mi examinador, mi madre, mi salvador...

También se pacta, en general, la repentización: Yo me sé la historia, pero no me la sé de memoria. No he venido aquí solo a contarte. He venido a escucharte también. En mi contada cabe lo imprevisto. Voy a intentar fluir con todo lo que ocurra. Mi historia es solo una excusa, el soporte para establecer un vínculo contigo. Lo fundamental es que lleguemos a encontrarnos.

En el desarrollo de la historia, esta primera impresión es esencial. En apenas unos segundos sentamos las bases de lo que va a ser el encuentro con el auditorio. 

Algunas de las cosas que «contamos» antes de empezar a decir palabras tienen que ver con aspectos como si el público ya está y quien narra aparece o si quien narra ya está y el público va llegando. Si ya estamos en el espacio, ¿cómo recibimos a la gente? No es lo mismo estar sentada que de pie. Si me siento, estoy diciéndole al público que no tengo prisa, que me voy a tomar todo el tiempo que necesite para encontrarnos. ¿Y mi mirada? ¿Va recibiendo, incluyendo a cada persona que llega? ¿Cómo miro y respiro a la gente rezagada, a la gente que llega tarde? Y si el público ya está y aparezco, ¿cómo lo hago? ¿Saludo esperando un aplauso? Y si el aplauso ocurre aunque no lo busque, ¿cómo lo recibo? ¿Aparezco por la derecha o por la izquierda, desde el fondo o por detrás del público…? Todo dice. Todo es significativo… ¿Vengo cantando o con música? ¿Llego en el silencio? ¿Se escucha mi voz antes de hacerme visible? 

No hay recetas, no hay algo mejor a priori. Es más un tema de  tomar conciencia de que no hay nada irrelevante en la manera que tenemos de presentarnos al público. Y que hay un montón de decisiones éticas y estéticas que a menudo no hemos tomado conscientemente, que están comunicando cosas, antes aún de que abramos la boca. Se trataría, en mi opinión, de ponerlo todo al servicio de la historia que deseamos contar.

También nuestro aspecto habla, nuestra apariencia física, el cuerpo que somos y cómo va vestido. ¿Voy a narrar desde un personaje teatral o disfrazada solo de lo que creo que soy? ¿Qué hago antes de hablar? Y por supuesto, ¿qué digo? ¿Cuáles son las primeras palabras? ¿En qué tono las digo? ¿Saludo, doy la bienvenida, las gracias, el parte meteorológico… o empiezo directamente con la historia? ¿En primera persona o en tercera persona? ¿Realizo nada más comenzar con la palabra una suspensión ficcional de la realidad o me muevo en la verosimilitud? ¿Mi tono es cómico, dramático o trágico? ¿Parece una arenga política o una confidencia?

En fin, todo esto forma parte del pacto de ficción con el público que establecemos justo al comienzo. En la narración oral como en otras narratologías, parece cierto el dicho de que la primera impresión es la que cuenta.

 

Virginia Imaz