Aún andan por la casa y por el coche folletos, chapas, carteles y alguna que otra evidencia física de que Atlántica acaba de terminar. Sin embargo, al dormir, aún se aparecen en mis sueños miles de imágenes y de sonidos que me hacen sentir que Atlántica sigue aquí.

Atlántica no ha sido un sueño. Durante 10 días Santiago de Compostela y Oleiros han vivido más de cincuenta actividades para bebés, niños, jóvenes y adultos. Podría quedarme solo en el análisis, necesario, de números, aciertos y fallos, pero, aún con la piel salada de cuentos oceánicos, quiero compartir otras sensaciones.

Son tiempos en que nos quieren convencer de que no se puede hacer, en que no debemos en que no y no y no, porque sí. En Atlántica decidimos hacer como los marineros, echarnos al mar para faenar duro, para navegar pese a los malos augurios. Imitando su hacer, vimos que no había mejor arte que la de las redes. Ni mejor cobijo que los puertos pequeños de aguas conocidas, con faros capaces de iluminar aun en medio de la niebla más espesa. 

 

Y cuando no hubo faros, caracolas. Como las que empleaban las mujeres de Costa da Morte para guiar a sus hombres en noches en que ni el faro era capaz de dirigir a nadie. Esas caracolas orejas que recorrían la Zona Vieja con el programa en la mano, con el croquis (los más organizados) para ver a quién escuchaban esa noche. Para probar nuestro temple de novatos marinos, Galicia nos regaló una de las semanas de más lluvia y Santiago, en particular, frío y nieve.

Así y todo la palabra ancló y fue risa y miedo, prosa y  regueifa, verso e himno, nana y suspiro, esquinas, calles, vino, sabor… Día a día el rumor se extendía y el miedo de la primera jornada dio paso a veladas de correr a buscar sillas extras. Como buena cofradía, algunos llegaron con más suerte que otros, con las dornas rebosantes, otros con menos, habrá que replantearse algunas rutas marítimas, quitando algún que otro escollo. Pero en el momento de amarrar solo estaba el hecho de saltar a tierra y mirar, a través de los cristales, la calidez dorada de los que esperaban dentro. 

En plena noche oscura la invitación a entrar a la taberna, pedir un ron o un aguardiente y escuchar acentos y voces llegadas desde distintas orillas del Atlántico era irresistible. Momentos de emoción, desde el que se redescubrió, contando la misma historia que hace tantos años, en el mismo sitio, a la que miró de nuevo en sus raíces, desde la que llegó con los nervios de la primera travesía por aguas más grandes que una ría, al que sonrió de lado, como en las películas e invitó  a la ronda más grande de cuentos.

Los faros de las palabras iluminaron y las caracolas, los peces y hasta los cangrejitos se pusieron de gala para celebrar que los vientos, sin ser los más favorables, al principio de la travesía, no nos exigieron usar cañas de barlovento y nos llevaron a navegar viento en popa.

Me tocó el timón de esta Atlántica, pero a mi lado tenía la mejor brújula y a mi alrededor una tripulación entregada, que buscó las señales que nos guiaran a buen puerto y, por sobre todas las cosas, muchas manos que han remendado redes, arrojado anzuelos, tirado cabos…

Es hora de recoger agua dulce, de reposar y de mirar al horizonte. Luego de días de cuento, podemos decir que Atlántica es una realidad que ya navega de cara al 2014.

A todos, fareros, caracolas, redes…muchas gracias.

 

Mariñeiros cara ao mar 

as estrelas a brillar