Me han pedido que escriba algo para una amiga española. Por lo visto, allí, muchos progenitores se oponen a los cuentos de hadas, piensan que dan demasiado miedo, que son sexistas, inquietantes. Sin embargo, a mí, me parece que los necesitamos más que nunca; ¡nuestros niños los necesitan más que nunca!

Cuando era niña, desde los 7 u 8 años, cogía yo sola el autobús al colegio, iba al parque, que estaba al menos a una milla de distancia, con una pandilla de amigos, algunos mayores que yo, otros más pequeños y pasábamos allí horas, sin teléfonos móviles, sin interferencias de adultos. Por aquel entonces ese era el parque natural más grande de Europa y nosotros, como pandilla de edades variadas, ¡éramos los reyes y reinas de aquella fragosidad! (o” de aquel espacio salvaje”, como lo veas mejor).

A menudo tomábamos la calle para jugar a “bordillos” (1), a “rounders” (2), a la comba, a la rayuela…una multitud de juegos sofisticados con normas y reglas que todos cumplíamos sin que hubiese adultos a nuestro alrededor. Si alguien tenía una rabieta, lo dejábamos hasta que se le pasara; si alguien acosaba a algún niño más pequeño, no le dejábamos que jugase hasta que cambiara su actitud, hasta que se diera cuenta de las necesidades de los demás… de hecho, hasta que desarrollase su empatía y su inteligencia emocional.

Mi experiencia laboral transcurre en un  Adventure Play. He sido playworker (monitora de tiempo libre) en una zona de alto nivel de exclusión social, una zona a la que afortunadamente podía llamar hogar. Como aventureros profesionales a finales de los setenta y principios de los ochenta cogíamos escombros y se los dábamos a los niños para que jugasen. Recogíamos basura de las fábricas, cajas de cartón de las tiendas, utilizábamos recursos naturales, hacíamos guaridas, cocinábamos en hogueras y por lo general permitíamos a los niños explorar los espacios en su comunidad con libertad y fluidez. No puedo deciros la de resolución de problemas que implicaba el construir una guarida y cómo se desarrollaban las habilidades sociales al hacerlo entre todos.

A veces hemos trabajado en portacabins (cabinas prefabricadas) otras veces teníamos financiación y disponíamos de algún local. Tenía 200 niños por día en el verano, costaba dos duros entrar y teníamos seis trabajadores, algunos voluntarios locales y un montón de anécdotas increíbles. Sin embargo, el mundo infantil libre de adultos ya había empezado a disminuir y a reducirse.

Ahora, los niños tienen un mundo muy reducido comparado al que yo tuve cuando niña y al que los niños con los que he trabajado tenían. La cobertura que hacen los medios de comunicación de los secuestros de menores hoy en día es mucho mayor, aunque los secuestros no hayan incrementado tanto. La sensación de temor por nuestros niños nos fuerza a mantenerlos en el jardín trasero, provistos de las directrices de un adulto, como los Scouts, Guías, etc. Como resultado tenemos una generación de niños con muy poca experiencia libre de adultos. Si están jugando en el colegio y hay un altercado, un adulto interviene: les despojamos de la posibilidad de encontrar las soluciones ellos mismos. Esto se ha relacionado con la falta de empatía, la falta de recursos para la resolución de problemas, la falta de inteligencia emocional.

Si los padres no son lo suficientemente valientes para permitir que sus hijos deambulen/se asombren físicamente y se encuentren con peligros, hagan amigos mayores que se conviertan en sus héroes/heroínas, se topen con casas abandonadas en las que a lo mejor habita una malvada bruja, sientan ese miedo, lo reconozcan, lo nombren, procesen y retengan ese conocimiento para que le sirva en futuras ocasiones, si los progenitores no están dispuestos a esto, entonces seguro que ahora, más que nunca, necesitamos los cuentos de hadas.

Los cuentos de hadas están llenos de peligros y de situaciones que provocan emociones. Bettelheim y Piaget ambos creían que los Cuentos de Hadas eran los que mejor representaban la versión polarizada que los niños tienen de su mundo. Un niño no ha tenido la suficiente experiencia de vida para haber desarrollado una “zona gris”. O te quieren, o te odian, o le encantan los guisantes o los odian. ¡Un niño de 7 años en raras ocasiones se declara ambivalente! Los cuentos tradicionales son blanco o negro, bueno o malo, tan polarizados como las emociones de los niños. En los cuentos de hadas pasan cosas malas, ¡en las vidas de los niños ¡también pasan cosas malas! ¿Cómo pueden reconocer el miedo si nunca les hemos permitido sentirlo y nombrarlo? Los cuentos de hadas les proporcionan un espacio increíblemente seguro en el que experimentar ese mundo maravilloso, aterrador, confuso, en el que habitan. Los cuentos de hadas les ayudan a desarrollar las habilidades sociales y emocionales necesarias para orientarse a través del oscuro bosque de la ansiedad.

Ahora sabemos que cuando contamos las historias con metáforas y un lenguaje rico y descriptivo no solo se ilumina el área del cerebro que procesa el lenguaje (áreas de Broca o Wernike), sino también la corteza sensorial. Es como si tu cerebro creyese que realmente te está ocurriendo la historia. Te conviertes en el héroe/heroína, el malvado/a, el loco/a. El niño desarrolla experiencias vitales a través del cuento.

Así que, seguramente, los cuentos de hadas solo puedan ser algo bueno para nuestros niños, aunque por supuesto, lo que sería aún mejor es permitirles correr libremente por calles sin coches, en bosques y espacios naturales y dejarles ¡que experimenten y manifiesten todo su potencial!

 

Traducido amablemente por Sonia Carmona

 

1 Nota de la traductora: Juego en el que dos personas se ponen frente a un bordillo con una pelota, por turnos intentan dar en el bordillo y que la pelota vuelva a sus manos, cuando esto ocurre se marca un punto. Más información.
2 Nota de la traductora: Juego del que probablemente surge el béisbol americano y que los niños ingleses juegan desde la edad media.