Como narrador oral tradicional siempre he sido remiso a mezclar la oralidad con la escritura. Soy consciente de que mucha narración escrita está inspirada en la oralidad y que en la actualidad si se ha conservado la narración oral es gracias a los recopiladores y folcloristas que pasaron a escrito todos los cuentos que eran orales. Pero consideraba que en nombre de esa relación se estaban cometiendo algunos excesos:

  • Edición de libros ilustrados basados en la oralidad donde los adaptadores se asignan el papel de autores restando de esta manera el necesario anonimato que la narración oral tiene a lo largo de los siglos.
  • Edición de libros donde se pervierten los relatos orales dejando un texto cuyo simbolismo es incomprensible o se transforman en algo educativo y didáctico, absolutamente aburrido y alejado de lo que el cuento pretende contar.  
  • La utilización de la narración oral para trasmitir cualquier tipo de valor o contenido curricular. 
  • La preferencia de programación de narradores orales que tengan libros editados, con independencia de su calidad como narradores, en detrimento de otros profesionales que no tienen libros editados.
  • La falta de conocimientos escénicos y su claro menosprecio por parte de aquellos narradores centrados en el libro o la literatura infantil no tradicional, que ha generado una mala opinión de la narración oral en general, entre los programadores de centros culturales, salas teatrales y otros lugares donde se desarrollan artes escénicas.
  • La excesiva vinculación de narración oral y bibliotecas.
  • La costumbre de programar sesiones de narración oral bajo el epígrafe de “animación a la lectura”. Bajo ese epígrafe las bibliotecas y los poderes públicos metían un conjunto de actividades puntuales que se alejaban de la necesaria continuidad que una verdadera animación a la lectura debe tener. 

Últimamente, aunque sigo manteniendo la mayoría de las preocupaciones citadas en el apartado anterior y que creo están haciendo mucho daño a la narración oral tradicional, estoy llegando a la conclusión de que existe otro nexo de unión entre narración de cuentos tradicionales y lectura, y no se trata de animación o de promoción, sino de dotar de recursos de recepción a la comprensión lectora. 

Leyendo a Hans Robert Jauss, en su teoría de la Estética de la recepción, he visto que realmente cuando leemos interpretamos lo que leemos por medio de nuestro imaginario (compuesto de nuestras expectativas y experiencias).

Es necesario que diferenciemos claramente imaginario de imaginación. El imaginario son todas las imágenes que nos creamos por lo que escuchamos, sentimos, vivimos, por lo que nos aporta el medio en el que vivimos y por las expectativas que ello nos puede provocar. El orden determinado que damos a esas imágenes sería la imaginación. La disposición de ese imaginario es lo que nos permite decodificar, de una forma totalmente singular, lo que el libro nos transmite. Cuando no somos capaces de emocionarnos o entender un libro o un relato es porque no tiene puntos de contacto con nuestro imaginario, carece de interés para nosotros.

La narración oral y el narrador se convierten en una especie de conductor (igual que ocurre con los coordinadores de los clubes de lectura) que dota al que escucha de pistas y recursos para hacer crecer y encauzar su propio imaginario, lo que facilitará la posterior decodificación de la lectura. Cuanto más interactiva se realice la sesión de narración más recursos aportamos al imaginario y a la posterior capacidad de decodificación. Leyendo a Paul Ricoeur, si la significación del libro la entendemos como una intersección entre mundo del texto y el mundo del lector, un punto equidistante entre ambos universos se establece con la comprensión y disfrute de lo que se lee. La narración oral y el narrador pueden ayudar a encontrar ese punto de intersección. 

Según Teresa Colomer la literatura infantil, oral o escrita, puede tener cuatro funciones:

 • Iniciar el acceso a la representación de la realidad: la literatura ofrece imágenes, símbolos…

 • Desarrollar el aprendizaje de formas narrativas, poéticas y dramáticas: ritmo, rima, etc.

 •Socialización cultural: La literatura infantil nace con ese fin de socializar a los niños.

 • Función lúdica, creativa, liberadora a través de la fantasía.

Me interesa en este caso la primera y la ultima de las premisas, ya que las otras dos tienen un carácter didáctico vinculado al aprendizaje curricular y de eso ya se encargará la escuela o los narradores que cuentan cuentos sobre el medio ambiente, la coeducación, el reciclaje, los valores... y todas esas cosas tan útiles y tan aburridas (que además producen efectos contraproducentes según las ultimas investigaciones de psicología educativa). Pero con las otras dos coincido en la utilidad que la narración oral puede aportar al niño para entender, entenderse, entender el mundo que le rodea y el mundo de los adultos. Y por supuesto la generación de afecto por aquello que le permite comprender.

Creo que debemos reivindicar la narración oral en este sentido de facilitar recursos de comprensión y sobre todo defender nuestro papel de intermediarios en este proceso de encuentro entre imaginación del texto e imaginario del lector. Para que este papel tenga una utilidad plena debemos plantear nuestras sesiones con una segunda parte, más allá de la simple narración, donde se puede hablar de la comprensión que del cuento han tenido los escuchadores, para ampliar nuestro papel de intermediarios. No creo que sea un requisito fundamental, pero reforzaría de forma sustancial la utilidad de la narración. 

Por ello me atrevería a señalar algunos puntos que considero fundamentales para que la narración oral tenga una utilidad clara en la animación lectora:

  1. La necesidad de una profunda formación de los profesionales de la narración oral en temas de literatura, comprensión lectora, currículo escolar y todos aquellos centros de conocimiento que pueden ayudarnos en la tarea.
  2. La realización de sesiones pensadas para facilitar la participación y el diálogo con los escuchadores y que esto pueda realizarse durante toda la sesión.
  3. La no simplificación de los cuentos, si alguna palabra o situación es complicada se explica pero no se elimina.
  4. La adecuación de nuestro repertorio a las edades y capacidades del imaginario de los escuchadores.
  5. El cuidado en las versiones de los cuentos que se narran para asegurar que el contenido simbólico y el desarrollo narrativo son coherentes.
  6. La continuidad en la programación de sesiones para un mismo publico, que permitan a éste avanzar.
  7. La programación de diferentes narradores, con cuentos diferentes incluso con versiones diferentes del mismo cuento, para facilitar un mayor horizonte de expectativas y herramientas.
  8. La incorporación, para bebés, de otros elementos textuales y emotivos.

 

Carles García Domingo

BIBLIOGRAFIA

  • Colomer, Teresa.  Introducción a la Literatura Infantil y Juvenil. Síntesis, 1999
  • Jauss, Hans Robert. La historia de la literatura como provocación. Península, 2000
  • Moreno, Víctor. La manía de leer. Caballo de Troya, 2009
  • Ricoeur, Paul. Tiempo y narración. Siglo XXI, 1995